EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA

La menguante oferta y los precios récord tensan como nunca el alquiler de pisos en Barcelona

Arrendadores que se sienten desprotegidos ante impagos o discrepan de las políticas para frenar los precios optan por vender, hacer arrendamiento temporal o contratar un seguro de impago

Una mujer se interesa por un piso que se anuncia en alquiler en Barcelona. 

Una mujer se interesa por un piso que se anuncia en alquiler en Barcelona.  / JORDI OTIX

7
Se lee en minutos
Patricia Castán

Alquilar una vivienda en Barcelona en 2023 puede resultar más complejo que nunca, ante la coincidencia de dos fenómenos que castigan al mercado y podrían agravarse este año: el precio récord de los arrendamientos (a 1.066 euros mensuales de media según los últimos datos de fianzas depositadas en el Incasol, en el tercer trimestre de 2022) y la menguante oferta de pisos disponibles en alquiler en la ciudad, con un estoc que no era tan bajo como mínimo desde hace siete años, según datos de los principales portales inmobiliarios.

Este agitado contexto, con entidades sociales que urgen a la nueva ley de vivienda para frenar los precios, pero con las patronales y agentes del sector convencidos de que una regulación enfocada solo en el control a los propietarios aún reducirá más el escaso mercado, se suma a una previsible mayor demanda de pisos de alquiler este año. A los inquilinos por convicción se sumarán los que no puedan comprar una vivienda por el encarecimiento de las hipotecas, afirman distintos estudios y analistas. Además, el recurso de los seguros de impago por el que optan muchos arrendadores como salvavidas, no está al alcance de muchos candidatos a alquilar, ya que suele exigir que la renta no supere el 35% de los ingresos, y otros requisitos de estabilidad laboral.

El conflicto está servido y choca con un déficit histórico de vivienda social (el ayuntamiento tiene en construcción 2.300 pisos), imposible de corregir a medio plazo y que trasladar la pugna a propietarios e inquilinos. Los abusos en los precios y en los aumentos (ver en este otro reportaje) son denunciados con frecuencia pero también crece la desconfianza en los pequeños propietarios, que son muchos más en términos numéricos que los grandes tenedores, y ante las incertidumbres o la sensación de desprotección jurídica tienden a vender o dejar de arrendar. Las malas experiencias de estos, aunque no sean mayoritarias, también crecen.

E. G. es uno de los que han vendido el piso del Eixample que durante 20 años destinó al alquiler: “He tenido de todo, desde inquilinos fantásticos a algún impago con destrozos en el piso”, rememora. Hace unos años, sufrió un caso que acabó en pleito y con la venganza del arrendatario, que permitía sus perros orinar y defecar en la vivienda. “Cuando se fue no podíamos entrar por el terrible olor, tuvimos que dejarlo meses con las ventanas abiertas”, recuerda. Después tuvo que "invertir 30.000 euros en reformarlo", agrega. El expropietario sigue pendiente de una deuda alta, aunque el moroso ya tenía embargos previo y el pago parece improbable. “Se protege el derecho a la vivienda pero no al propietario, estamos indefensos porque algunos inquilinos saben que ahora tienen la sartén por el mango”, opina, pidiendo más corresponsabilidad a las administraciones.

Fotografías de viviendas disponibles esta semana, en una agencia inmobiliaria de Barcelona.

/ JORDI OTIX

Impagos desde la pandemia

Carmen P. y su difunto marido dedicaron casi toda su vida a pagar su pisito de Horta y otro que compraron justo al lado para facilitar su jubilación. Pero desde que enviudó y puso en alquiler este último justo antes de la pandemia, suma tres años de impagos y estrés, que la han sumido en un largo conflicto judicial y convertido colateralmente en morosa: no puede afrontar la derrama para la instalación de un ascensor en la finca.

Desde sudamérica, Luis M. pide que se cambie su nombre porque ha recibido amenazas de las personas que alquilaron su piso en Sants-Montjuïc, dejaron de pagar y organizaron la ocupación de distintos pisos de la finca en momentos en que estaban vacíos. "Son un clan peligroso", afirma. Vive aterrorizado por la experiencia, que le ha obligado a vender la vivienda.

Isidro B. ha optado, en cambio, por el alquiler temporal: "Me lo gestiona una empresa y así no hay problema de cobros". Heredó de su abuela un piso en el Raval, y por no mudarse del suyo en Nova Gràcia prefirió alquilarlo y destinarlo a cubrir su propia renta. "Con el primer inquilino todo fue bien, aunque apenas estuvo un año. Pero el segundo le engañó. "Era una pareja que presentó nóminas falsas que no supe detectar. Al segundo mes ya no pagaron y fue un infierno que salieran del piso porque gasté todos mis ahorros en abogados y no he logrado recuperar nada". Relata que al irse "se llevaron muebles, los electrodomésticos y hasta arrancaron la taza del váter y rompieron tuberías por rabia".

Son otra cara de la moneda del problema de la vivienda, en un contexto en que las "administraciones hacen recaer las medidas de control de precios en los propietarios sin ayudas compensatorias", insiste Llorenç Viñas, presidente del Col·legi d'Administradors de Finques de Barcelona-Lleida. Esa coyuntura ha situado la oferta de pisos disponibles en el mercado de alquiler de Barcelona en uno de los mínimos de la década, complicando el acceso a la vivienda de muchos ciudadanos.

El último informe del Observatori Metropolità de l’Habitatge de Barcelona indicaba que de las 785.757 viviendas con que cuenta la ciudad, un total de 290.416 están destinadas al alquiler. Los grandes tenedores (con más de 10, según la ley estatal), copan el 15% de los pisos total de la ciudad, mientras en el parque concreto de alquiler concentran el 31,9%. En la capital catalana, el 94,7% de los propietarios tienen una o dos viviendas, sumando más de 545.000 (69,4%). No obstante, solo un 1,8% de propietarios (9.181, entre físicos y jurídicos) son quienes concentran casi 169.000 pisos, o sea un 21,5% del total, porque tienen más de seis unidades. Por en medio, hay un 3,6% que poseen entre 3 y 5.

E. G. es uno de los que han vendido el piso del Eixample que durante 20 años destinó al alquiler: “He tenido de todo, desde inquilinos fantásticos a algún impago con destrozos en el piso”, rememora. Hace unos años, sufrió un caso que acabó en pleito y con la venganza del arrendatario, que permitía sus perros orinar y defecar en la vivienda. “Cuando se fue no podíamos entrar por el terrible olor, tuvimos que dejarlo meses con las ventanas abiertas”, recuerda. Después tuvo que "invertir 30.000 euros en reformarlo", agrega. El expropietario sigue pendiente de una deuda alta, aunque el moroso ya tenía embargos previo y el pago parece improbable. “Se protege el derecho a la vivienda pero no al propietario, estamos indefensos porque algunos inquilinos saben que ahora tienen la sartén por el mango”, opina, pidiendo más corresponsabilidad a las administraciones.

Otro cartel de alquiler en una finca de la capital catalana.

/ JORDI OTIX

Impagos desde la pandemia

Carmen P. y su difunto marido dedicaron casi toda su vida a pagar su pisito de Horta y otro que compraron justo al lado para facilitar su jubilación. Pero desde que enviudó y puso en alquiler este último justo antes de la pandemia, suma tres años de impagos y estrés, que la han sumido en un largo conflicto judicial y convertido colateralmente en morosa: no puede afrontar la derrama para la instalación de un ascensor en la finca.

Desde sudamérica, Luis M. pide que se cambie su nombre porque ha recibido amenazas de las personas que alquilaron su piso en Sants-Montjuïc, dejaron de pagar y organizaron la ocupación de distintos pisos de la finca en momentos en que estaban vacíos. "Son un clan peligroso", afirma. Vive aterrorizado por la experiencia, que le ha obligado a vender la vivienda.

Isidro B. ha optado, en cambio, por el alquiler temporal: "Me lo gestiona una empresa y así no hay problema de cobros". Heredó de su abuela un piso en el Raval, y por no mudarse del suyo en Nova Gràcia prefirió alquilarlo y destinarlo a cubrir su propia renta. "Con el primer inquilino todo fue bien, aunque apenas estuvo un año. Pero el segundo le engañó. "Era una pareja que presentó nóminas falsas que no supe detectar. Al segundo mes ya no pagaron y fue un infierno que salieran del piso porque gasté todos mis ahorros en abogados y no he logrado recuperar nada". Relata que al irse "se llevaron muebles, los electrodomésticos y hasta arrancaron la taza del váter y rompieron tuberías por rabia".

Noticias relacionadas

Son otra cara de la moneda del problema de la vivienda, en un contexto en que las "administraciones hacen recaer las medidas de control de precios en los propietarios sin ayudas compensatorias", insiste Llorenç Viñas, presidente del Col·legi d'Administradors de Finques de Barcelona-Lleida. Esa coyuntura ha situado la oferta de pisos disponibles en el mercado de alquiler de Barcelona en uno de los mínimos de la década, complicando el acceso a la vivienda de muchos ciudadanos.

El último informe del Observatori Metropolità de l’Habitatge de Barcelona indicaba que de las 785.757 viviendas con que cuenta la ciudad, un total de 290.416 están destinadas al alquiler. Los grandes tenedores (con más de 10, según la ley estatal), copan el 15% de los pisos total de la ciudad, mientras en el parque concreto de alquiler concentran el 31,9%. En la capital catalana, el 94,7% de los propietarios tienen una o dos viviendas, sumando más de 545.000 (69,4%). No obstante, solo un 1,8% de propietarios (9.181, entre físicos y jurídicos) son quienes concentran casi 169.000 pisos, o sea un 21,5% del total, porque tienen más de seis unidades. Por en medio, hay un 3,6% que poseen entre 3 y 5.