Opinión

La longevidad es un asunto de jóvenes

Las extendidas prácticas de expulsar del mercado de trabajo a muchas personas por encima de los 55 años constituyen un desperdicio de talento que no nos podemos permitir, además de ser injusto

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Realizar actividades de agilidad mental ayuda al envejecimiento digno.

Realizar actividades de agilidad mental ayuda al envejecimiento digno.

Hace unos días tuve la suerte de asistir al Primer Congreso Internacional de Economía de la Longevidad, que reunió a un magnífico grupo de expertos, y fue brillantemente organizado por la Fundación General de la Universidad de Salamanca, a través de su del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE). Me vino a la memoria nuestro añorado Eduardo Punset, que nos recordaba hace ya unos cuantos años que la humanidad se enfrenta a una situación completamente nueva, para la que no sirven muchas de nuestras viejas formas de pensar: "Cuando teníamos una esperanza de vida de sólo 30 años no había tiempo para pensar en la felicidad. Se trataba de invertir en la perpetuación de la especie. Pero ahora tenemos 40 años de vida ‘redundante’ en términos evolutivos".

Hoy no solo tenemos una mayor esperanza de vida al nacer, sino que viviremos más tiempo con buena salud, y esto es lo realmente importante. Tendremos más años con plenas capacidades para trabajar, disfrutar de nuestra familia y de nuestras aficiones. Ante esto, la experiencia de las generaciones pasadas no es válida, debemos olvidar muchas ideas preconcebidas, debemos sobre todo modificar nuestra manera de ver el futuro. ¿En qué sentido podríamos hacerlo?

Estamos de acuerdo con el profesor Andrew Scott, cuando señala que para que esos años desarrollen su potencial en bien de toda la sociedad, es necesario buscar formas de facilitar una mayor conexión intergeneracional y favorecer la unión de personas de muy distintas edades, ya que sabemos que los grupos más diversos son más creativos, más productivos y más innovadores. Empresas y gobiernos deben trabajar decididamente en esta línea.

En el mismo sentido se expresó el profesor Nicholas Barr, que recordó algo que no suele estar presente en las discusiones políticas y económicas pero que es de gran importancia para planear no solo nuestro futuro, sino nuestro presente. En la sociedad existe un intercambio generacional fundamental: Los pensionistas son los consumidores de parte de los bienes y servicios producidos por los trabajadores jóvenes y las personas jóvenes emplean, para producir esos bienes y servicios, el capital que ha sido creado anteriormente por las personas mayores.

Es necesario dejar de lado las falacias de la competencia intergeneracional y las ideas de que las personas de mayor edad simplemente suponen una especie de carga. Sí, falacias. La idea sobre la existencia de un cierto efecto de sustitución entre trabajadores mayores y jóvenes, la idea, en definitiva, de que el trabajo es un recurso finito que “repartir” no se ajusta a la realidad es un prejuicio sin base real. Los datos nos muestran que en los países de la OCDE donde el paro juvenil es más bajo, también es mayor la tasa de ocupación de los mayores de 55 años. Las extendidas prácticas de expulsar del mercado de trabajo a muchas personas por encima de los 55 años constituyen un desperdicio de talento que no nos podemos permitir, además de ser injusto.

El talento, debemos recordar, no es solo un capital individual. Un sistema educativo y de protección social construido con el esfuerzo de todos ha sido necesario para que se forme y desarrolle ese talento, y esta faceta social también debe estar presente en nuestra forma de pensar el futuro.

Hemos de plantearnos un futuro de mayor prosperidad, inclusivo y sostenible, facilitando la participación de todos en la vida económica y social. Se impone cada vez más la propuesta de crear modelos de organización del trabajo y de transición a la jubilación mucho más flexibles. Nuestro sistema actual binario activo / jubilado debe ser reemplazado por un sistema flexible, que permita y haga viable en la práctica niveles de actividad laboral adaptados a las etapas de la vida, con mecanismos que resulten atractivos para empresas y personas trabajadoras. Las proyecciones nos dicen que, para mantener la ratio actual entre personas en edad laboral y pensionistas en España en las próximas décadas, sería preciso llevar la edad de jubilación más allá de los 75 años, lo que con nuestro modelo de “todo o nada” es realmente inviable.

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La discriminación que pueden sufrir las personas por razón de edad supone una enorme pérdida de capacidad y desarrollo económico. Según Daniela Bass, directora de la División de Políticas Sociales y Desarrollo de la ONU, solamente incorporar al mercado de trabajo a las personas de 65 o más años podría suponer en las próximas décadas un incremento del PIB per cápita del orden del 19%.

Y son precisamente las generaciones más jóvenes de hoy las que tienen por primera vez el enorme desafío y al mismo tiempo la gran oportunidad de construir un nuevo futuro. En un momento en que abundan los profetas del miedo, o un sentimiento de estar inermes ante fuerzas económicas que controlan nuestras vidas, creo que iniciativas como las que surgen de las ideas expuestas en este Congreso abren caminos reales de acción hacia una sociedad más inclusiva y próspera, y que está realmente en nuestras manos construir este futuro. La longevidad es, sin duda, un asunto de jóvenes.

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