Opinión | LA TROBAIRITZ
Los campos de asfódelos
Este año le debo el sosiego a la lectura de María Belmonte, historiadora, antropóloga y escritora de tres magníficos libros publicados por Acantilado, tres odas al reposo, la contemplación, la alegría del saber y el juego del descubrir

La escritora María Belmonte. / EPE
La lectura puede llevarse a cabo por diferentes razones, el estudio, la curiosidad, la inercia comercial, la política, el morbo o el placer. Es esta última la que me interesa hoy. Quizá porque últimamente es la que menos se practica, o esa es la sensación que tengo. Hay algo de urgencia en cómo se afrontan las lecturas a mi alrededor, una necesidad de estar al día o un apremio utilitarista que me entristece.
Yo misma estoy siendo presa de esta molicie que abarca casi todo, los libros se consumen, las series de televisión se devoran en atracones y las películas se buscan antes de sus estrenos, sacrificando la calidad y perdiendo el maravilloso ritual de la relación con la cultura en beneficio de marcar la casilla. Es como si en lugar de leer libros o ver películas, solamente se quisieran haber leído o haber visto.
Este año le debo el sosiego a María Belmonte, historiadora, antropóloga y escritora de tres magníficos libros publicados por Acantilado, estos son: Peregrinos de la belleza, En tierra de Dioniso y El murmullo del agua. A través de la experiencia del viaje, en un estilo que nos recuerda al mejor Patrick Leigh Fermor o a la inspirada Jan Morris de Trieste, pero mucho más elegante y erudito, María Belmonte mezcla historia, antropología y relato en tres odas al reposo, la contemplación, la alegría del saber y el juego del descubrir.
Echo de menos escribir movida por el placer de hacerlo, me parece importante sacudirse la obligación impuesta de tratar ciertos temas o de cumplir con lo que se espera de nuestra obra
Desconozco las motivaciones de Belmonte para escribir sus libros, pero como lectora es hermosísimo creer percibir -quizá equivocadamente- que no hay más motivación que la pura escritura, el amor por el conocimento, la pasión por transmitir relatos y la ausencia absoluta de prisa. Así se leen estos viajes por Macedonia, estas indagaciones y ensueños sobre el agua y estas pasiones por un Mediterráneo entre la realidad y el mito.
Adentrarse en la niebla
Dice en el prólogo de En tierra de Dioniso que existe una Grecia envuelta en la niebla. En esta declaración encuentro la clave de por qué su obra es tan placentera y su calma tan revolucionaria en el mundo Chat GPT. Una nunca asociaría la niebla con Grecia, ni con el Mediterráneo, porque nuestra cultura a menudo usa los tópicos como acelerantes que facilitan la combustión de una historia o de un objeto de conocimiento. La cultura debería ser justo un adentrarse en la niebla de la mano de un peregrino que la ha transitado previamente y quiere compartir las maravillas que ha encontrado.
Me precio de ser una amante de la cultura mediterránea, especialmemte de la griega, concretamente de los periodos micénicos y arcaico. A través de las obras de María Belmonte he vuelto al goce de las primeras lecturas sobre ese mundo al que el mito dio la forma que aún conserva; además de la lectura en sí misma, de la belleza del texto y la riqueza de los aprendizajes, le agradezco sobre todo que me haya regresado la infinita alegría de tomarme el tiempo necesario para leer sus libros, no por extensos, ni por densos, sino por placenteros.
Echo de menos escribir movida por el placer de hacerlo, me parece importante sacudirse la obligación impuesta de tratar ciertos temas o de cumplir con lo que se espera de nuestra obra; nada hay más honesto que ofrecer algo que has amado escribir. Como lectora esta nostalgia se multiplica, tomarse el tiempo necesario para leer algo en un mundo que arde a nuestro alrededor es una declaración de paz, una negación tajante de la violencia y un juramento de humanidad tan sincero y poderoso, que no se me ocurren armas contra ello.
Merece la pena detenerse a contemplar las cosas hermosas y agradecer a quienes nos las ponen en el camino, que nunca nos falten campos de asfódelos en el inframundo. Gracias, señora Belmonte.
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