BALEARES

Cristina Macaya, esa señora

Es significativo que Cristina Macaya, así la conoceremos por siempre, haya muerto en Mallorca.

Macaya es la anfitriona de Mallorca, sin más.

Cristina Macaya.

Cristina Macaya. / B. Ramon

Matías Vallés

Matías Vallés

Es significativo que Cristina Macaya, así la conoceremos por siempre, haya muerto en Mallorca. No acertó a nacer en la isla, pero nunca se separaría de su pedazo de paraíso en Establiments. Estrenó la finca de es Canyar al acabar su relación con Plácido Arango, y los hijos del multimillonario mexicano lloran hoy a la mallorquina de adopción como a una madre.

La relación de magnates, artistas o estadistas a quienes Macaya atrajo a Mallorca con el señuelo de su casa es inagotable. Pueden empezar por Bill Clinton, seguir con Adolfo Suárez, detenerse en Michael Douglas, remansarse en los príncipes Michael de Kent si son adictos a los royals británicos. Y si prefieren el escándalo, ahí están las fotos robadas por los paparazzi en la piscina a Mariano Rubio y a Carmen Posadas, tan estupenda señora hoy como entonces.

Cada vez que subías a es Canyar, te llevabas una sorpresa:

-¿Qué pasa hoy, Cristina, que tienes más vigilancia que Fort Knox?

-Está Felipe paseando por los naranjos.

Y en efecto, González recogía piedras mallorquinas que le servían de inspiración para los diseños de joyería en que entretenía su jubilación de la política activa. Aparecían sin avisar Isabel Preysler o Valentino, mientras el tiburón venezolano Gustavo Cisneros te estrujaba la mano con sus mandíbulas, insinuando lo que podría sucederte si no fueras atento pero sin propasarte con su culta mujer Patty Cisneros.

Macaya es la anfitriona de Mallorca, sin más. Algún día, los estudiosos la colocarán a la altura del papel jugado por Robert Graves, Camilo José Cela o la mismísima familia March. En una ocasión escribí que le había ganado la partida de una recaudación benéfica a Doña Carmen, sin necesidad de apellidos.

Al día siguiente, me convocaban al palacio:

-Hola, soy Carmen Delgado. Ya sé que ahora tienen democracia y pueden escribir lo que quieran, pero esa señora...

"Esa señora", así se resumía la mezcla de fascinación y rechazo que siempre suscitó Macaya en Mallorca. Cuántos han frivolizado con su figura o la han menospreciado, mientras se morían por ser invitados a sus fiestas. La ventaja es que podías decírselo, soltarle cualquier inconveniencia antes del baile:

-No sé cómo puedes reunir en tu casa a lo mejor y a lo peor de la sociedad, hasta el punto en que es imposible distinguirlos.

-No te pongas borde, porque yo tampoco entiendo que estés con una persona y te pelees con todo su entorno, que es tu especialidad.

Nadie trabajaba en verano tanto como Macaya, la anfitriona perfecta y perpetua. Corría el rumor de que no dormía, pero lo hacía por ejemplo mientras nos dirigíamos al Calvari de Pollença, al tiempo que me encomendaba la conducción de un Range Rover excesivo para mis limitadas aptitudes. La despertaba en la cima, porque allí nos esperaban Rebecca Horn y Marina Abramovic, que todavía no era la artista más famosa del mundo. Pueden añadir a Yannick Vu de Ben Jakober. Intenten predicarles a la mujer como víctima.

Macaya dormida es un contrasentido, pero amaba la paradoja de reunir a Antonia dell’Atte con la familia Borbón, a un retén de mallorquines con William Friedkin. Sí, el director de El exorcista y de French connection, acompañado de su esposa Sherry Lansing, la primera mujer que dirigió un gran estudio de Hollywood, la Paramount.

No había sorpresa inimaginable en es Canyar. Paseando una noche por los alrededores, advertías un bicho metálico de tamaño insospechado:

-¿Qué hace ahí un helicóptero?

-Es que han venido los Kadoorie, y se lo han dejado aquí mientras están en el yate.

En efecto, una de las mayores fortunas de Hong Kong. Se catalogó a Macaya de gran componedora, de limadora de asperezas entre todopoderosos, de espía. Puede que desempeñara todos los cargos a la vez, pero a la altura de los Goulandris, de los Swarovski. En cambio, ella prefería el papel de provocadora. Había asistido con una minifalda vertiginosa a una inauguración artística en Palma. Levantó ampollas. Era obligado reprenderla:

-Te comunico que Mallorca entera está hablando de tu vestido excesivamente juvenil.

-Ya sabes que siempre he sido un poco putilla.

En efecto, es un lenguaje inapropiado en estos momentos, pero intente que personajes como Macaya o Maruja Torres, tan próximas en sus desafíos, encajen en el molde.

Macaya sentaba a las parejas por separado, le encantaban los malentendidos que generaba esta disposición. Los varones inseguros se pasaban la cena desplazándose muchos metros y repetidas veces, para escenificar su status conyugal. Otra noche fuimos a Son Net de su amigo David Stein, para compartir mesa con su alma gemela Marta Gayá, Rosario Nadal y Claudia Schiffer. Adivinen quién ganó el concurso de personalidades arrolladoras.

No todo era vacío existencial en las veladas veraniegas. Fue en es Canyar donde Carlos Fuentes, con Andreu Manresa sentado a su derecha, nos comunicó solemne que el Nobel sería finalmente para Mario Vargas Llosa, por haber escrito la inigualable La fiesta del chivo. Así ocurrió.

Fuentes amaba a Macaya, pero le agotaba tanto su ritmo de fiesta diaria, que le escondía las reservas secretas que efectuaba para recuperarse en el Formentor. Hay que ser muy inteligente y atrevida para tomarse la vida como un juego, para arbitrar el duelo a muerte con Isabel San Sebastián, cuando le solté que «un periodista ha de ser una mala persona».

Macaya, que encontró en Cristina Ros mucho más que a su homónima mallorquina, dominaba la fórmula secreta para que no fallaras a una fiesta:

-Tienes que venir sin falta, hay tanta gente que no quiere que vengas.

Y acudías disciplinado con Pedro Jota y Ágatha, otra imbatible, que se lanzaba como una leona contra el presunto agresor periodístico de su esposo. El feroz director sempiterno calmaba las aguas:

-Ágatha tiene la mala costumbre de creerse todo lo que publican los periódicos.

Macaya fue la mejor propagandista que Mallorca pudo imaginar, aunque la isla no siempre estaba a la altura de su frenesí. Cuando eso ocurría, y la aburrían los cien invitados de la jet cenando en su casa, se levantaba y agarraba sin complejos el cráneo mondo y lirondo de una de las fortunas nacionales, proclamando para que todos la oyeran:

-Qué soso eres, eres el más soso de España.

Nunca logró aburrirse.