OPINIÓN
Sostenibilidad en torno a 1891
Un sistema que pone el beneficio en el centro de la actividad económica es peligroso. El capitalismo debe poner al hombre y a sus necesidades en ese lugar, siendo respetuoso con lo que es la persona
Dos niños trabajan en Inglaterra en plena revolución industrial.
Es un tópico hablar de sostenibilidad porque todo el mundo habla de ello, pero conforme avance el artículo voy a intentar darle una visión un poco distinta a la habitual. Lo habitual cuando se habla de sostenibilidad es sacar a colación las tres dimensiones de economía social y medioambiental. También suelen salir los 17 objetivos de desarrollo sostenible que la ONU ha planteado para el año 2030. La famosa Agenda 2030. Pero nadie habla de unos artículos pioneros en materia de sostenibilidad. Uno es un documento de 1891, la encíclica Rerum novarum que publicó el papa León XIII. El otro es la encíclica Populorum progressio de Pablo VI publicada en 1967.
Ambos son dos tratados que, si orientaran la acción, el mundo sería más sostenible. Rerum novarum. Cosas nuevas. ¿Y qué cosas nuevas había en torno al 1891? Pues la Revolución Industrial iniciada en Inglaterra que llevó a muchos trabajadores a trasladarse del campo a las ciudades a trabajar en las fábricas. Se dieron situaciones francamente inhumanas. Abusos por parte de los capitalistas, los poseedores del capital dueños de las fábricas hacia los trabajadores.
Ante situaciones que clamaban al cielo surgieron dos tipos de soluciones. Una fue la propuesta por Karl Marx: abolir la propiedad privada y que el Estado se hiciera con la propiedad de todos los bienes de producción. La otra solución fue la propuesta por la encíclica, que, oponiéndose a la solución de Marx, defendía la propiedad privada. La encíclica defendía que con el trabajo el obrero podría cubrir sus necesidades y, si era austero, ahorrar para cubrir sus necesidades futuras, proveyéndose casa y cobijo futuro. Si el Estado se hacía con la propiedad privada, privaba al trabajador de esas rentas con las que asegurarse su futuro, siendo, por tanto, esta una solución que perjudicaba al que pretendía defender. Por encima de este razonamiento, la encíclica defendía la propiedad privada como un derecho de las personas. También hablaba de la hipoteca social de la propiedad privada, pero de este asunto hablaremos en otro artículo.
Oferta y demanda
Esa misma encíclica, cuya lectura recomiendo, decía otras cosas interesantes. Entre ellas que el trabajo no podía considerarse una mercancía sujeta a la ley de la oferta y de la demanda. De modo que, si había suficiente oferta de personas dispuestas a trabajar en la industria, no por ello los salarios debían ajustarse a la baja. Los salarios deben ser suficientes como para mantener a una familia. Se daban situaciones de trabajadores que aceptaban trabajos con salarios míseros, pues su alternativa era el hambre. Esto era inhumano y la Iglesia salía a defender a estos trabajadores y a tratar de llamar la atención sobre estos abusos.
Otra consideración de este texto tan actual era que las condiciones del trabajo tenían que ser respetuosas con la dignidad humana, en cuanto a higiene, seguridad, descanso, etcétera. En aquella época, y también actualmente en algunos lugares, los empleados eran sometidos a situaciones insalubres, con horarios extenuantes y pocas posibilidades de descanso.
¿Hay alguien que no defiende los postulados de la Rerum novarum? A la vista de lo sucedido en Corea del Norte, Venezuela, la China de Mao y la Rusia del siglo pasado, ¿por qué apostamos por la solución de Marx o la de la Iglesia católica? ¡Ay si se hubiera hecho caso entonces a lo que decía León XIII! China no habría vivido las décadas de opresión y de devastación que vivió en el siglo pasado. Y no le habría ocurrido lo mismo a Rusia.
Basta con razonar
Había dos soluciones propuestas, la de Marx y la de la Iglesia. No hacía falta experimentar en los países ambas soluciones para saber cuál funciona y cuál no. Bastaba con que se hubiera razonado y se hubiera visto que una solución no era respetuosa con la naturaleza humana, no era respetuosa con la libertad del hombre, y por tanto no podía ser una solución válida. No hacía falta experimentar para ver las consecuencias. Yo vivo en un séptimo piso. Puedo salir cada día de casa por el ascensor o por la ventana. No me hace falta experimentarlos dos modos para saber que uno es válido y el otro no. Puedo razonar.
Noticias relacionadasDejo para otra ocasión el comentario de la encíclica de 1967. Solo acabo añadiendo una consideración de Juan Pablo II a la vista del colapso del bloque soviético al final del siglo pasado. Se preguntaba el Pontífice: derrotado el sistema de planificación central estatal como modo de organizarnos económicamente, ¿se erige el sistema capitalista como modo vencedor? Y el mismo Papa advertía: un sistema capitalista que pone el beneficio en el centro de la actividad económica y coloca toda esta actividad al servicio de los beneficios, lo que se ha llamado el capitalismo salvaje, es también muy peligroso y desarticulador de la sociedad. El capitalismo debe colocar al hombre y la satisfacción de sus necesidades en el centro de la actividad económica, siendo respetuoso con lo que es el hombre. Siguen vigentes más de 100 años después las advertencias que generó la Rerum novarum.
Seguiré hablando en el futuro de estos temas. La sostenibilidad vista desde el punto de vista del respeto a los derechos de la persona adquiere nuevas dimensiones. La Iglesia viene hablando de esto desde hace más de 100 años y si prestamos atención a lo que dice seguramente veremos desde una perspectiva más rica los objetivos de desarrollo sostenible, y la sostenibilidad económica social y medioambiental. Cualquier modo de organizarnos que no sea respetuoso con lo que es el hombre no puede funcionar y dejará muchos heridos en la cuneta.