Opinión | 610,8 km
Entre pagar por un calcetín hecho en España y hecho en China
No son buenos tiempos para los defensores de la libertad de movimientos, la supresión de barreras y el consumo e inversión responsable e informado
¿Está usted dispuesto a pagar 3 euros más por un calcetín hecho en España que hecho en China? ¿O diez, cien, mil y 10.000 euros más por un producto fabricado en su localidad, comarca, provincia o país, en vez de comprar uno similar importado del sureste asiático u otro territorio donde no se respetan los derechos laborales, fiscales o higiénicos? Esto sirve tanto para los calcetines, lapices de colores, los productos tecnológicos o un automóvil eléctrico.
Esta es la pregunta cuya respuesta y sus derivadas marcan el complejo debate detrás del neoproteccionismo que regresa con fuerza en buena parte de los países desarrollados. A Donald Trump y compañía lo votan, entre otras razones, quienes consideran que la competencia procedente de otras áreas del planeta es desleal, desigual y perjudica al trabajador local. Señalar a las empresas americanas que fabrican en el extranjero aprovechándose de que los costes son muy inferiores a hacerlo en casa se ha convertido en uno de los pasatiempos favoritos del presidente electo de Estados Unidos. Un recordatorio: Tesla, el fabricante de coches propiedad del magnate trumpista Elon Musk, fabrica ya un millón de unidades en China.
Detrás del renacimiento de estos movimientos liderados no solo desde la derecha extrema, sino también desde la izquierda radical, se ha consolidado el sentimiento de antiglobalización, de que el mundo se ha pasado de frenada a la hora de permitir la libertad de movimiento casi total de bienes ¡y de personas! ¿Soluciones? Cada uno de los extremos tiene sus prioridades. Algunos incluso se tocan. Dicen: hay que poner trabas al comercio internacional aumentando tarifas y aranceles; hay que evitar y controlar la llegada de migrantes que escapan de la miseria de sus países y, por qué no, también establecer barreras de entrada y de hospedaje a los turistas que inundan el centro de nuestras ciudades.
Luego están las contradicciones, difíciles de superar incluso entre los más coherentes de los 'cupaires' antisistema, podemitas leídos o de otros, igual da la edad y la procedencia socioeconómica, que dan lecciones morales contra la globalización y a favor de defender la artesanía local. A la mayoría no se les caen los anillos por comprar la última oferta de trapos por internet que venda una fábrica china mientras critican a los turistas que pasean por su barrio y luego viajan (bien hacen) con su mochila a ver elefantes a la India o ayudan a masificar la ruta inca del Cusco peruano.
No son buenos tiempos para los defensores de la libertad de movimientos, la supresión de barreras y el consumo e inversión responsable e informado. El repaso de la historia y las cifras macroeconómicas que justifican la globalización por haber generado los últimos cincuenta años más prosperidad y progreso que miseria en el conjunto del planeta no convencen a todos.
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