Reforma de la ley de extranjería

La felicidad en el camión de la basura: un millar de 'menas' ya trabajan legalmente

La Federación Estatal de Pisos Asistidos para jóvenes extutelados pide ayudas y recursos para los cientos de chicos sin hogar que se "perdieron" sin ayudas

Asil Harbuli trabaja en una empresa de recogida de residuos de Mataró desde hace un mes.

Asil Harbuli trabaja en una empresa de recogida de residuos de Mataró desde hace un mes. / Ricard Cugat

Está nervioso. Este mayo cobrará su primera nómina. Assil Harbuli huyó de Alcazarquivir (Marruecos) cuando tenía 15 años. Salió en una patera siendo un adolescente y sobrevivió al terror de la negra noche en el estrecho de Gibraltar sin saber nadar. "Yo vine aquí para ayudar a mi familia, para trabajar... no para robar ni para drogarme", insiste hoy el chico que ya ha cumplido los 19. Lo mismo que dice Baubacar Canteh, un joven gambiano de 20 años que emprendió una

ruta migratoria

de tres años durante la que fue sometido al esclavismo más salvaje. Harbuli y Canteh ahora montan en un camión de la basura ocho horas diarias. Un empleo que les ha devuelto la sonrisa. Son dos de los casi mil jóvenes migrantes que, según datos de la Federación Estatal de Pisos Asistidos, se han beneficiado de la reforma del decreto de la ley de extranjería para acceder a un permiso de trabajo. Sin embargo, la entidad insiste en que hay cientos de chicos sin hogar a los que se les niega esta oportunidad y pide fondos para atenderles.

El 19 de octubre de 2021 el Boletín Oficial del Estado publicaba una norma ansiada por las entidades sociales y machacada por las voces más ácidas de la ultraderecha. Los niños y niñas migrados tutelados por las comunidades autónomas accedían al permiso de trabajo al cumplir 16 años. Una medida que les ponía al mismo nivel que los chavales con pasaporte español y que acababa con el sinsentido de tutelar a los menores migrantes pero obligarles a vivir en la mendicidad al cumplir 18 años. Medio año después, el balance ya ha mejorado la vida de un millar de chicos.

Baubacar es uno de los beneficiarios. Abandonó su hogar en Gambia cuando tan solo tenía 12 años. "Yo soy el hermano mayor, y cuando murió mi padre tenía muy claro que me tocaba dejar de estudiar y ayudar a mi madre como fuera", explica. Trabajó de mecánico, pero a los pocos meses viajó solo hasta Senegal y Mauritania para dedicarse a la pesca. Algo que su madre no veía con buenos ojos, pero que el niño tenía más que asumido que debía hacer. Baubacar era uno de los niños explotados en estos país en tránsito, cuyo sistema de protección a la infancia tiene un amplio margen de mejora tal y como pudo comprobar El Periódico de Catalunya, diario del mismo grupo, Prensa Ibérica, que este periódico. Pero a diferencia de muchos, 'Buba' no quiso lanzarse al mar y llegar a las Canarias. Optó por otra ruta.

A latigazos en el desierto

"Por esa época ya tenía 14 años, me di cuenta que solo podía mejorar si me iba a Europa. Es lo que todos queremos. Y recuerda a los migrantes que regresaban a Gambia. "Con coches, buena ropa y mucho dinero", sigue. Baubacar se fue rumbo a Bamako (Mali). Varios días dentro de un camión sin agua y sin comida. Allí trabajó de camarero para poder alcanzar Argelia. No tenía ni 15 años cuando fue secuestrado en un remoto lugar del desierto. "Solo nos daban agua y nos pegaban con látigos...". Baja la cabeza y pide parar la conversación. Hay heridas que aún duelen demasiado.

Varios meses después 'Buba' logró escapar, trabajar y pagarse una plaza en una patera que terminó rescatada por Salvamento Marítimo. También fue salvado de morir en el mar el marroquí Harbuli. En su caso, a los 14 años decidió ir a España. Y lejos de disuadirle, sus padres le animaron a subir en la barcaza. "Toda mi familia ayudó para pagar el viaje, mis padres los primeros", cuenta. El chico migró desde Tánger como ya habían hecho anteriormente sus hermanos mayores. "Jamás pasé tanto miedo", recuerda.

Su vida ha transcurrido en distintos centros de menores de la Generalitat. Han hecho varios cursos, aunque jamás tuvieron el permiso para trabajar. Ni siquiera para hacer prácticas profesionales. Comparten la angustia vivida al acercarse a los 18 años. "Piensas que te van a dejar en la calle, que no tendrás nada...", susurra 'Buba'. Muchos de los que les precedieron pasaron por este miserable destino. También reconocen que han conseguido mantener la cabeza fría. "Hay muchos chicos que prefieren no pensar y acaban drogándose. Yo cuando estaba triste, o me entraban ganas de tirar la toalla pensaba en mi infancia", reconoce Harbuli.

Alegría en el camión de la basura

Parece mentira, pero estar a cargo del camión y recoger la basura de diferentes pueblos del Maresme es algo que les llena de alegría. Aunque ambos compaginan este empleo con los estudios de comercio. "Estoy muy feliz de tener este trabajo, por esto vine aquí, para poder ganar un sueldo que pueda vivir bien", sostiene Canteh. "En Marruecos por mucho que estudies el trabajo está muy mal pagado...", se queja Harbuli. "No entiendo por qué hay españoles en el paro... si consigues el permiso de trabajo, hay trabajo en España", añade el gambiano, que ha estado más de dos años mandando currículos. "Antes de que saliera este decreto era muy difícil que nos dieran trabajo porque no teníamos el permiso", dice el marroquí.

Las principales dificultades que se encontraban los jóvenes migrantes extutelados antes del nuevo decreto no era solo la imposibilidad de conseguir un contrato a tiempo completo durante un año para tramitar la autorización de empleo, también era prácticamente imposible volver a renovar esta autorización un año después. "Debían demostrar que ganaban 2.000 euros al mes, y nadie consigue este dineral", sostiene Sara Agulló, abogada de la FEPA. Según el estudio de la entidad, tras el nuevo decreto de octubre, casi un millar de jóvenes accedieron al permiso de empleo legal en los primeros seis meses de aplicación. El 68% de los que lo tramitaron. Sin embargo, insiste que hay un gran porcentaje de jóvenes que siguen excluidos del sistema.

Cientos de jóvenes en la miseria

"El problema lo tenemos con aquellos jóvenes expulsados del sistema de protección que se quedaron desamparados y viven en la calle y no tienen forma de tramitar esta documentación", prosigue Agulló. Es la otra cara de la moneda. "Deben demostrar ingresos similares a 400 euros al mes o demostrarlo con las ayudas de una entidad social, pero no tienen a nadie. ¡Es a estos jóvenes a los que tenemos que asesorar y acompañar!", exclama la abogada. Podrían ser centenares.

Para Harbuli, el premio ya no es solo el empleo. También la posibilidad de regresar a casa y ver a su familia. "Hace cuatro años que no veo a mi madre... Tengo muchas ganas de abrazarla". Un abrazo que Canteh ya no podrá dar. Su madre murió el año pasado. El gambiano ahora lucha para poder traerse a sus hermanos. "No quiero que pasen por lo mismo que yo", resopla.