HISTORIA
El buzón que Ángel abrió en el Atlántico para recibir sólo cartas de amor: "Es una locura, nos llegan del todo el mundo"
Pintó en su casa de La Palma un letrero para ahuyentar las numerosas facturas y anuncios que le mandaban a diario: 15 años después, tras fallecer, su hija ha tomado las riendas de un proyecto convertido en lugar de peregrinación

JM LÓPEZ | FERNANDO BUSTAMANTE

Un silencio extraño había tomado la casa familiar. Ángel era tan alegre, tan extrovertido, que su ausencia se notó al instante. Era difícil estar ahí, en su despacho, con tantos papeles y fotografías. Los cuadros que pintó hablaban de él por sí solos: era un hombre que soñaba en voz alta, idealista y honesto a partes iguales. Por ello, cuando Guadalupe, su hija, se enfrentó a aquellos recuerdos, tuvo que coger aire en numerosas ocasiones. Estuvo días ordenándolos, apuntalando su vida ahora ya sin su padre. De repente, apareció una carpeta que nunca había visto. Era naranja y había un dibujo en la portada. Lo reconoció al instante y, nerviosa, sin decir palabra, la abrió. En su interior encontró 35 cartas de amor. “No me lo podía creer. En 2010, harto de recibir facturas y anuncios, puso en el buzón un aviso al cartero. Jamás pensé que se haría realidad”, relata Guadalupe. A rotulador, sobre una puerta azul, escribió: “Sólo cartas de amor”. Y, desde entonces, no han dejado de llegar.
En La Canela, un colorido barrio de Santa Cruz de La Palma, en Canarias, aquel disparate se ha convertido en lugar de peregrinación. No sólo entre los vecinos que conocían a Ángel, hasta él se acercan abundantes turistas a diario. Impresionados, cuando ya nadie envía cartas, de inmediato sienten el impulso de hacerlo. “Las hay en inglés, francés y alemán. La mayoría son de desamor, pero también las hay de esperanza y perdón. Hay quienes, incluso, piden al buzón, como si pudiera conceder deseos, que les traiga paz. Recuerdo una postal con sólo cuatro palabras: ‘Querida casa, te bendigo’. Qué bonito que alguien te dedique algo así. Es una locura, nos llegan de todo el mundo”, continúa Guadalupe, de 30 años, que hoy vive en Valencia. Cada cierto tiempo regresa a la isla, donde aún reside su tía Isabel, encargada de guardar las misivas que siguen entrando. Las lee, las cuida. De hecho, está preparando un libro con todas ellas. Su padre falleció en 2022 y ésta es su particular forma de mantenerlo vivo.

Guadalupe, fotografiada en Valencia, donde reside en la actualidad. / FERNANDO BUSTAMANTE
Ángel nació en La Palma, pero se trasladó a la Comunidad Valenciana con 10 primaveras. Se hizo abogado y, tras divorciarse, cuando su hermana regresó al archipiélago, decidió volver: “Yo tenía 18 años por aquel entonces. Cada verano, cuando iba a verle, le veía repasar las letras del buzón. Me hacía gracia, pensaba que era una cosa anecdótica. Mi padre era una persona muy creativa, con gran sentido del humor. Le divertía mostrar públicamente su enfado, poniendo en marcha proyectos así”. Uno de sus favoritos fue El Portugués, un bar para la intelectualidad palmera. Lo montó en casa, en cuyos salones discutían sobre cultura y política. “Causó furor, iba muchísima gente. Ahora bien, no había manera de sostenerlo. La hostelería es muy sacrificada y él, además, lo compaginaba con su trabajo. Lo llamó así en honor a su abuelo, que llegó desde Portugal y se enamoró”, continúa su hija. El letrero aún sigue en la fachada.

VIDERE | RAQUEL SERRANO
La última vez que abrió fue durante su funeral. Llevaba años cerrado, pero su familia quiso hacerle un homenaje en el lugar que tantas alegrías le había dado: “Expusimos sus cuadros e invitamos a todos sus amigos. Se emborracharon, brindaron por él. Fue precioso. Cuando lo cuento, hay quien piensa que estamos locos. Se lo merecía”. En aquellos días finales, Ángel sólo recuperaba la ilusión cada vez que recibía una carta. Eran puro bálsamo para él. Pese a ello, jamás respondió ninguna. Una tarea que Guadalupe está realizando ahora: si bien algunas están en mal estado, con la letra casi borrada, siempre que encuentra una dirección, intenta ponerse en contacto con su autor. “Me gusta saber qué pasó con ellos. Si les fue bien en el amor, en qué punto están. A quién han conocido, de quién se han despedido. Tal vez, hoy su vida sea distinta. O, quizá, no. En cualquier caso, les agradezco el tiempo que le dedicaron”, sostiene.
Mareas de historias
Desde que Ángel no está, el número de sobres no ha parado de aumentar. Unos las entregan presencialmente, otros las mandan por correo postal. Es tal éxito que Guadalupe ha abierto una cuenta en Instagram para recogerlas. También las recibe por correo electrónico, donde llegan mareas de historias. “Te amo porque mi corazón lo canta, porque mi cabeza calla. No hay motivos concretos… pero, de haberlos, tendrían que ver con la sorpresa. Amo lo que me hace sonreír, lo inesperado, lo que mantiene lo fresco de la niñez”, recoge una de 2008. Otra de 2017 dice: “Como sé que los círculos nunca se cierran, siempre se expanden, quería recordarte lo que te quiero. Lo hago con el mismo sentimiento infinito con el que acuno a mi niña interior”. Con trazos firmes, directas del corazón, estas misivas son un canto a la libertad. Sólo buscan sanar, arropar. Que alguien entienda los chispazos que les han llevado a escribirlas.

Dos de las cartas que Guadalupe continúa recibiendo en La Palma. / EPE
“¿Cuántas veces vas a irte? ¿Siempre volverás? No es fácil abrir y cerrar la puerta tan a menudo. Temo que estas idas y venidas me inutilicen y que me quede siendo tan tuya para siempre”, se pregunta una chica en tres folios. Guadalupe tiene su favorita: aún no la ha publicado en redes sociales, primero le encantaría dar con su protagonista. “Es de un chico que no acepta que su novia se haya distanciado. Lo cuenta con mucha poesía, haciendo metáforas sobre su felicidad. Dice que espera encontrársela feliz, aunque ya no sea con él. Está fechada y firmada con iniciales. Será difícil dar con él, pero lo intentaré”, asegura. En Valencia, donde atesora gran parte de ellas, las estudia a fondo, tomando notas de cada una. Lleva meses con ellas, a la espera de las siguientes. Su tía Isabel, en La Palma, las custodia con mimo. Adora leerlas, pero sobre todo compartirlas con su sobrina.
Un instituto enamorado
“Esto es una bola que se ha ido haciendo grande”, dice Isabel junto al buzón que abrió su hermano. Se intuye la emoción cada vez que habla de él. Han pasado la vida juntos y, claro, ahora que no está, los recuerdos se amontonan en su mirada. “Estaría encantado con todo lo que ha despertado su iniciativa. Cada vez que leo una carta pienso que la gente sigue moviéndose por el amor. Me gusta que tengan humor y se detengan a escribirlas. En este planeta tan ajetreado apenas tenemos tiempo para hacer cosas así. Menos mal que algunos resisten”, prosigue mientras recoge las tres que acaban de depositar. Muchas proceden del instituto Alonso Pérez Díaz, que se localiza a escasos metros: durante el recreo, sus alumnos y alumnas, en plena adolescencia, se desplazan hasta aquí para dejar sus impresiones. El Portugués se levanta en el coqueto casco histórico de Santa Cruz, una ciudad frente al Atlántico donde viven 15.000 personas.

Algunas de las cartas que Guadalupe ha recibido a lo largo de 15 años. / FERNANDO BUSTAMANTE
En su puerta, justo debajo de la ranura, aparece una firma que ha llamado la atención de los viandantes: “A posta del conde Velhoco”. La historia es igual de apasionante: “Mi familia tenía un terreno en esta localidad del centro de la isla. Era muy pequeñito, con sus vacas y perros. A mi padre le encantaba fantasear y, junto a un amigo, Eladio, se inventó un condado. Aunque todo era ficción, se autocoronaron conde y vizconde mutuamente. Durante años, intercambiaron emails donde discutían cómo gestionarlo y organizarlo. Fue tal su implicación que la gente empezó a dirigirse hacia ellos así. De hecho, hemos tenido amenos debates sobre quién lo heredaría en el futuro. Aquellas conversaciones se reunieron en un libro que editaron en 2019. Lo hicieron para que el condado perdurase”, concluye Guadalupe entre risas. Algunas cartas llegan a su nombre. Lo que, sin duda, aún da más credibilidad a su fantasía.