LIMÓN & VINAGRE

Michael O'Leary: la huelga del salvaje

Suerte que O’Leary no leerá este perfil, porque lo consideraría muy por debajo de sus exigencias satíricas

Michael OLeary: la huelga del salvaje

Michael OLeary: la huelga del salvaje

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En la imagen, un Michael O’Leary crispado y siempre con la boca abierta estira de su corbata hacia arriba, fingiendo su propio ahorcamiento. Es una foto promocional del contable irlandés que lleva 28 años al frente de Ryanair, línea de bajo coste y trato todavía inferior a pasajeros a quienes el jefe llama "estúpidos", cuando son multados por olvidar la tarjeta de embarque.

Dado que su lema es que la mala publicidad no existe, el conflicto laboral de O’Leary con sus tripulantes de cabina puede titularse como la huelga del salvaje, además de ser reutilizado como un refuerzo de la imagen de la compañía. Los trabajadores quieren demostrar al eterno supremo que han caducado los tiempos en que les obligaba a pagar por su formación, uniformes y comida.

Suerte que O’Leary no leerá este perfil, porque lo consideraría muy por debajo de la corrosión que exige su personaje de follonero empresarial. La sección debería arriar por un día su paraguas de Limón&vinagre, para recurrir al epígrafe Vitriolo&estricnina. Se trata al fin y al cabo del ejecutivo que quiso imponer una tarifa a quienes utilizaran los servicios de sus aviones, con el apéndice escatológico de que "estoy dispuesto a limpiarles personalmente el culo por cinco euros".

Con perdón, pero no cabe una disculpa en cada párrafo. O’Leary arrancó una ovación al anunciar en una conferencia el hallazgo antropológico de que "los irlandeses beben tanto porque en Irlanda no se practica el sexo". Antes se había lanzado a bailar en público con más furor que Sanna Marin en privado. El CEO de Ryanair se responsabiliza con estos métodos de más de dos mil vuelos diarios, aunque su prosa ahonda en el manifiesto de que jamás comprometerá la seguridad, pero que todo lo demás se puede discutir.


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Ryanair no se llama O’Learyanair porque su fundador fue Tom Ryan, con el gamberro O’Leary confinado a la contabilidad hasta que entró en erupción como máximo ejecutivo. Reconoce que no sabe pilotar un avión, a diferencia de buena parte de sus colegas, y de que "apenas si puedo conducir un coche". En realidad, se desenvuelve al volante de un Mercedes, con la leyenda de que compró una licencia de taxi en Dublín para librarse de los atascos con su vehículo particular.

Si tienes una idea descabellada, seguro que O’Leary se te adelantó. Despierta tantas simpatías entre sus empleados como entre los gigantes del sector de la aviación, hacia quienes se mostró tan explícito como de costumbre. "El negocio aéreo está dirigido por un manojo de bobainas sin personalidad, que se niegan a enfrentarse a los ecologistas para tratarlos como los masturbadores mentirosos que son en realidad".

La lengua viperina le ha permitido ganar, o ahorrar dado que se habla del imperio del bajo coste, unos 1.100 millones de euros. Sin embargo, la fortuna de O’Leary debe de tambalearse, puesto que ahora predica con la vehemencia habitual que se acabaron los billetes a diez euros, y que los pasajeros deberán habituarse a pagar el precio real de los vuelos. Su gestión es una confrontación continua. Con los clientes, con los trabajadores, con los colegas, con los reguladores.

El caudal de salidas de tono de O’Leary fluye inagotable. Bromeó con que sus pilotos provocarían turbulencias periódicas en los aviones, "para aumentar la venta de bebidas alcohólicas a bordo". Siempre a caballo entre el delirio y la estratagema comercial, conviene recordar que su perfil biográfico no se ajusta a los héroes callejeros de Mark Twain. El consejero delegado de Ryanair se formó en el selecto Trinity College dublinés, en la estela de Jonathan Swift, Oscar Wilde, Bram Stoker o Samuel Beckett.

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Los insultos del jefe de Ryanair también son low-cost, como la imposición de asientos no reclinables y sin bolsillo trasero. Ha distorsionado la imagen desenfadada de Richard Branson, el repulsivo Elon Musk es un O’Leary sin sentido del humor. Y el singular aprecio del irlandés por lo barato y antiestético desaparece en el detallismo, a precios desbocados, invertido en renovar el palacete que se compró en Mallorca.

Suerte que O’Leary no leerá este perfil, porque lo consideraría muy por debajo de sus exigencias satíricas. En su haber, encaja los mandobles con la misma deportividad que despliega al atizarlos. Tras un debate a muerte con su eterno rival Willie Walsh, máximo ejecutivo de la irlandesa Aer Lingus y de British Airways antes y después de la fusión con Iberia, el protagonista de esta benévola aproximación se despidió al grito de "has estado fenomenal Willie, hemos de repetirlo tan pronto como sea posible". 

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