40 ANIVERSARIO DE ROCK-OLA

La sala madrileña que dio una patada al franquismo: "Los conciertos eran una montaña de gargajos"

Una exposición en L’Illa Diagonal evoca los logros del club que en los años 80 fue epicentro de la ‘Movida’ y acogió conciertos iniciáticos de grupos como Depeche Mode, Echo & The Bunnymen o New Order

Fabio MacNamara, Almódovar, José María Rey y Jesús Ordovás en el Rock-Ola.

Fabio MacNamara, Almódovar, José María Rey y Jesús Ordovás en el Rock-Ola. / Lorenzo Rodríguez

Jordi Bianciotto

La Movida: ese espasmo ciudadano que sacó a Madrid de la tiniebla franquista “dándole una patada a lo que había atrás”, asevera Lorenzo Rodríguez, el que fuera responsable de aquel templo, kilómetro cero del meollo, llamado Rock-Ola. Sala de conciertos, nudo de conspiraciones y pasarela a la algarabía, nació sin conciencia de estar haciendo historia asociándose a los albores de un fenómeno con derivadas de marca comercial. Se regía, asegura su impulsor, “por las ganas de vivir y de buscar una España en tecnicolor, mirando a Europa”, y su estela deja una apabullante hoja de servicios a la música pop de la que rinde cuentas la exposición Rock-Ola, 40 Años. 1981-2021.

Una muestra que Lorenzo Rodríguez estrenó en verano en su Úbeda natal y que se ha desplazado a partir de esta semana a L’Illa Diagonal. Ofrece una treintena de carteles de conciertos, la mayoría de Pepo Perandones, así como unas 300 fotos de Miguel Trillo y paneles con recortes de prensa que glosan los logros de ese club bautizado en honor a un remoto artefacto (la rocola, el gramófono que funcionaba con monedas), que abrió sus puertas el 31 de marzo de 1981. Unos días después ya acogía los dos primeros bolos, a cargo de UK Subs, directamente desde el corazón punk londinense. Chicos adorables. “Recuerdo los conciertos como una montaña de gargajos, lapos y escupitajos de miedo”, se deleita Rodríguez. Sin pausas, comenzaron a desfilar por la sala bandas de nueva planta como Rubi y Los Casinos, Nacha Pop, Las Chinas, Los Nikis o Mermelada.

Lorenzo Rodríguez, con el cartel de una actuación de Loquillo y Los Coyotes en Rock-Ola.

Lorenzo Rodríguez, con el cartel de una actuación de Loquillo y Los Coyotes en Rock-Ola. / FERRAN SENDRA

Sinfónicos, absténganse

Rock-Ola no se ofreció indiscriminadamente como sala de conciertos a los promotores, sino que se prestó a programar solo a artistas que sintonizaran con su “ideología musical”, precisa su impulsor. Es decir, “pura nueva ola, punk, grupos mods, rockers…” ¿Y si les ofrecían, por decir algo, a Camel? “No los metíamos, ¡claro que no! ¡Ni a Pink Floyd, si nos lo hubieran propuesto!”. Sinfónicos, extramuros, y los metaleros, reconducidos al adjunto Marquee. Aunque algún que otro desvío de la doctrina sí que hubo. “Me dejé meter un gol con Sabina, como era de mi pueblo… Antonio Banderas hizo coros. Y nos moló programar a Los Chunguitos”. La sala abogó por la “política de club”, defiende Rodríguez. “Si actuaba un grupo mod, luego el DJ ponía a The Small Faces y a The Who, y después del concierto no parábamos, más caña para que la gente no se fuera, no como ahora, donde en muchas salas te echan para preparar la sesión de la noche”.

Pasó por allí la Movida capitalina en pleno, si bien “el héroe de Rock-Ola” no fue otro que Loquillo, asegura el director de la sala. Repetidas visitas “siempre con un éxito brutal, aunque hubo peleas porque no era lo suficientemente rockero para algunos”. Las tribus urbanas arreciaban, pero, por lo general, la sala quiso cultivar “el buen rollo entre las distintas facciones”. Se fraguaron complicidades operativas: con las radios (Onda Dos, Radio Popular, Radio 3) y con los programas televisivos Musical Express (Àngel Casas) y La edad de oro (Paloma Chamorro), aliados ambos, junto a las compañías discográficas, para compartir gastos y traer a artistas de fuera. “Si la compañía contaba con vender mil o dos mil discos de tal grupo, hacíamos cálculos y pagábamos un tercio cada uno”.

Classix Nouveaux, en Rock-Ola.

Classix Nouveaux, en Rock-Ola. / Archivo Lorenzo Rodríguez

Exposición '40 años de la sala Rock-Ola'

Lugar: L'Illa Diagonal

Fechas: Hasta el 22 de noviembre

Precio: Gratuita

La conexión londinense

Depeche Mode debutó en España con sendos conciertos en Rock-Ola, en 1982 (presentando el primerizo Speak & Spell), y la sala se anotó acto seguido visitas iniciáticas de The Durutti Column, Spandau Ballet, The Teardrop Explodes, Echo & The Bunnymen, Killing Joke, The Lords of the New Church, John Foxx, Siouxsie and the Banshees, New Order… Lo más rampante de la época. También a veteranos, ya entonces, como Iggy Pop o Kevin Ayers. Todos ellos, cruzándose con Glutamato Ye Yé, Esclarecidos o Parálisis Permanente. Personal de la sala viajaba a Londres para comprar discos y fichar a las bandas contactando con los mánagers al margen de las promotoras, mientras, en Madrid, Lorenzo Rodríguez resoplaba en sus jornadas maratonianas, combinando su entrega a la sala con el empleo funcionarial en el Ministerio de Defensa.

Contaban con otro apoyo, el del alcalde Tierno Galván, que protegió la sala y dio amparo a la Movida con aquel célebre “rockeros, el que no esté colocado, que se coloque”. Pero los “años gloriosos” fueron quedando atrás a partir del incendio de Alcalá 20 (diciembre de 1983), en el que murieron 81 personas y del que se derivó una creciente sensibilidad por las medidas de seguridad. Al año siguiente, Rodríguez abandonaba Rock-Ola (a la que haría la competencia desde la flamante Astoria), y a la sala no le quedaría demasiada cuerda: el incendio de noviembre de 1984 y una reyerta entre mods y rockers, en marzo de 1985, saldada con una víctima mortal, precipitaron el cierre. Bajando la persiana se finiquitó una era en la que Rock-Ola fue punto de confluencia e irradiación, por donde todos pasaban “sin sacar sus ideas políticas”, desliza. “Fuimos muy felices y ahora, con la distancia, se ve que todo aquello valió la pena”.

La Barcelona ‘underground’ que plantó cara a la ‘movida’ en los años 80

Mientras corrían los fastos de la Movida madrileña, en Barcelona se vivía la famosa resaca de la era layetana, si bien sería erróneo pintar una ciudad en paro clínico. Solo que la escena de aquellos primeros 80 resultó más oscura y underground, sin conectar con un sentimiento popular eufórico o transformador a gran escala (ni suscitar coberturas institucionales, más bien lo contrario). Embrionarias pulsiones pos-punk, góticas o neo-mod trajeron, por conductos angostos, nuevas estéticas y circuitos de público a esa ciudad que había sido sede de la nova cançó y símbolo del antifranquismo.

La Barcelona de los 70 había ejercido, de hecho, un poderoso influjo en el Madrid del Rock-Ola. Empezando por Lorenzo Rodríguez, director de la sala y seguidor de artistas como Máquina!, Pau Riba o Sisa, que había peregrinado a Canet Rock. Su club construyó puentes: los conciertos Rock-celona, que presentaron allí a Ultratruita, Decibelios, Brighton 64, Último Resorte, C-Pillos… Hasta Los Sírex pasaron por Rock-Ola, en respeto a los pioneros. “Barcelona había estado en el centro de todo”, reflexiona Rodríguez, residente en la capital catalana desde 2008. “Aquí estaban las discográficas y las revistas musicales”recuerda. “Pero, luego, algo pasó y me da mucha pena”, explica sin ánimo de meterse en fregados políticos. En 1989, él se situó detrás de la revista Boogie, intento (efímero), desde Madrid, de rivalizar con las barcelonesas Rockdelux, Popular 1 y Ruta 66.

Pero hay una crónica barcelonesa posible de aquellos primeros 80, como reflejan, desde el flanco más punk-hardcore, los libros Harto de todo (Jordi Llansamà), Que pagui Pujol! (Joni D.) y Odio obedecer (Xavier Mercadé), y desde el más vanguardista, La ciudad secreta (Jaime Gonzalo). Laberintos de tribus que cubrían desde la heterodoxia pop (Distrito V, El Hombre de Pekín o Los Burros, antesala de El Último de la Fila) a la experimentación (Macromassa, Ultratruita, Koniec), la reivindicación del rock’n’roll (los populares Loquillo y Los Rebeldes), el revival mod (Brighton 64, Telegrama), el punk y pos-punk (de Último Resorte a Kangrena y Shit S. A. pasando por Desechables) y la derivada skin (Decibelios).

Escenarios: del Zeleste de Argenteria al templo mod del Boira, el camaleónico Metro (luego, plaza gótica como 666 y Psicódromo), el rockero-garajero Magic, y en torno a la plaza Reial, el bar Texas, más tarde y hasta ahora Sidecar, y el Karma. Templos de una era en que Barcelona emprendió sendas poco complacientes, un poco lejos de los focos. 

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