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El pago por uso debe volver a las autopistas
Salvo respirar y alguna cosa más, nada es gratuito. Se ha generado la sensación de que los servicios públicos los paga el viento. Pues no. El debate sobre el fin de los peajes va más allá

Karl Marx se avergonzaría de algunos de los que se consideran sus herederos intelectuales. / Activos
El primer ministro francés, Michel Barnier, avisó en su primera comparecencia ante la Asamblea Nacional de que Francia está "al borde del precipicio" desde un punto de vista económico. La razón, adujo, es la inmensa deuda y un déficit público del 6% esperado para este año. Cuando un país está muy endeudado significa que dedica una buena parte de sus presupuestos a pagar los intereses de esa deuda, que ha ido retroalimentándose, año tras año. Cuanto más se pague en intereses, menos recursos se pueden destinar a inversiones públicas reales o a bajar impuestos para que empresas y ciudadanos tengan más posibilidad de ahorrar e invertir libremente. Un poco más al sur, en 2024, España puede acabar pagando 40.000 millones de euros en intereses de deuda, el 10% más que en 2023. A la espera, poco asumible, de que el Gobierno sea capaz de aprobar los Presupuestos Generales para el próximo año, sí está asegurado que la bajada de tipos ralentizará el crecimiento del pago de intereses en 2025.
Cuando un político de centroderecha como Barnier lanza en Francia estos avisos, enseguida se le tiran encima los partidos mal llamados progresistas que llevan ya años pensando que el dinero crece en los árboles y que la deuda pública son pedacitos de papel que, llegado el día, se perdonan o queman al por mayor. Ganar dinero cuesta trabajo y aquellos que quieren que sus ciudadanos trabajen cada vez menos son defensores del miniesfuerzo. Confunden la productividad con la burocratización de la sociedad y la expansión sin límites del gasto público a expensas de la iniciativa privada. Son, en el fondo, tan conservadores mentalmente como los terratenientes que antaño vivían de las rentas y no querían que las castas de abajo levantaran demasiado la cabeza para que no les hicieran sombra. Si Karl Marx conociera a estos que usan en vano su nombre para reivindicar su corriente filosófica, los echaría a gorrazos.
Los recursos procedentes de los ciudadanos no deben usarse para facilitar la falsa gratuidad de casi todo
En España, la filosofía a favor del gasto indiscriminado y la tendencia a la subvención infinita ya no es solo monopolio de cierta neoizquierda derrochadora; en los últimos tiempos ha empezado a ser asumida por el centroderecha, que busca cómo competir en el tócala Roque, que yo doy más. Al paso que vamos, daremos becas hasta a los malos estudiantes. Vender políticamente disciplina fiscal queda mal. En política son minoría quienes preconizan que hay momentos en los que importa estrecharse, aunque sea un poco, el cinturón, aunque sea salir a cenar fuera menos veces al mes. Qué más da si se paga más en intereses; ya nos arreglaremos.
Equilibrio
La disciplina fiscal consiste en saber equilibrar las finanzas, ya sean personales, empresariales o públicas. Hay que saber predecir qué nivel de ingresos puede alcanzarse y qué deuda es asumible para no vivir con la lengua fuera, sobre todo cuando el dinero es más caro debido a la subida de los tipos de interés. A partir de estos dos presupuestos, basta con analizar en qué puede gastarse/invertirse y cómo.
Hay una serie de servicios básicos que deben garantizar las administraciones que no deben ponerse en duda. Sin excusas a dedicar recursos y una gestión adecuada (mejora de salarios incluida) para tener la mejor salud y educación públicas; para tener impecables cuerpos de seguridad e invertir en las infraestructuras necesarias para buscar sanos equilibrios territoriales y la rentabilidad de la inversión. Tampoco discutimos ayudar a las personas y familias sin recursos, integrar a los discapacitados e, incluso, facilitar la construcción de vivienda pública en aquellos lugares necesarios.
Pero los recursos de los ciudadanos no pueden usarse para facilitar la gratuidad aparente de todo. Y en ese todo está el uso de las vías rápidas. El pago por uso debería ser innegociable para mantener nuestras autopistas y autovías. Aunque se trate solo de pagar una euroviñeta anual acorde con el uso y facilitado por la tecnología accesible de la que disponemos. Es un agravante insoportable la diferencia de precios por usar las autopistas en Francia o en España, donde el corredor mediterráneo es gratis para todo el universo. El estado del piso de los 1.100 kilómetros por los que transcurre la AP7 empeora con el tiempo. Es un hecho.
Ahora que se ha puesto de moda escribir informes sobre cómo mejorar la Unión Europea, hay que empezar a tomarse en serio la unificación del sistema viario. Está muy bien despertarse de la noche a la mañana para darse cuenta de que las empresas europeas apenas tienen peso (sector del lujo aparte) en el escenario internacional y hay que empezar a consolidar el sector financiero, energético y de telecomunicaciones; pero hay temas que al ciudadano de a pie le tocan más cerca.
‘activos’ quiere abrir el melón de la necesidad del pago por uso de las vías de doble uso. Hay lujos que no son permisibles. Por sentido común y solidaridad.
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