CANARIAS

La batalla psicológica contra el volcán de La Palma

Ansiedad, estrés y depresión son los principales trastornos que los psicólogos tratan de evitar con su actuación temprana

Varias personas observan el volcán de Cumbre Vieja

Varias personas observan el volcán de Cumbre Vieja / EFE/MIGUEL CALERO

Verónica Pavés

Los vecinos del oeste de La Palma, en el lado opuesto del avance de las coladas de lava, llevan más de un mes aguantando los constantes rugidos del volcán a unos pocos kilómetros de distancia. Este ruido gutural, que nace de las entrañas de la tierra, se ha convertido en una parte indivisible de sus vidas, que no les permite olvidar la incertidumbre al futuro, el temor al paso errático de las coladas y el dolor que suscita cada pequeña pérdida de su antigua vida.

Estas losas pesan cada día más en su salud mental y, sin un buen tratamiento a su dolor, las consecuencias a largo plazo pueden ser aún más devastadoras. De ahí que la atención psicológica se haya convertido en un requisito indispensable en la emergencia, en aras de que estas personas puedan seguir adelante con su vida, pese a convivir con los continuos gritos de queja que emanan del volcán.

Al pie del cañón se encuentra, desde que se abrió la primera fisura en Cumbre Vieja, la psicóloga Alicia Pérez Bravo, adscrita al Colegio de Psicólogos de Santa Cruz de Tenerife. Abanderando el compromiso y solidaridad, la también palmera se desplazó al Hotel de Fuencaliente donde, poco a poco, se ha ido dando cobijo a los vecinos evacuados, y en el que hoy duermen 375 todoquenses y laguneros.

El Hotel de Fuencaliente, donde se ha refugiado a 375 de los 7.000 evacuados, se ha convertido en una verdadera comunidad unida por una máxima: salir adelante todos juntos

Los primeros días, como admite Pérez, las actuaciones psicológicas fueron difíciles. La psicóloga narra que, al no conocer a nadie, tenía que ir «picoteando aquí y allí», intentando presentarse a los afectados y ofrecer su ayuda. Sin embargo, muchos mostraban reservas a abrirse del todo a la nueva integrante de esa reciente familia.

«Hoy son ellos los que se me acercan para hablar o, incluso, a advertirme que alguno de sus compañeros lo está pasando peor», explica Pérez. «Después del almuerzo, se reúnen en las zonas comunes para compartir sus inquietudes», narra la psicóloga. Gracias a estos corros, se han convertido entre ellos mismos como unas metafóricas «hadas madrinas», que ayudan a los psicólogos a saber dónde actuar, y también al resto de compañeros a animarse a pedir ayuda cuando el pudor les frena.

Y así, sin que ello fuera la pretensión inicial, el Hotel de Fuencaliente se ha convertido una verdadera comunidad unida por un precepto: salir juntos adelante. «Es de destacar la entereza que demuestran estas personas, incluso en la situación tan difícil que están atravesando», recalca Pérez Bravo.

"Destaca la entereza que demuestran estas personas en la situación tan difícil que están atravesando» «Los palmeros tienen pudor a acudir a actividades lúdicas; se sienten culpables y no quieren ser violentos"

La actuación psicológica es vital en una emergencia de este calibre. En una catástrofe natural son muchos los escenarios relacionados con problemas de salud mental que se pueden detectar. No obstante, todos ellos tienen un componente en común, y es que están derivados de la pérdida, la incertidumbre y la sensación de indefensión ante lo que está ocurriendo. En un evento en el que poco se puede incidir para cambia el curso de la naturaleza «nos encontramos con reacciones derivadas del miedo, como la angustia o la ansiedad; o problemas para conciliar el sueño», tal y como relata el psicólogo Leocadio Martín.

Estos continuos pesares recaen como en la mente y lo más común es que deriven en problemas de «ansiedad o, incluso, depresión». El volcán, además, tiene una característica única que la diferencia de otras tantas catástrofes naturales, y es su duración. Los efectos que puede provocar la emergencia en la salud mental se acrecientan en una situación como esta, porque el volcán es una «catástrofe natural viva» que sigue causando estragos donde quiera que emplaza sus lenguas de lava por un tiempo prolongado y sin certezas en lo que se refiere a su finalización.

En continua alerta

Esta traba para saber dónde se encuadra el final de la emergencia, es un obstáculo más para la salud mental de la población a largo plazo. Si pasa demasiado tiempo, y la población no recibe la adecuada atención psicológica, los vecinos más damnificados de La Palma –hoy son más de 7.000 los evacuados y 1.550 los que han perdido sus hogares– podrían sufrir un estrés postraumático «similar al que padecen las personas afectadas en un conflicto bélico o migraciones por persecución». Esto ocurre porque las personas se pueden llegar a ver obligadas, ante la demora del fin de la crisis, a cronificar sus mecanismos naturales de supervivencia, lo que supone estar en una continua «lucha o huida».

Este mecanismo de defensa del ser humano está pensado para afrontar «situaciones cortas con un principio y un final» y se activa en este tipo de emergencias y catástrofes. Según el conocimiento que se tiene de las erupciones históricas en La Palma, la erupción podría durar hasta tres meses, provocando que los palmeros damnificados arrastren durante ese mismo tiempo esa sensación de estar en riesgo. «El problema es que esa adaptación natural al volcán termine convirtiéndose en patológica, porque puede cambiar a los afectados en muchos sentidos, haciendo mella en su salud mental para siempre», concluye Leocadio Martín.

Pero los efectos de una deficiente intervención psicológica –o el no tener ayuda de ningún tipo para atravesar estos duros momentos– pueden pasar una factura aún más cuantiosa. «Una persona que haya pasado por esto podría incluso llegar a intentar suicidarse», advierte Pérez, por lo que incide en trabajar en la prevención de todas estas tendencias.

Los expertos aconsejan, sobre todas las cosas, no afrontar la situación en soledad, ya sean damnificados directos por el volcán o personas que están viviendo desde fuera el dolor de las familias. «Confiar en exceso en nuestros propios recursos para manejar un impacto disruptivo de este calibre se nos puede volver en contra», advierte Martín. Refugiarse en la familia, los amigos, la comunidad y en los profesionales, es la forma adecuada –y a veces la única– de poder soportar estos grandes y prolongados duelos así como la tensión continua por la falta de certezas.

Los psicólogos lo recuerdan porque perciben con cierta preocupación que el volcán está haciendo mella no solo en los involucrados, sino también en el resto de la Palma. «Ha absorbido la vida social en la isla», sentencia Pérez, que relata cómo la gente que se vive en las inmediaciones del volcán o incluso aquella que lo hace en lugares de la isla más alejados, «tiene pudor a acudir o preparar actividades lúdicas porque se sienten culpables y no quieren ser violentos». Pero como inciden los psicólogos, lo que requiere esta situación es todo lo contrario: intentar hacer vida normal. Martín es consciente de que esta petición es «complicada» de llevar a cabo, y más «cuando estás al lado de una erupción volcánica y sujeto a confinamientos o evacuaciones». Sin embargo, no dejaría de recomendarlo. Tampoco se olvida de aquellas personas que han perdido parte de su vida en el volcán y les insta a «ponerse en contacto con los recursos de atención psicológica de la zona».

Más cuidado con los niños

Esta máxima es la que debería regir a todos los palmeros –en la medida de lo posible–, pero especialmente en los más pequeños. «Habría que forzar a que tengan colegio, porque aparte de proporcionarles una cierta normalidad, establece un espacio seguro», insiste Pérez. Los más pequeños viven la erupción de distintas formas, siempre en relación con su madurez, pero en todo caso, «son muy vulnerables a medio plazo», como recalca, por su parte, Martín. «Es indispensable hacer un trabajo con sus emociones», resalta Pérez, pues los pequeños son más proclives que ningún otro a «absorber» de sus padres la incertidumbre. «Hay que ayudarles a entender y a gestionar, así como explicarles el fenómeno para que lo vean con normalidad», concluye la experta.

El Colegio Oficial de Psicología cuenta con un equipo en el terreno, en distintos puntos calientes como hoteles, albergues o los lugares en los que se producen los desalojos, un equipo online y una línea telefónica abierta cualquier persona que puede llamar de manera gratuita (600759760, 696087014 o 922289060).

Además, el Hospital de La Palma y el Cabildo insular han habilitado, por su parte, un servicio de atención psicológica. No obstante, y pese a todas estas posibilidades de atención, Pérez admite que no son demasiadas las personas dentro de la población general que están participando en estos dispositivos y, por ello, anima a quien lo necesite a acudir a sus servicios «aunque no sea un afectado directo». La psicóloga cree que son muchos los que se están cohibiendo de recibir este servicio por «pudor» o por creer que no son tan prioritarios. Sin embargo, Pérez lo desmitifica: «Estamos aquí para todo el mundo, si tiene la necesidad de hablar, puede dirigirse a nosotros».