Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA
Una nueva oportunidad para Bolivia
Los más urgentes son normalizar el abastecimiento de combustible, aportar los dólares necesarios para lubricar la economía y lograr que funcione con cierta normalidad

Fotografía del 19 de octubre de 2025 del ganador de las elecciones presidenciales en Bolivia, Rodrigo Paz Pereira. / GABRIEL MARQUEZ / EFE
Tras 20 años de gobierno, el Movimiento al Socialismo (MAS) abandonará el poder por la puerta de atrás, de forma vergonzante, fragmentado y prácticamente sin representación parlamentaria. El relevo será tomado por Rodrigo Paz, candidato del Partido Demócrata Cristiano (PDC), una mera sigla instrumental. Paz es un político que se define como de centro derecha, partidario del “capitalismo para todos” y sintetiza su mensaje en torno a los conceptos de Dios, familia y patria.
Su contundente victoria en la segunda vuelta, después de una campaña marcada por la guerra sucia y las acusaciones de sus adversarios de ser una marioneta en manos de Evo Morales, fija el inicio de una nueva etapa en la historia reciente de Bolivia. El Tribunal Supremo Electoral (TSE) concluyó el miércoles el escrutinio definitivo que amplió en unas décimas la diferencia que lo separaba del más derechista Jorge Tuto Quiroga tras el primer conteo rápido. Si bien sus seguidores más exaltados hablaban de fraude, pese a la diferencia de casi 10 puntos que había entre ellos, tanto los observadores internos como los internacionales, comenzando por la UE y la OEA, insistían en la normalidad y legalidad del proceso.
Paz tiene por delante diversos desafíos trascendentales y la forma en que los afronte condicionará su mandato. Los más urgentes son normalizar el abastecimiento de combustible, aportar los dólares necesarios para lubricar la economía y lograr que funcione con cierta normalidad y, finalmente, cortar la emisión de dinero y reducir la inflación y la deuda pública. Afortunadamente, el periodo de transición es corto y su mandato comenzará el 8 de noviembre. Es una fórmula adecuada para reducir la incertidumbre y minimizar las reacciones no deseadas de los mercados y de ciertos actores económicos.
Más allá de lo estrictamente coyuntural hay que emprender reformas de calado para revertir la profunda crisis nacional. Para que prosperen es necesario alcanzar consensos políticos amplios, producto de un gran pacto entre el gobierno y parte de la oposición, que garanticen mayorías parlamentarias cualificadas y un compromiso de estabilidad. Unidad, el partido de Samuel Doria Medina, ya anunció que apoyaría al gobierno y en unas recientes declaraciones Quiroga se mostró dispuesto a aportar gobernabilidad. Veremos si lo hace, aunque lo que más necesita Bolivia es que éste realmente apoye los cambios necesarios para romper con años de populismo estatista.
Para ello Paz pretende incidir en tres grandes áreas: 1) la reforma de un Estado fagocitado por la larga gestión hegemónica del MAS, 2) la descentralización presupuestaria, con mayor capacidad económica y de gestión para las regiones en detrimento del poder central y 3) el impulso a la economía formal y productiva bajo el signo del capitalismo para todos, que según la definición del presidente electo implica “platita para la gente, estabilidad para que bajen los precios [y] reglas claras para producir con un Estado que te ayuda". Se trata de un giro copernicano respecto del primer mandato de Morales, que comenzó jaleado por la demanda clientelista de “queremos un gobierno que de pegas” (que proporcione puestos de trabajo).
Sin embargo, el consenso parlamentario será insuficiente para consolidar el cambio. Hará falta estabilidad social y ausencia de conflictos. La movilización de los movimientos sociales bolivianos tiene un innegable potencial desestabilizador. De ahí la advertencia de Morales al nuevo gobierno, al afirmar, según su interpretación, que ganó gracias al voto de sus seguidores y que ahora es el momento de cumplir los compromisos adquiridos. Es una velada amenaza de sacar la gente a la calle, a protestar, a bloquear carreteras y provocar el desabastecimiento de pueblos y ciudades, para generar, en la medida de lo posible, un clima de violencia y descontento que pavimente su regreso al poder.
Más allá de que muchos votantes tradicionales del MAS e incluso de Morales se decantaran en esta ocasión para apoyar a Paz, como otros lo hicieron por Quiroga, su capacidad de presión no será la misma que en 2005 cuando forzó la renuncia de Carlos Mesa. Tras su ruptura con una parte importante del MAS, sin representación parlamentaria, prófugo de la justicia y refugiado en su santuario del Chapare su poder de convocatoria se verá sensiblemente reducido fuera del círculo de sus seguidores más fieles. No es lo mismo ponerse a la cabeza de la manifestación que intentar dirigirla por control remoto.
Uno de los mayores problemas que deberá afrontar el nuevo gobierno es la coexistencia del presidente con su vicepresidente Edman Lara, un expolicía de fuerte arraigo social gracias a su discurso populista y anticorrupción y muy implantado en las redes. El estilo y los modos de Lara, más idóneos para hacer campaña que para gobernar, pueden generar desencuentros al más alto nivel si no son hábilmente reconducidos con un adecuado marco institucional. Ahora bien, tampoco sería la primera vez en la historia del presidencialismo latinoamericano que las relaciones entre el presidente y su vice son tormentosas. Pese a ello, la etapa que comienza en Bolivia respecto a los 20 años anteriores es un gran cambio no solo hacia atrás sino, sobre todo, hacia adelante.
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