FAUNA MARINA

Barcelona ignora al 'rey' de las inmersiones en apnea

El cetáceo que encalló en la Barceloneta el pasado fin de semana era el de un zifio de seis metros, un animal poco común en el Mediterráneo capaz de descender en el mar más que ningún otro mamífero

Barcelona ignora al 'rey' de las inmersiones en apnea.

Barcelona ignora al 'rey' de las inmersiones en apnea.

Guillem Sánchez

Guillem Sánchez

El cuerpo del cetáceo desconocido que el sábado por la tarde se varó en un espigón de la playa de Sant Miquel, en la Barceloneta, era un zifio de Cuvier. En catalán se llama "balena de Cuvier o balena amb bec", aclara Santiago Palazón, el biólogo del Servei de Fauna i Flora de la Generalitat que lo ha identificado. A pesar de su nombre catalán y de que medía unos seis metros, está mucho más cerca de los delfines que de las ballenas. Y el hallazgo de su cadáver en aguas barcelonesas supone un hecho insólito.

"Son muy pocos los zifios que han encallado en la costa catalana en la última década, se pueden contar con los dedos de la mano".

Su ilustre presencia debería haber sido un acontecimiento en Barcelona. No solo por lo extrañas que resultan sus visitas. También porque se trata de un animal extraordinario. Si nadie de palmas al oír "zifio" o "balena amb bec" no es porque no las merezca. No ha tenido un jefe de prensa tan competente como el del guepardo –animal más rápido– o el buitre –ave que vuela más alto–, eso está claro. Pero como los anteriores, es el mejor en lo suyo: el mamífero que bucea aguas más profundas. Si descontamos a los ejemplares con escamas que con sus branquias adulteran la competición, el zifio es, de cuantos respiran asomándose a la superficie, quien lleva a cabo las mayores inmersiones: el rey de los descensos en apnea. 

Cachalotes sobrevalorados

Hace pocos años, un equipo de científicos americanos adosaron un rastreador a un zifio y lo siguieron telemáticamente en uno de sus viajes a los fondos marinos. Y la señal que envió el aparato fue cada vez más sorprendente. Mil metros. Mil quinientos metros. Dos mil metros. La cara de los biólogos tuvo que pasar de ser interés a ser de asombro. Y cuando el zifio monitorizado decidió dar por terminado el paseo sería ya casi la de una mueca desencajada: acababa de descender más de 2.300 metros de profundidad. Nadie había bajado tanto, tampoco los cachalotes.

El zifio está mucho más cerca de los delfines que de las ballenas, entre otras cuestiones, porque tiene "dientes" y no "barbas", explica Palazón, que este pasado fin de semana estaba de guardia y que, junto a los Agents Rurals, asumió la tarea de averiguar qué animal era el que había encallado en la Barceloneta y, después, resolver qué hacer con su cuerpo. Con las primeras imágenes que le enviaron no permitían ver su hocico con claridad ni tampoco dos dientes centrales característicos –uno en cada mandíbula– que tienen los machos. Las que tomaron al día siguiente, domingo, sí los captaron y a Palazón ya no le quedaron dudas: un zifio.

Habitualmente, un animal como este tendría que haber terminado en la mesa de necropsias de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). El examen forense permite estudiarlo y, sobre todo, aclara cómo ha muerto. Pero al zifio de la Barceloneta no pudo dársele ese trato: estaba en un estado de descomposición demasiado avanzado –"seguramente llevaba muerto más de una semana", aventura Palazón– y el hecho de que se quedara varado en un espigón al que ni siquiera puede accederse a pie obligaba a montar un dispositivo incompatible con una playa llena de bañistas. 

Un ciclo sin fin

Los bomberos le anudaron un cabo a la cola y una embarcación de Salvamento Marítimo, siguiendo las instrucciones de Palazón, lo arrastró mar adentro. Más de diez millas. Para que sirviera de comida para los peces. Un final formando parte de un ciclo mucho más natural que el que le aguardaba entre los aposentos de un laboratorio de la Autónoma, tierra adentro, rodeado de batas blancas. Pero un desenlace que deja sin información a científicos como Palazón que lamentan la oportunidad perdida porque saben que quizá pase mucho tiempo antes de que el cadáver de otro zifio regrese a Barcelona.

Catalogado como una especie vulnerable, es un cetáceo que no abunda en el Mediterráneo. Se siente a gusto nadando "sobre los cañones marinos o zonas pelágicas profundas", explica Palazón, a unos 1.000 o 2.000 metros de profundidad. Se alimenta capturando calamares u otros cefalópodos y peces que habitan esos lares. Tan extenuantes son sus apneas en busca de comida –que también son las más largas en tiempo que pueden hacer los mamíferos–, que al terminarlas necesitan un buen rato de descanso.

"Su corazón, sus pulmones, sus huesos deben recuperarse", aclara Palazón, que añade que es entonces cuando más vulnerables son y pueden chocar contra un barco. Quizá fue ese el destino que corrió nuestro zifio. Aparentemente no presentaba rasguños. Pero tampoco hubo ocasión de averiguar por qué murió y acabó en la Barceloneta. Una visita ninguneada por la ciudad, a pesar de ser mucho más extraordinaria que las de los plomizos jefes de estado que, estos sí, cierran las playas cuando se reúnen en el Hotel Vela. Y no han batido ningún récord.