ENTREVISTA
Fernando León de Aranoa: "Europa y EEUU llevan años legislando contra los derechos humanos, pero ahora la Administración Trump se salta hasta a los tribunales"
Director de cine, escritor y dibujante, publica 'Leonera', su segundo libro, una obra de breves reflexiones y ficciones

Fernando León de Aranoa, fotografiado en Barcelona. / Jordi Cotrina
«Fui mayor desde muy pequeño», sostiene Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968). Y será por eso que a sus 56 años le apremia el tiempo y le gustaría que el reloj de su vida fuera retrasando minutos, para llegar a contar todo lo que observa desde su punto de vista largo y abstracto, miope, difuminado. Así es como el cineasta, dibujante y escritor encuentra lo excepcional en lo cotidiano, «por accidente» –dice él–, porque se atreve, diríamos sus lectores y espectadores.
Con esto de la prisa le ha tentado escribir unos relatos cortos, muy cortos, y disfrutar «del fogonazo, el disparo en la línea de salida». Tal es su propia descripción de las breves reflexiones y ficciones que publica en Leonera (Seix Barral), la leonera o el desorden de su cabeza y de su nombre. Porque aunque afirma que «la identidad es lo único que realmente poseemos», toda vez cuestionado no sabe de qué identidad está hablando.
Él, que parece exactamente el mismo que conocí hará unos 25 años en el desbarajuste de su escritorio, admite que no puede definirse a sí mismo y que lo interesante está en el cambio. ¿Cosas que no ha cambiado León de Aranoa? Su aspecto (de cuidado desaliño), su talante (de buen tío), su brillantez (a sus obras me remito) y sus malas costumbres: escribir de noche, no llegar nunca al horario de oficinas, enamorarse cuanto más mejor y apasionarse de lo que hace y, por tanto, no trabajar nunca «porque la pasión no es trabajo, no es condena». Todo esto lo cuenta, ficcionado y no tanto, en éste su segundo libro.
¿Qué tal han ido los 100 metros lisos? ¿Cree que ha hecho buena marca? [Aranoa dice que, para un director de cine, escribir cuentos cortos es como para un corredor de fondo hacer los 100 metros lisos].
Contento con la experiencia de correr en corto, porque es una distancia muy agradecida, donde el momento inicial de la invención, toda esa energía o destello que está en la línea de salida del cuento, lo llena todo. Me gusta ese fogonazo que da vida al cuento e imagino que para el lector también es más agradecido.
Se encuentra con un desorden de ideas o ráfagas ¿y lo primero que se le ocurre es este título, Leonera? ¿De desorden, que decían nuestras madres, o de León de Aranoa? Le confieso que tardé en darme cuenta de la conexión.
Le pasa a mucha gente, que a la semana me escribe, oye, me acabo de dar cuenta de que el título viene de tu nombre. Tiene doble sentido, porque es verdad que en este libro hay mucho de mí, el vínculo es más explícito, pero también alude al concepto de orden y desorden. Es un intento de ordenar ideas, propongo un viaje en la secuencia en sí de los cuentos, porque soy un poco caótico en lo creativo, siempre quiero abordar muchas cosas distintas.
Dedica un relato a la identidad, concepto hoy tan cuestionado, y dice que acaso sea nuestra única y verdadera pertenencia. ¿Quién es Fernando León de Aranoa?
La identidad lo atraviesa todo, es lo que permanece, y la idea me viene ya de Los lunes al sol, que en principio trataba del desempleo y terminó hablando de la identidad de cada uno de los personajes, de cómo aguantaban la situación. Al final es lo que somos y lo que tiene que resistir, porque si entregas tu identidad lo pierdes todo.
Es decir, que usted debe de tenerla muy clara. ¿Podría definirla?
Definirse a sí mismo es muy difícil. Como decía Claudio Rodríguez, practicarse la propia autopsia es muy complicado. No es sencillo porque somos cambiantes, pero dentro de ello sí tengo claras ciertas cosas.
Definirse a sí mismo es muy difícil. Como decía Claudio Rodríguez, practicarse la propia autopsia es muy complicado
¿Y el extraño? Porque también sostiene que todos llevamos un extraño dentro. ¿Cómo se manifiesta?
Como dice el cuento, que es una confesión: el extraño es parte de nuestra personalidad que a veces nos sorprende y hasta nos avergüenza porque dice algo inapropiado. Es como ese pequeño incivilizado que llevamos dentro, y no es sólo uno, sino varios.
«Es en la cotidianidad donde surgen las mejores ideas», afirma, y cierto es que de ahí surgen sus mejores películas, como Los lunes al sol o Familia o Barrio. ¿Con qué ojos mira esa cotidianidad?
Sí, en estos cuentos hay un intento de encontrar lo excepcional en lo cotidiano, y a veces sucede por accidente, a pesar de uno, es decir no depende de cómo mires sino de que ocurra. Aunque también se da una cierta predisposición a encontrarlo. Creo que es mejor no ver la literalidad de las cosas sino contemplarlas de manera abstracta, y eso ayuda a entender otras lógicas que siempre hay tras los acontecimientos. Yo creo que ser miope suma: ves las cosas desenfocadas, te distancia de la realidad.
Fernando, los poetas, como los locos, ¿no son los que advierten, porque no temen la verdad? Su escritura se acerca bastante a la prosa poética, incluso en la puntuación, ¿juega usted ese papel?
Tengo mucho respeto a los poetas, y sí que en algunos cuentos hay esa prosa poética. Me importa mucho la musicalidad del lenguaje, e intento cuidarla, de hecho todo lo que escribo lo leo en alto y así compruebo si funciona bien para el oído.
Escribir es hacer de la duda tu única certeza, dice, tal y como sucede con la filosofía. ¿Escribe usted para aprender o para aprehender la realidad?
Escribo por curiosidad, porque me extrañan las cosas, para aprender o entender la realidad, y si luego eso le sirve a alguien más, pues estupendo. Esa extrañeza ante las cosas es el principal motor de la creatividad. Y lo contrario, estar de vuelta, pensar que uno lo sabe todo, el escepticismo, es el final de toda aventura creativa.
El escepticismo en origen es una duda acerca de todo, partiendo de que lo absoluto no existe, ¿no lo confunde con la incredulidad?
Sí, me refiero esa actitud de tener las defensas siempre alerta: hay que dejar que las cosas te manchen y te invadan, aunque esto haga que te equivoques, porque es la forma de llegar a conclusiones. Ese estar siempre un paso atrás cuestionándolo todo, roza con la seguridad exagerada.
Escribo por curiosidad, porque me extrañan las cosas, para aprender o entender la realidad, y si luego eso le sirve a alguien más, pues estupendo
Escribir y dibujar, porque iba para estudiante de Bellas Artes y la funcionaria –o usted mismo– confundió el trámite de matrícula y acabo en Imagen, pero nunca ha dejado de dibujar. ¿El dibujo sería la máxima expresión de su capacidad de interpretar?
El dibujo es una pasión, pero la aparté para poder dedicarme profesionalmente a la escritura y al cine. No obstante, algunas películas las he dibujado íntegramente, y ahora sigo dibujando las partes más complejas, porque me ayuda a visualizarlas. Tanto en el dibujo como en la escritura hay un intento de representar y atrapar el mundo. Pero sí es cierto que desde muy joven, desde los primeros talleres de guión, he encontrado en la escritura una herramienta de expresión muy bella y satisfactoria, que es el lenguaje y sus infinitas posibilidades: me parece absoluta, la palanca de Arquímedes para mover el mundo. Además me divierte, y el dibujo lo hago de modo complementario, porque me relaja mucho, tal vez porque lo conecto con mi adolescencia. Lo que sí sostengo es que cuando un dibujo logra capturar la emoción se produce algo sublime, y no lo digo por los míos, sino por los grandes dibujantes de la historia.
En su ficha no se menciona esto de dibujante, por ningún lado. ¿Ve como no poseemos nuestra identidad? Nos la poseen.
Es cierto [sonríe]. Trabajé profesionalmente tres años como dibujante, haciendo story boards e ilustración o arte final en agencias de publicidad, fue mi primera dedicación laboral, paralela a la escritura de guiones para televisión, durante los primeros cursos en la universidad. Mi leonera ya empezaba a complicarse: por la mañana iba a la facultad, por la tarde trabajaba en la agencia y por la noche escribía guiones, tenía 20 años y mucha energía, podía permitírmelo.
Escribe en otro cuento: «Lo único que de verdad nos pertenece es el tiempo». ¿Somos tiempo, el tiempo que somos y nada más?
Es lo único con lo que no se puede especular, no se puede ahorrar, lo que pierdes no lo recuperas. Es un pensamiento de los últimos años, cuando uno empieza a ser consciente de su mortalidad, de la finitud. Surge entonces este tipo de preocupaciones: ¿a qué dedico mi tiempo? Porque si voy a pasarme tres años haciendo una película tengo que elegirla muy bien.
Pero ¿no es usted un joven de 56 años?
[Se ríe]. No, no, yo soy mayor desde pequeño.
Entre un reloj que atrasa y otro que adelanta los minutos, ¿con cuál se queda?
Ahora mismo quisiera tener uno que atrase, porque así me dejaría más margen para escribir todas las historias que tengo ahí. Lo ideal sería disponer de ambos y así tener el dominio del tiempo.
La muerte y alrededores, otro relato: oiga, ¡qué bien titula usted! ¿Le asusta su muerte, no la propia, sino su muerte para los demás?
Es una especulación: intentar imaginar ese momento desde la subjetividad. Quizá tememos la muerte porque en ese momento para uno van a morir todos los demás, y se convierte en una hecatombe. Da un poco de vértigo pensarlo.
Quizá tememos la muerte porque en ese momento para uno van a morir todos los demás, y se convierte en una hecatombe. Da un poco de vértigo pensarlo
Supongo que sobre todas ellas le asusta su muerte para su hija. Deja entrever una relación preciosa con ella, ¿me equivoco?
Tengo muy buena relación con ella, sí, que tiene ya 19 años aunque en algunos cuentos aparece de menor edad, como el que habla de la relatividad del peso, porque no es lo mismo levantar a tu hija de 30 kilos que 30 kilos de maleta, dado que interviene el afecto. Me encanta el lenguaje seudocientífico por su frialdad para expresar emociones. En El error de Newton cuestiono la ley de la gravedad, porque la velocidad de la caída no depende sólo de la masa gravitatoria sino del despecho, el afecto, etcétera… Divertido e interesante.
Recoge en el libro una máxima del sabio que fue José Luis Borau: «Para hacer cine hay que estar enamorado». ¿Sigue enamorado?
Me parece la única manera de estar en el mundo y en la vida. Enamorado de cuantas más cosas y personas mejor. Borau se refería a que el compromiso de hacer una peli es muy largo, y que más te vale estar enamorado si te vas a ir tres años de viaje con alguien. Hacer estos cuentos es casi lo contrario, son como romances de una noche, que también tienen su encanto.
¿Enamorarse es una proyección de qué o de quién? ¿Tal vez de un recuerdo inconsciente de uno mismo?
Eso sería terrible, porque supondría un enamoramiento de uno mismo a través de cualquier pretexto. No, creo que tiene que ver con la pasión, con estar bien donde estés, disfrutar las cosas intensamente, que lo que hagas no sea una rutina, un trabajo, una condena. Eso rejuvenece. Hay lugares donde uno rejuvenece, como en un banco de un parque, observando, y otros en los que envejece, como en un banco del dinero, en las colas de la administración y por ahí.
Otro título: Los mismos, por aquí y por allá, referido a «aquellos que buscaban un lugar mejor donde vivir, pero llegaron al Norte global». ¿Tiene marcha atrás la política violenta de inmigración que nos está llevando a un neocolonialismo igual de cruel que el viejo?
Quiero pensar que sí, porque de lo contrario todo estaría perdido. Es verdad que hace unos años pensaba que no podía ser peor y que los últimos seis meses nos han sorprendido. Ha habido una regresión, ese maltrato y desprecio por la persona humilde que necesita encontrar el camino de su supervivencia se ha multiplicado y se ha vuelto muy agresivo. Sobre todo en la manera de intentar instalar esa percepción en la opinión pública, porque en el plano legal ya era todo una catástrofe, Europa y EEUU llevan años legislando contra los derechos humanos. Pero ahora la Administración de Donald Trump se salta hasta a los tribunales, no requiere ningún tipo de garantías para trasladar a personas de un lugar a otro, que es algo que ya se intentado en Europa, Italia desplazando migrantes a Albania y el Reino Unido mandándolos a Ruanda, a campos de concentración, a cambio de un pago económico que es ahora lo que EEUU está haciendo con El Salvador de Bukele. Es de una crueldad muy refinada.
Fernando, como recoge su cita de Ray Bradbury, ¿escribe usted para que las cosas no acaben, para no estar muerto?
Sí. Jugar en la ficción es una extensión de la vida, como pasarse al patio de al lado donde hay otra gente, otros niños. Es una manera de luchar contra el tiempo propio, como comprar prórrogas y vidas que no son del todo la tuya. Me pasa como a él, que escribo mucho de noche, algo incompatible con la vida administrativa, no con la real. Llevo tiempo con el horario cambiado: hay una incertidumbre y ralentización en la noche muy sugerente, pero el mundo está organizado para los otros, somos una minoría perseguida: la España que no madruga [risas].

Leonera
Fernando León de Aranoa
Seix Barral
192 páginas
19 euros
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