OPINIÓN

Entender la estrategia energética de Alemania

La guerra de Ucrania ha puesto en juego la seguridad de suministro. El principal auxilio para garantizar la necesaria producción de energía ha venido del carbón, lo que se ha llevado por delante los anhelos de la transición verde

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Greta Thunberg, detenida durante una protesta en Alemania.

Greta Thunberg, detenida durante una protesta en Alemania. / Activos

Llevamos muchos meses donde hablar de energía se ha convertido en una costumbre cotidiana para todos. Con las frecuentes referencias en los medios de comunicación, nos hemos hecho expertos en fuentes de generación, en mercados y hasta en sus reformas. Cada vez nos cuesta más sorprendernos.

Sin embargo, hace unos días nos llamó la atención la noticia de los graves sucesos entre la policía alemana y los habitantes de un pequeño pueblo y sus simpatizantes. El origen de los incidentes, con Greta como protagonista estelar, ha sido la ampliación de una mina de lignito, que obligó al desalojo de la población en el área de Lützerath, Renania del Norte-Westfalia, y al desmantelamiento de un parque eólico previamente instalado en la zona.

Todo es, al menos, paradójico: se desmontan instalaciones de energía renovable y se destruyen casas habitadas para ampliar una mina de carbón que alimenta la central más contaminante de toda Europa. Todo ello bajo el gobierno de Scholz, que prometió expandir masivamente la energía a partir de fuentes renovables. Y se hace, simultáneamente, con el compromiso del inminente cierre del parque nuclear alemán, en momentos de máxima tensión en la seguridad de suministro energético.

No es difícil en esta situación llegar a formularse la pregunta de cuál es, adónde va y quién dirige la estrategia energética en Alemania. Para entender como se ha llegado hasta aquí, se puede revisar la historia reciente donde, bajo el impacto de la catástrofe nuclear de Fukushima en el año 2011, Alemania no dudó en comprometer el cierre de todas sus centrales nucleares en 2022, -que finalmente será en el 2023-, acelerando el apagón nuclear al máximo posible para su industria eléctrica. Posteriormente, con una mezcla de compromiso social y realidad económica, pero con escasa sensibilidad medioambiental, puso el año 2038 como la fecha para dar fin al uso del carbón, elemento más contaminante de su matriz energética.

En este escenario, Alemania siguió comprando y aumentando su consumo de gas natural de Rusia, incluso a partir de 2014, año de la anexión de Crimea y del aumento de la tensión internacional en la zona. No hubiese sido mal momento para haber diversificado sus fuentes de energía, pero no lo hizo, y decidió aumentar la apuesta del gas ruso incluyendo un nuevo gran gasoducto submarino directo.

Cierre de las centrales de carbón y neutralidad climática

El cambio de gobierno en Alemania, pasando de Merkel a Scholz con una triple alianza entre socialistas, verdes y liberales, adelantó al año 2030 los planes de cierre de las centrales que queman carbón y fijó para 2045 el compromiso de neutralidad climática. De nuevo, esta medida necesitaba del constante y creciente suministro de gas procedente prácticamente de un solo país, Rusia.

Repentinamente el comienzo de la guerra de Ucrania puso en juego la seguridad de suministro: el gran y anhelado gasoducto Nord Stream 2 no podía utilizarse y el caudal de gas ruso se iba reduciendo hasta casi extinguirse. Ante esta situación, el principal auxilio para garantizar la necesaria producción de energía ha venido del carbón. El Gobierno germano ha decidido volver a conectar la mayor parte de sus centrales de carbón cerradas o en vías de cierre, lo que consecuentemente ha hecho aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar de la reducción de la demanda por parte de los hogares y la industria alemana.

Esto se ha llevado por delante los anhelos de la transición energética. Aún así, algunos apostaban por mantener la descarbonización a cualquier precio, pero el asunto a esas alturas ya no era un tema de precio, se había convertido en algo directamente inasumible.

Alemania no es un país cualquiera, tiene un tamaño económico que le permitió a su gobierno anunciar un programa de ayuda a hogares y empresas de 200.000 millones de euros para pasar este último invierno. No todos los países pueden subvencionar a empresas y ciudadanos, y menos aún pueden arriesgarse a financiar todo a través de su endeudamiento. Alemania ha reavivado los recuerdos de los primeros tiempos de la pandemia, cuando su mayor tamaño financiero como país le permitía proteger a sus empresas y ciudadanos más y mejor que el resto de los países europeos.

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Mirando hacia el cine, fueron algunos dirigentes alemanes los que citaron su thriller nacional Blackout, como una referencia para sus ciudadanos en la actual crisis energética. Está basada en la novela del mismo título del escritor Marc Elsberg y fue rodada en Alemania en 2021. Uno de los aspectos más inquietantes del argumento es el apoyo de Rusia ante el caos por el desabastecimiento energético para la población alemana. Los gobernantes alemanes se ven entre la espada y la pared ante las sospechas de que los propios rusos podrían estar detrás del ataque para lograr una total dependencia energética.

Por mucho que nos empeñemos, será muy difícil construir un mercado europeo único de la energía compatible con los objetivos de descarbonización, mientras cada país resuelva problemas globales de esta dimensión basándose en su potencial económico, en su PIB. Es imprescindible construir una estrategia común de transición energética realista para toda Europa. Mientras tanto, seguiremos haciendo que "entendemos la estrategia energética de Alemania".