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La construcción reclama más madera

Un inspector revisa un camión que transporta madera.

Un inspector revisa un camión que transporta madera.

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Egoin Wood Group, empresa con 30 años de vida que comenzó a andar rehabilitando tejados de caseríos vizcaínos, pondrá en breve en marcha una nueva planta, la tercera, con la que duplicará su capacidad de producción de madera para el sector de la construcción. Ha dedicado a ello 25 millones de euros y estima que le permitirá facturar 40 millones dentro de dos años, frente a los 30 millones actuales.

 

Empresa familiar, relativamente desconocida, con cifras de inversión e ingresos no desdeñables aunque palidezcan ante los volúmenes que manejan las grandes compañías que copan las páginas de los medios económicos… puede ser, pero esa percepción algo apresurada cambia si se tienen en cuenta otros hechos: por ejemplo, que la multinacional familiar austriaca Hasslacher acaba de firmar una alianza estratégica con la empresa vasca, tomando un 40% de su capital; o, también, que está en marcha otra inversión, esta vez de 35 millones de euros, para construir un aserradero de madera constructiva en Andorra (Teruel).

 

Curiosamente, la localidad aragonesa se convirtió en símbolo de la transición energética cuando, en febrero pasado, Endesa voló la chimenea de su central térmica andorrana, de 343 metros de altura, símbolo a su vez del pasado industrial autonómico y, por qué no, nacional. Ahora coge el testigo Juan Velayos Lluis, a quien muchos etiquetan como gurú del sector inmobiliario, con un proyecto también industrial dirigido a paliar una de las mayores fuentes de emisión de gases de efecto invernadero (se dice que hasta un 40% de las totales): los edificios. El inversor se ha acompañado de una de las escasas competidoras de Egoin: Explotaciones Forestales de L’Alt Urgell (Efausa).

 

El panorama nacional de producción de tableros CLT (Cross Laminated Timber, o madera contralaminada) para construcción se completa con otra empresa catalana (Fustes Sebastiá) y con los primeros pasos de una gallega, Xilonor; y, salvo omisión no intencionada, el resto de esta industria la componen importadores como la balear Cimsa (Compañía Auxiliar Mercantil), fundada en los años 20 del siglo pasado por Juan March Ordinas, patriarca de una de las fortunas patrias.

 

Esta configuración del sector (empresas familiares nacidas en el siglo pasado, de tamaño pequeño o a lo sumo mediano) respondía hasta hace poco a una realidad. Como ha quedado apuntado para el caso de Egoin, se empieza rehabilitando cubiertas de casas rurales para, más adelante, servir madera para proyectos de viviendas unifamiliares de cierto postín, de ésas que suelen aparecer en las revistas de arquitectura e interiorismo. Pero la madera como elemento estructural, en plena competencia con el acero y el hormigón, alcanza ya, siquiera de forma incipiente, a cualquier tipo de inmueble: el CLT puede con bloques residenciales en altura, edificios de oficinas, hoteles, naves industriales, colegios, equipamientos deportivos…

Avance en la descarbonización

 

Desde luego que la enumeración de sus ventajas comparativas no es garantía de éxito, pero un eventual fracaso sería interpretado como una oportunidad perdida para una de las industrias más analógicas y, no conviene olvidarlo, para la necesaria descarbonización de la economía. La madera acorta los plazos de construcción, así como sus costes y, por tanto, el precio final; aumenta la superficie útil al ser más ligera; es renovable, sostenible, reciclable, reutilizable y biodegradable, y un sumidero de CO2. Se puede decir que los inmuebles dejan de construirse para ser montados, que se prefabrican en las plantas madereras, favoreciendo además la industrialización de esta actividad y, por tanto, su escalabilidad. Y que la tecnología y la digitalización aplicada a todo el proceso redunda en el abaratamiento de estos productos.

 

Se podrá objetar que todo eso está muy bien, pero la obra nueva representa un porcentaje ínfimo del parque inmobiliario de un país; pero es que el CLT puede utilizarse también para la rehabilitación energética de las envolventes de los edificios ya existentes, tan necesitados de ganar en eficiencia. Y habrá quien tema que la utilización masiva de la madera puede terminar esquilmando los bosques; pero, al contrario, las compañías que se dedican a este negocio se han cuidado de obtener certificados de gestión forestal sostenible, con lo que al menos en teoría ese riesgo desaparece contribuyendo, asimismo, a cuidar los bosques (de proximidad) y convirtiendo los escombros del árbol en biomasa o, incluso, en una pulpa que sirve de aislamiento para los edificios.

 

Teniendo todo esto en cuenta, mucho tendrían que cambiar las cosas para que esta manera de construir y rehabilitar no acabe por imponerse. Actualmente, ya hay inmobiliarias de cierto tamaño que han incorporado a su cartera promociones neutras en carbono o casi, como serían Renta Corporación y Neinor (donde se la circunstancia de que Velayos fue consejero delegado) y Aedas Homes.

 

También hay constructoras como la catalana Arquima (Arquitectura e Ingeniería de la Madera), que hace unos años se asoció con la madrileña Azmer para expandirse por todo el país y montar una planta para (atención al verbo) fabricar edificios pasivos industrializados y contar con un slot logístico. Además, acaba de sextuplicar su capacidad de producción al inaugurar una fábrica en la provincia de Barcelona; y hace escasas semanas, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico le adjudicó la explotación durante 25 años de la serrería de Valsaín (Segovia), que llevaba una década cerrada.

 

Construcción sostenible

Como en el caso de la inversión de Velayos, el de Arquima es paradigmático del momento que se le augura a la construcción sostenible: con la serrería segoviana, la empresa catalana acomete un proceso de integración vertical con el que, además, podrá reducir o incluso prescindir de las importaciones de madera, reforzar su propia descarbonización al evitar las emisiones derivadas de su transporte y fomentar la producción nacional; asimismo, genera empleo industrial y local fuera de las grandes ciudades. Y como en el caso de Egoin, la hiperactividad expansionista de la compañía catalana se basa en el significativo aumento de su cartera de pedidos, que situará su facturación en los 30 millones de euros en el presente ejercicio desde los poco más de seis millones de 2021. Tan es así que Arquima no descarta promover una ronda de financiación en busca de inversores para aprovechar el tirón más plenamente.

 

Y es que en ésas estamos: a la fabricación de edificios sostenibles con madera, protagonizada hasta hace nada en exclusiva por pequeñas empresas familiares, le ha llegado la hora del dinero fresco procedente del emprendimiento y el capital. Sirva como ejemplo Valgreen, la startup que José Antonio Valverde (otrora promotor de viviendas de lujo para extranjeros en Barcelona) y Alexandre Lupion han puesto en marcha con financiación propia, bancaria y procedente de fondos de inversión y pequeños inversores.

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Por tener, este nicho de la llamada constructech o proptech ha terminado por atraer a reputados emprendedores españoles. Es el caso de ‘los de Privalia’, la compañía de comercio electrónico de moda nacida en 2006 de la mano de Lucas Carné, José Manuel Villanueva y otros y que vendieron años después por 444 millones de euros a la multinacional francesa de la que, según confesión propia, habían sacado la idea original. Su nuevo proyecto, 011h, nació en 2020 con dos millones de euros de los fundadores, ocho millones obtenidos en una primera ronda de financiación y 25 millones en la segunda. Entre los inversores, Foundamental, A/O Proptech, el cofundador de Index Ventures Giuseppe Zocco, Redalpine, Seaya Andromeda (participada por Iberdrola, el Fondo ICO Next Tech y Nortia Capital, propiedad de Manuel Lao, que vendió Cirsa), Breega y Aldea Ventures. Y Juan Velayos, que se ha unido como co-fundador a los de Privalia en esta nueva aventura, lo que termina de explicar su inversión en Teruel.