Denuncia

Víctimas de la contaminación acústica en Barcelona: denuncias, pastillas para dormir y exilio

Varias cartas recibidas en la sección Entre Todos ponen el foco en la contaminación acústica y cómo el ruido perturba su día a día. Este artículo recoge solo dos casos, pero muy singulares, en los que una actividad económica aparentemente inofensiva resulta incompatible con el descanso de los vecinos

Fratini, junto a la ventana de su piso en la calle de Urgell, afectado por el ruido provocado por un obrador de pan.

Fratini, junto a la ventana de su piso en la calle de Urgell, afectado por el ruido provocado por un obrador de pan. / JOAN MATEU

Luis Benavides

El rugir del tráfico rodado, las obras en la vía pública y los ‘botellones’ a altas horas en alguna plaza. Estas son las principales fuentes de ruido en una gran ciudad como Barcelona, pero no las únicas. Hay muchas más y pueden pasar desapercibidas para la gran mayoría, no así para los vecinos más inmediatos. Que se lo digan a Roberto Fratini y su pareja, que poco podían imaginar al alquilar un piso en el corazón del Eixample que el obrador de pan y bollería que tenían justo debajo podía emitir lo que describen como un “zumbido permanente insoportable”. 

Antes de percatarse del molesto runrún, la pareja reformó el piso porque llevaba unos 20 años sin ser destinado a vivienda. En total, 30.000 euros. "A las pocas semanas, cuando quedó claro que la situación acústica del piso era insostenible, buscamos a los inquilinos anteriores y descubrimos que había sido una consulta médica. 

Contactamos con ellos y nos explicaron que también se marcharon a causa del ruido", explica Fratini, molesto con la desidia del propietario, que desoye sus quejas. “No quieren que marchen de los bajos –sospecha el lector- porque le obligarían a adecuar esas instalaciones para poderlas alquilar otra vez”. 

Según la Agència de Salut Pública de Barcelona la contaminación acústica es el segundo factor ambiental con mayor impacto en la salud, por detrás de la polución. Uno de los efectos más comunes causados por la exposición crónica al ruido ambiental, según ese estudio, es la alteración del sueño. Es justamente el caso de Fratini, que desde que se mudó al piso de Urgell duerme como mucho unas cuatro horas al día de media.

“Vivimos expuestos las 24 horas del día y los 365 días del año a un ruido infernal, sobre todo por los motores de los frigoríficos, pero también por la carga y descarga de decenas de furgonetas a altas horas de la madrugada“, sostiene este vecino del Eixample, que ha acumulado “varias bajas por ansiedad, depresión e insomnio crónico”. Con ese pitido sostenido día y noche, interrumpido por golpes, asegura, "es imposible dormir, teletrabajar e incluso simplemente pensar".

Orden de precinto paralizada

La pareja espera una actuación más contundente por parte del consistorio, que en realidad se ha puesto de parte de los vecinos al solicitar hasta en dos ocasiones una orden de precinto del local. La última, el pasado 5 de abril, tras comprobar que incumplían los límites establecidos por la Ordenança del Medi Ambient y siguen sin tomar medidas correctoras. Fuentes municipales conocedoras del caso explican a este diario que si el horno sigue abierto en estos momentos es porque el precinto fue suspendido en el juzgado, que solicitó una mediación del todo "inviable" para el Ayuntamiento. 

Mientras se desencalla este lío judicial, Fratini se siente muy solo. Su piso ejerce de amortiguador del sonido para el resto de las viviendas, que además están habitadas en gran parte por vecinos y vecinas con renta antigua que no quieren problemas con la propiedad. En realidad, no está tan solo. Uno de cada cuatro barceloneses, según la última Encuesta de Salud de Barcelona, considera que su vivienda está afectada por ruidos procedentes del exterior. 

La pescadería de la discordia

Mientras esta pareja de la calle de Urgell resiste, otra lectora con un problema similar acabó abandonando su piso para poder descansar. Se llama Isabel León y en su carta enviada a Entre Todos explica que marchó de su domicilio para poder dormir. Antes había intentado dormir en el comedor, pero no fue suficiente.

“Compré el piso cuando me casé y nunca tuve problemas con la pescadería, aunque siempre pensé que tenían un problema con el desagüe porque olía mal en la escalera, hasta que compraron unas máquinas de hielo”, recuerda esta vecina del distrito de Sant Martí ahora exiliada en Castellbisbal buscando de algo de paz.

León explica en su carta que tras poner una denuncia en el distrito a finales de 2019 técnicos del ayuntamiento realizaron unas sonometrías que superaban por poco el máximo de decibelios permitidos, suficiente para ordenar a los propietarios del negocio a realizar alguna actuación. El ruido aumentó considerablemente en las semanas siguientes, como demuestran unas mediciones pagadas de su bolsillo, y sostiene que la empresa cubrió esas máquinas con un material que apenas amortigua ligeramente ese molesto e ininterrumpido rumor. 

Fuentes municipales, en cambio, consideran que en este caso las “medidas correctoras” ejecutadas por el propietario del establecimiento resultaron suficientes a la luz del estudio sonométrico que ellos realizaron. “Desde el distrito se pasaron las mediciones a Medi Ambient, que confirmó que eran correctas y que la actividad cumple”, detallan desde el consistorio, que dan el expediente por archivado.

León, por su parte, prepara una demanda por daños y perjuicios dirigida tanto al Ayuntamiento como a los responsables de la pescadería, principalmente por las molestias ocasionadas durante más de dos años y el dinero invertido mediciones, abogados y el alquiler de un piso de fuera de Barcelona.