MEDIO AMBIENTE

Sin freno al plástico: la plaga desbocada

Al Mediterráneo llegan 200.000 toneladas de plástico al año

Verduras y frutas envueltas en embases de plástico en una tienda.

Verduras y frutas envueltas en embases de plástico en una tienda. / Jordi Cotrina

José Lluis Ferrer

Imaginemos una fila de 500 contenedores industriales cargados con residuos plásticos. Y que luego, uno a uno, fueran vaciando su contenido directamente al mar. Los 500 en un solo día. Y lo mismo al día siguiente, y al otro, y así sucesivamente. Eso es lo que está sucediendo en el Mar Mediterráneo, donde siguen llegando 200.000 toneladas de plástico cada año, según cifras de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Dos informes elaborados recientemente por este organismo mundial auguran que, si no se adoptan medidas drásticas (y no hay ningún indicio de ello), esta cifra se duplicará en 17 años. Mare Plasticum, se titula, justificadamente, uno de esos informes. Según otros estudios, también recientes, España lanza al mar más de 126 toneladas de plástico al día, lo que convierte a nuestro país en una potencia contaminadora de primer orden en nuestro vecindario mediterráneo.

Las cifras que proporciona Greenpeace son realmente impactantes: se venden 50 millones de envases de bebida cada día, pero de esa cantidad 35 millones no se recicla, ya sea porque acaban directamente en el vertedero, se abandonan en la naturaleza o no se depositan en el contenedor adecuado.

No son solo cifras de Greenpeace. La Comisión Europea lleva años denunciando la mala gestión de los residuos plásticos en España. Y es que la UE estableció hace ya tiempo que para 2020 todos los países debían reciclar un 50% de sus residuos, pero España se quedó en un 36%. Para 2030, el objetivo obligatorio es alcanzar el 60%, pero vuelve a antojarse una meta difícil de alcanzar, al menos de momento.

Ahora bien, la proliferación de basura plástica no es un problema nacional ni que se pueda analizar acotando fronteras. Todo el planeta está infestado de plástico, que mata a fauna silvestre, contamina espacios naturales e incluso ha penetrado ya en el organismo humano (torrente sanguíneo, hígado o pulmones) mediante los micro y nanoplásticos. La humanidad tira a los océanos 8,8 millones de toneladas al año, cifra que durante la pandemia aumentó por el abandono masivo de mascarillas, guantes y otro material protector.

A finales del mes pasado se desarrolló en Uruguay la primera cumbre mundial, auspiciada por la ONU, para tratar de buscar una solución a la proliferación mundial de los residuos plásticos. Fue una cumbre que pasó bastante inadvertida y, de hecho, no consiguió resultados tangibles, pero tuvo la virtud de abrir el camino de una serie de reuniones internacionales (hay cinco previstas en los próximos dos años) para decidir cómo terminar con esta situación. De momento, esta primera cumbre, que reunió a 2.000 expertos y delegados de 150 países, sirvió para definir las posturas de salida. Por un lado, la industria del plástico aseguró estar preocupada por la dimensión que ha alcanzado el problema de la conteminación por este tipo de residuo, pero dejó bien claro que no piensa aceptar ninguna restricción a la producción de este material. Los fabricantes tienen de su lado a importantes países, que resultan ser grandes productores de plástico, como Estados Unidos, o Arabia Saudí, de donde sale gran parte de la materia prima para fabricarlo. China, al igual que estos dos, argumenta que es mejor optar por acuerdos nacionales, en vez de uno mundial, que no ve viable. En cambio, las naciones africanas, junto con Suiza, Costa Rica, Ecuador, Noruega o Perú, forman la ‘coalición de gran ambición’ y quieren poner fin a la contaminación plástica para 2040, bajo un único criterio mundial, legalmente vinculante y efectivo.

Los expertos opinan que gestionar la reducción y eliminación de la basura plástica país a país será mucho más difícil que mediante un tratado internacional, a semejanza del Acuerdo de París para el clima.

Un problema de salud

Sea como sea, lo cierto es que no se trata solo de un problema medioambiental, sino también de salud. La forma en que está penetrando el plástico en nuestro organismo constituye la culminación de un proceso de contaminación cuyas consecuencias no han llegado aún a su fin. Una investigación de la Universidad de Newscatle demostró hace unos pocos años que el ser humano, en los países occidentales, ingiere cada semana el equivalente a una tarjeta de crédito. Los pequeños fragmentos que contiene la comida, la bebida y el mismo aire que respiramos hace que se incorpore a nuestro cuerpo un caudal de microplásticos cada vez mayor. Según este estudio, al cabo del año ya hemos ingerido 250 gramos de plástico (un cuarto de kilo).Mariscos, cerveza y sal, aparte del agua (tanto de grifo como envasada) resultan ser los artículos que más partículas contienen.

En consecuencia, ya se han detectado microplásticos en órganos vitales del cuerpo humano como pulmones e hígado, aparte del torrente sanguíneo. Y los científicos temen que este contaminante pueda estar a punto de llegar al propio cerebro. Investigadores coreanos han investigado en ratones y han comprobado que los microplásticos pueden traspasar la barrera hematoencefálica y causar neurotoxicidad. El plástico ya es un veneno que tenemos dentro.