Opinión | DÉCIMA AVENIDA
Springsteen, trovador de Camelot
El EEUU que más gusta en Europa, una élite política y creativa, se congregó el fin de semana en Barcelona: el 'Boss', Barack y Michelle Obama, Steven Spielberg...
El EEUU que más gusta en Europa se congregó este fin de semana en Barcelona: Bruce Springsteen arrancó gira europea en el Estadio Olímpico y Barack y Michelle Obama asistieron al concierto. También estuvo en la ciudad Steven Spielberg, hace poco nos visitó Susan Sarandon y seguro que Woody Allen, casi un vecino más, no andaba muy lejos. Con este EEUU -progresista, de vocación global, políticamente correcto, inteligente, talentoso y sofisticado- sí se puede.
En cambio, no esperamos ver por estos lares a Tucker Carlson, el presentador estrella de la Fox al que sus jefes acaban de despedir porque sus embustes perjudicaban más que beneficiaban el negocio. Es muy improbable que a Carlson le pidieran autógrafos por la Rambla o el paseo de Gràcia en el caso de que le hubiera dado por visitar Barcelona, pero no solo porque aquí es un desconocido (que también), sino porque representa a ese otro EEUU al que en Europa se le suele tratar de forma binaria: o se le ridiculiza o se le teme. A veces, como a Donald Trump, las dos cosas al mismo tiempo. Y, sin embargo, no es aventurado afirmar que, al menos hasta su despido, Carlson es más popular e influyente en su país que, seguro, Woody Allen, probablemente que Spielberg y el Boss y respecto Obama el debate estaría ajustado.
El mitin más multitudinario de su campaña electoral de 2008 Obama lo dio en Berlín, ante una multitud que entonces se estimó en 200.000 personas. Obama era entonces un candidato demócrata a la presidencia a cuatro meses vista de su victoria electoral. Su hoja de servicios era casi una página en blanco; su oratoria solo podían apreciarla quienes sabían suficiente inglés; pero era negro y demócrata y, sobre todo, no era George W. Bush. El mito del Camelot kennedyano parece que donde mantiene con más fuerza sus raíces es en la Vieja Europa, a pesar de los intentos de Steve Bannon de crear su internacional conservadora a imagen y semejanza de la denominada derecha alternativa estadounidense. Pero no basta con no ser republicano y parecer ser progresista para fascinar a los europeos: Al Gore no lo logró ni siquiera ahora que su verdad incómoda es una realidad preocupante; Joe Biden no da ni el tipo ni el perfil a pesar de que su gran virtud (¿la única?) es que no es Trump.
Springsteen forma parte de ese Camelot imaginario que ha entronizado Europa con lo más selecto de la élite creativa e intelectual estadounidense, pese a que su obra tiene profundas raíces estadounidenses. Cierto, el rock es un idioma universal, pero las Sandy que pasean el 4 de julio por Asbury Park, las malas tierras de Wyoming, la decadencia de Atlantic City y el fantasma de Tom Joad son imágenes y personajes esencialmente estadounidenses. Hubo un tiempo en que el Camelot europeo menospreció al Boss porque Ronald Reagan utilizó Born in the USA en su campaña electoral. No leyeron, o no entendieron, la letra, de la misma forma que hoy que Springsteen sablea a sus fans con el sistema dinámico de venta de entradas aún hay que leer y escuchar que es la voz de la clase media trabajadora estadounidense. Un tipo que graba un pódcast y escribe un libro con Obama no puede ser el portavoz de la clase media trabajadora estadounidense que se desentendió del Partido Demócrata cuando entendió que el Partido Demócrata se había desentendido de ellos. Nos guste o no, muchos de esos trabajadores blancos de EEUU piensan que con el despido de Tucker Carlson han perdido a su portavoz.
Confieso que admiro la obra de Springsteen, pero me agota la mitología que se ha construido alrededor del rockero, que es especialmente intensa en Barcelona. En su autobiografía, él mismo da la impresión en algún momento de estar cansado de ella, aunque debía de tratarse de momentos momentáneos de flaqueza. Springsteen retrata como pocos la vida de un cierto EEUU, pero no es su portavoz. Al contrario, muchos de ellos le han dado la espalda con despecho, o se ven obligados a efectuar un soberano ejercicio de separar el autor de su obra para continuar yendo a sus conciertos (si es que pueden permitírselo). El Boss pone música a un EEUU que se gusta y que en Europa gusta aún más, un país idealista, creativo, duro pero justo con el trabajo y el mérito. La tierra prometida. Pero que vuela en jet privado y vive en torres de marfil, reales o figuradas y que no sabe lo que es conducir toda la noche para comprar unos zapatos a su amor.
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