Opinión | OPINIÓN
'Madman theory' y la política trumpista
El presidente estadounidense puede ser un bravucón, pero no es estúpido, como demuestra su capacidad para los negocios y pese a las polémicas medidas con las que ha comenzado su segundo mandato

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump / Europa Press/Contacto/Aaron Schwartz
Octubre de 1969, el presidente de Estados Unidos ordena a una docena de aviones militares cargados de armas nucleares que atraviesen Alaska y vuelen cerca de territorio soviético. En plena Guerra Fría y con un enquistado conflicto en Vietnam, la maniobra de Richard Nixon pretendía que los rusos creyesen que estaba dispuesto a usar armas nucleares.
Años después, su jefe gabinete lo explicó en el libro Los fines del poder y acuñó la teoría del loco (Madman theory) como la táctica usada por Nixon para hacer creer al enemigo que podía apretar el botón nuclear. El presidente estadounidense quería que los líderes soviéticos pensaran que era lo suficientemente impredecible como para usar armas nucleares si no se llegaba a un acuerdo favorable para su país, de ahí esos bombarderos volando a metros del espacio aéreo soviético para así demostrar su disposición real a usar fuerza extrema.
La estrategia no es nueva, son varios los investigadores que han demostrado que un estadista puede formular amenazas más efectivas si es percibido como demente por las naciones rivales. "Si el líder es capaz de transmitir que está loco de forma limitada a un tema concreto, entonces a veces puede tener éxito", explican.
La estrategia del loco le ha funcionado a Trump con México y Canadá, veremos qué pasa con Groenlandia, Gaza y Ucrania
Decisiones irracionales
Más allá de la política, esta técnica de negociación consiste en hacer que la otra parte crea que eres capaz de tomar decisiones irracionales o extremas si no se cumplen tus demandas. La idea es que el miedo a lo impredecible lleve a la otra parte a ceder en la negociación para evitar consecuencias negativas.
Ahora que Donald Trump comienza su segundo mandato con polémicas medidas, conviene no olvidar esta teoría repasando en primer lugar el pasado reciente. En 2017, siendo presidente, el republicano amenazó con que respondería con "fuego y furia" si Corea del Norte atacaba los intereses de Estados Unidos en el mundo; no hubo ataque porque los coreanos no escalaron la tensión. Unos meses antes anunció a bombo y platillo la construcción de un muro en la frontera con México que pagarían además sus propios vecinos del sur; tampoco se inició esa muralla porque el país centroamericano aplicó una restrictiva política migratoria.
Pero si analizamos sus primeras decisiones veremos la misma táctica. Anunciar que Estados Unidos debía "recuperar" el canal de Panamá y así conseguir con el miedo a una invasión retirar a los chinos del control de esta vía de transporte. O pasarse toda la campaña alardeando de que su palabra favorita del diccionario es aranceles para en los primeros días tras su toma de posesión firmar una orden del 25% de impuestos al comercio con México y Canadá que se retira tras conseguir 10.000 soldados respectivamente en sus fronteras del norte y sur pagados por Claudia Sheinbaum y Justin Trudeau.
Trump podrá ser un bravucón, pero no es estúpido. Por ahora la estrategia del loco con los aranceles le ha funcionado y veremos si la de exigir Groenlandia se salda o no con un mayor presupuesto de defensa de la Unión Europea. Tampoco ha de descartarse que la boutade de acabar con la guerra de Ucrania en 24 horas o los resorts de Gaza traigan al fin y a la postre una paz en estas zona acorde a los intereses americanos que, por otro lado, siempre serán mejores para nosotros que los del imperialismo ruso o los terroristas islámicos.
Decía que Trump tiene verbo flojo, aunque capacidad contrastada para los negocios. Y el presidente americano es el que menos interés tiene en una guerra comercial, aunque demuestre lo contrario. De hecho, su fortuna familiar está basada en esa apertura, pero sobre todo la prosperidad del mundo y en particular la de Estados Unidos está basada en el libre comercio. Ha sido así desde el nacimiento de la nación que se benefició de la desaparición del régimen económico mercantilista de la Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII, basado en aranceles para proteger su industria.
Impulsores del GATT
Estados Unidos también en 1947 fue uno de los principales impulsores y firmantes del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Tras la Segunda Guerra Mundial, el país de Trump buscaba promover la recuperación económica global y evitar los errores proteccionistas que habían contribuido a la Gran Depresión. Por ello, apoyó la creación del GATT para reducir barreras comerciales y fomentar el libre comercio. Es más, no se entiende el exitoso soft power americano en el mundo sin sus multinacionales que han convertido la cultura estadounidense con su cine, moda y hasta comida en el principal atributo para seguir siendo el primer país del mundo.
Por eso y mucho más, cuando veamos a Trump fuera de sí firmando órdenes inopinadas de aranceles recordemos la frase que Maquiavelo dejó escrita en el siglo XVI: "En ocasiones, una cosa muy sabia es simular locura".
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