Opinión

¿Qué hay de cena?

La ‘foodtech’ ha entrado en la cocina con proteínas a base de algas e insectos, así como con impresoras 3D para reaprovechar restos de la nevera. Alrededor de todo ello, se desarrollan nuevos negocios.

Ejemplo de bioimpresión: dulce con forma de araña elaborado con una impresora 3D por Prodintec

Ejemplo de bioimpresión: dulce con forma de araña elaborado con una impresora 3D por Prodintec / Ángel González

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Rosa M. Sanz

En nuestra sociedad del bienestar, uno de los placeres de los que disfrutamos cotidianamente es poder preguntar qué hay para cenar. No deja de ser casi una obligación tener al alcance una comida apetecible, atractiva y sugerente; y, en último caso, siempre podemos recurrir a pedir comida a domicilio o bajar al bar de la esquina cuando lo que tenemos en la nevera no nos apetece. 

Por supuesto, si sobra algo, se tira directamente a la basura, ya que los datos nos indican que más de un tercio de los alimentos producidos acaban allí. Contribuimos a la paradoja de que, cuando nuestro sistema alimentario es capaz de producir más alimentos que nunca antes en la historia, haya más de 800 millones de personas que pasan hambre.

Además, la alimentación, los restaurantes y la comida en general se han convertido en un elemento más de clasificación dentro de nuestra sociedad. Y no se trata solo del precio como factor diferenciador, sino que se trata también de cómo un determinado alimento se posiciona como un elemento de estratificación social. Nos pueden gustar mucho más unos huevos fritos con morcilla, pero los huevos fritos con trufa nos permiten identificarnos con unos patrones de conducta elitista que nos sitúan en un estrato social diferenciado y más exclusivo.

En 2050, habrá 9.500 millones de personas en el mundo y se necesitarán tres planetas más de recursos naturales

También el futuro de la alimentación va a estar ligado a la sostenibilidad. No es dudar de que la prioridad sea garantizar que todas las personas tengan acceso a suficiente alimento, si no conseguirlo de forma sostenible, con la triple visión económica, social y medioambiental; es decir, lograr una prosperidad cuidando tanto a las personas como al planeta. 

Los números son llamativos. La actividad del sistema alimentario, desde su producción hasta su consumo, incluyendo la gestión de los desechos, se estima que es responsable del 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero, el 80% de la pérdida de biodiversidad, el 80% de la deforestación y el 70% del agua dulce que se utiliza. Sin olvidar la afectación que este mismo cambio climático está teniendo ya en la producción por la volatilidad de las condiciones meteorológicas, donde abundan las sequías, las inundaciones y los incendios. 

En el debate social, esto se traslada a posicionamientos, más o menos radicales, que nos aconsejan comer carne con menor impacto medioambiental y nos inducen a girar nuestros gustos cambiando el chuletón de vaca mayor por un filete de conejo de granja ecológica para tener un mundo más sostenible. Surgen movimientos sociales que se preocupan tanto por su salud personal como por el futuro del planeta, apostando por un consumo consciente de alimentos orgánicos, libres de gluten y contrarios al maltrato animal.

Y mientras, nuestra cena ya está siendo cocinada por lo que denominamos foodtech, la aplicación de la tecnología, la ciencia y la innovación al mundo de la alimentación: proteínas a base de insectos y algas, mariscos de laboratorio e impresoras 3D para reaprovechar los restos de la nevera, imprimiendo productos nutritivos y visualmente mucho más atractivos. Alrededor de todo ello, se desarrollan nuevos negocios, más adaptados, flexibles y hasta rentables que diseñarán menús personalizados adecuados a nuestra condición vital, para prevenir enfermedades o simplemente adaptarlos a nuestros gustos.

Pero no se trata solo de nuevas oportunidades de negocio. En medio de este debate social y medioambiental, la comunidad científica reflexiona en alto y, a través de la ONU, nos hace ser conscientes de que en el año 2050 seremos unos 9.500 millones de habitantes en nuestro planeta y de que se necesitarán tres planetas más para proporcionar los recursos naturales necesarios para tratar de mantener nuestro estilo de alimentación actual.

Si lo pensamos, este pronóstico es muy grave, vamos de cabeza a una situación muy difícil de gestionar. Una reflexión que nos induce a esa creciente y urgente necesidad de transformación, pero sobre la que reside la necesidad de luchar por la supervivencia y que, en el fondo, evidencia un tremendo foco de desigualdad social creciente e imparable. 

Este desafío se nos complica día a día, sobre todo porque parece que no lo queremos afrontar. Solo una parte de nuestra sociedad está siendo consciente de hacia dónde vamos. La innovación y la utilización de la tecnología, la aplicación del big data, la inteligencia artificial, la robótica y los drones deben enfocarse en esa dirección. Desarrollar carnes de origen vegetal, pescado in vitro, cultivos de algas marinas, así como evitar el desperdicio de alimentos, no es un tema de negocio, es cuestión de supervivencia. 

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Pero este dilema no es nada original y mucho menos novedoso. En 1973, la película Soylent green (traducida al castellano por Cuando el destino nos alcanza), protagonizada por el admirado Charlton Heston, nos proyectaba un futuro entonces todavía lejano, el año 2022, que describía el drama de una sociedad donde comer alimentos naturales y frescos era un verdadero lujo solo al alcance de una minoría.

Empecemos desde ya a promover, trasformar e invertir como sociedad en una alimentación para y con todos, para que las siguientes generaciones puedan seguir relamiéndose con la pregunta: ¿qué hay de cena?