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Uno de los panes del veterano Forn Sant Josep (1913)

Uno de los panes del veterano Forn Sant Josep (1913)

El precio de la misma botella de aceite, cartón de leche, idéntico kilo de naranjas o congelado de merluza varía considerablemente dependiendo del barrio, la población o el establecimiento donde se compre. El reconocido PVP varía dependiendo de dos factores: la estrategia comercial del distribuidor y los costes aplicados al producto. 

Ejemplo: comprar el mismo producto en un centro comercial como l’Illa Diagonal o en un colmado especializado en Rambla Catalunya o Sarrià tiene un precio superior que hacerlo en un supermercado de barrio, de pueblo e incluso que en una tienda de conveniencia abierta 24 horas. Incluso en un mismo súper, el precio varía dependiendo de si se encuentra en la costa o en el interior. Afectan al precio el metro cuadrado de alquiler, el proceso de distribución vía intermediarios, el márketing y el sueldo de los empleados. También, obvio, el margen de beneficio -muy estrecho comparado a otros sectores- que se quiere cargar porque el propietario del negocio tiene todo el derecho del mundo a querer ganar algo de dinero.

Basta echar la vista atrás para darse cuenta de la creciente competencia feroz que ha existido en el mercado de venta de productos de todo tipo: desde alimentación hasta la higiene personal. Antes, recuerdo de los años ochenta, incluso en las poblaciones medianas apenas se podía ir a comprar a tres sitios. La oferta era, además, muy limitada. Hasta las panaderías de todo color y diseño han crecido como champiñones tras la lluvia. Se han generado todo tipo de deseos. Guste o no: es la libertad de mercado. Hoy, para comprar leche o cualquier producto de primera necesidad hay que haber hecho una tesis doctoral.

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Haga la prueba y mire cuántos establecimientos de casi de todo existen a menos de diez minutos andando de su domicilio. Si elige ir en coche, la lista se multiplica. Las grandes cadenas de distribución lideran la mayoría de los ránkings nacionales y autonómicos de empresas con mayor facturación de España. Una de ellas -presente en todos los rincones de la Península- es uno de los grandes éxitos empresariales de este siglo. ¿Su éxito? Ofrecer precios más bajos que la competencia. La gran mayoría de cadenas han ido a su zaga.

Eliminar y/o reducir el IVA a los productos básicos -¿qué es básico a todo eso?- como acaba de hacer el Gobierno para luchar contra la inflación es una medida que no servirá para nada. Sí, muy buena voluntad propagandística en épocas preelectorales, pero es el chocolate del loro, como dar cheques que perjudican a quien gana un euro más del límite de los beneficiados o seguir subvencionando. La historia ha demostrado que cuantos más controles y topes cercenen la vida económica, peor. La inflación -en España es menor que en otros países de nuestro entorno por la menor dependencia energética al ser un país menos industrializado- volverá a situarse en registros deseables de alrededor del 2% gracias a dos factores principales: la resolución de la crisis energética producto de la guerra y por los efectos de la subida de tipos que encarecerán el precio del dinero y estrechará el crédito. Si, además, China estornuda y la demanda mundial se contrae, los precios bajarán ¿O es que ya nadie se acuerda de la deflación producto de la pandemia?¿Y la competencia? Que siga, en todos los ámbitos. Que espabilen distribuidores y vendedores, que atraigan a los consumidores, al mejor precio y calidad posible. Este es el mejor antídoto contra las crisis de todos los colores. Competitividad creativa. ¿El resto? Ganas de enredar.