ANÁLISIS

La verdadera guerra cultural es contra el 'contenido'

La digitalización ha llegado para quedarse. Pero encierra ciertos peligros, como el de convertirse en un rodillo que iguala una película de Almodóvar y la foto de un desayuno en Instagram. El cebo perfecto para mantenernos conectados y sacar partido a nuestros datos.

Una persona experimentando la realidad aumentada en el LEV Matadero.

Una persona experimentando la realidad aumentada en el LEV Matadero. / Matadero

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Hace un par de semanas se celebraba L.E.V. Matadero, el festival de electrónica visual y experiencias inmersivas que propone cada año este vivero de la vanguardia cultural madrileña. Allí, en una de sus salas, a modo de parada después de jugar con carteles de realidad aumentada y contemplar esculturas lumínicas que interactuaban con música electrónica, se proyectaba Money Is A Form Of Speech. Una instalación de vídeo en la que el grupo de guerrilla artística Total Refusal había intervenido el violento videojuego de acción Tom Clancy’s: The Division 2 para crear, dentro de él, un ballet narrado "postapocalíptico y pacifista". Los tres protagonistas del juego, armados hasta los dientes, en lugar de disparar bailaban música tecno en un abandonado Despacho Oval de la Casa Blanca. 

Cuando pensamos en lo que puede pasar con la cultura dentro de diez años, quizá nos imaginemos viviendo cada fin de semana experiencias de realidad virtual y hackeo creativo como estas de Matadero. Uno siempre tiende a creer que las ideas más extremas que tiene sobre el futuro van a ser la norma dentro de unos meses. Y sin embargo, el futuro es algo que tiene más de cuentagotas que de avalancha. Sólo hay que ver lo que ha pasado en el último año: en plena era de la Inteligencia Artificial, y cuando llevamos al menos una década temiendo los efectos apocalípticos de Amazon y del ebook, la noticia cultural más destacada es que se venden más libros que nunca y que no paran de abrir nuevas librerías de barrio en las que, como toda la vida, huele a papel y a la madera de los lápices.

Uno siempre tiende a creer que las ideas más extremas que tiene sobre el futuro van a ser la norma dentro de unos meses

En el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia diseñado por el Gobierno para distribuir esa lluvia fina de millones que van a llegar de Bruselas, hay una palabra que se repite hasta la saciedad: digitalización. También en los dos capítulos dedicados a la cultura. "Digitalización" lleva mucho tiempo siendo un término fetiche, pero la pandemia ha venido a fijarla con letras gigantes, como si fuera ese cartel de las colinas de Hollywood que preside nuestras vidas. En tres meses de confinamiento hemos dado un salto digital que de otro modo hubiera llevado tres años, nos repiten. Se nos habla de la digitalización como nuestro presente, pero también parece el único horizonte que ofrece el futuro. En un mundo en el que todo tiene que estar a tiro de clic, la digitalización es un proceso que la cultura, o mejor dicho la industria cultural, también necesita si quiere sobrevivir.

El problema es que hoy toda producción cultural, cuando es trasladada a bits, es susceptible de ser considerada mero contenido. Un término sobreexplotado que actúa como un rodillo e iguala cosas inigualables, como una película de Almodóvar y la foto de un desayuno en Instagram. Y que implica que casi todo lo que vemos, leemos o escuchamos es utilizado para tenernos enganchados a un dispositivo y recoger un amasijo de datos sobre nosotros que los gigantes de Silicon Valley, como explica Shoshana Zuboff en El capitalismo de la vigilancia, usan para adivinar e incluso influir en nuestros próximos movimientos, desde qué pantalón nos vamos a comprar hasta a qué partido vamos a votar. La tensión (o la alianza) entre la creatividad y lo comercial ha estado siempre ahí, pero esa modulación totalizadora de la cultura en base a términos como likes o engagement es lo que debería mantenernos alerta. 

La pandemia ha dado fuerzas renovadas al libro de papel, como ha demostrado el éxito de la reciente Feria del Libro de Madrid a pesar de los aforos.

La pandemia ha dado fuerzas renovadas al libro de papel, como ha demostrado el éxito de la reciente Feria del Libro de Madrid. / Eduardo Parra/Europa Press

Predecir qué va a pasar en el futuro es algo que tiende a salir mal, como ha puesto de manifiesto la pandemia. Como mucho, podemos proyectar a partir del presente, de lo que se está cocinando ahora en la cultura española. Y así podríamos aventurar que en los próximos años vamos a asistir a un torrente de historias que se alejan del centro (Madrid, Barcelona) y se acercan a la periferia (la provincia, el campo, la España vacía), porque ya las estamos viendo en la literatura y el cine. También, que en lo musical se cruzarán todavía más dos tendencias en ascenso: la de un folclore que resurge, entre tradicional y moderno, con las músicas urbanas más o menos importadas. Seguro que de ahí saldrán mezclas explosivas que ningún algoritmo podrá rechazar.

Vamos a asistir a un torrente de historias que se alejan del centro y se acercan a la periferia

En el arte, la pujante digitalización irá más allá de la propia creación y contaminará todo el sistema, porque al fenómeno de los NFTs, esos activos que funcionan con la tecnología de los bitcoins y que acreditan la propiedad de una obra de arte digital, todavía le quedan algunos sustos que dar a galerías y artistas. Al teatro, como a los libros, le vendrá bien lo de ser el mejor descanso de las pantallas. Y respecto a estas, la creación en España del Hub Audiovisual anunciado por el Gobierno suena más a buenas intenciones que a realidad. El cine como experiencia colectiva no morirá por culpa de las plataformas, aunque tienen más posibilidades de sobrevivir las salas dedicadas a las películas de autor que las de los centros comerciales. Luego está el tema, el temazo, de los videojuegos y los eSports, que casi monopolizan la atención y el tiempo de los menores de 30. Cuando estos tengan 40 y sigan en ello, quizá tendremos que haber asumido de una vez que también son, pese a quien pese y de alguna manera, cultura.

La única predicción que se puede hacer sin miedo al error es que la cultura española, en 2031, será más diversa. Una sociedad más democrática ha dado lugar a un abanico de identidades mucho más amplio del que conocíamos, y el ocaso del experimento colectivo del 15M ha empujado a un repliegue en torno al yo y hacia movimientos más sectoriales, a más relatos micro que macro. Todas esas voces están ya creando sus historias, sus propios formatos y canales de distribución -el auge de los podcasts o de las newsletters- y encontrando un público que no sólo las disfruta, sino que las necesita. Su empuje es arrollador, y da igual cuánto se resistan los defensores de viejos esquemas y privilegios. La cultura ha dejado de ser monocromo, y lo mejor es que nos vayamos aprendiendo los colores.