Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

Lecturas y calores: llega el verano

Estos meses, con sus canículas y sus bochornos son propicios para coger un libro, lo dice el algoritmo

Una lectora en la playa.

Una lectora en la playa. / EPE

Si no me falla la memoria, tiene un poema Juan Bonilla titulado La señora gorda. Es un poema lenguaraz y provocador sobre algunas de las cosas que suceden en la vida literaria y sus alrededores. Me he acordado de este poema porque este fin de semana, en una feria del libro, una señora random y con marido silente, más flaca que gorda (aunque este detalle es accesorio en el relato), riñó sin pudor y en público a un amigo porque no había presentado bien a una escritora, porque, a su juicio, le había quitado tiempo para que esta se explayara en sus apreciaciones.

La señora Random confirmó sin ruborizarse que no había leído ni un solo libro de la autora y que no pensaba leerlos. A lo loco. Señoras que riñen desaforadamente, que sacan el arco y disparan su flecha de caducidad a quien se le pone por delante. Señoras que no leen ni en verano porque el verano las pone entre dos estados: de la calorina del norte a la calorina del sur.

Es el verano, con sus canículas y sus bochornos –esas camisetas de tirantes, esos pantalones cortos, esas sangrías que no– tiempo propicio para la lectura. Lo dice el algoritmo. Resucitan los volúmenes voluminosos [sic] envueltos en papel de periódico o en el papel de aluminio que después acogerá al sándwich vespertino. La arena es el espacio que media entre el fútbol veraniego y el asedio a la plataforma de streaming: del Inter de Milán al Interstellar de Nolan. Esperando a que llegue la tormenta perfecta como esperaban al tiburón asesino hace 50 años Spielberg y sus arponeros.

Tengo mis propios propósitos veraniegos en esto de la lectura. Me he suscrito a una revista académica de largo alcance: la International Journal of Disney Studies. Análisis variopintos del mundo Disney desde múltiples perspectivas. Sin pretensiones. Dejo las pretensiones para el encorsetado documental que los Javis le han hecho a Almodóvar. Poca chicha, mucha idolatría: un intento de entroncar con el linaje cool del cine español.

Un linaje al que no pertenecerá nunca Santiago Segura con sus éxitos piscineros ni tampoco Paco Martínez Soria. Y aquí mi segundo propósito: dedicarme a escuchar las casetes de la Compañía de Comedias del cateto por antonomasia en las que se graban grandes obras de la literatura mundial. El origen del audiolibro. Ya me he hecho con El avaro de Moliere, en versión de Alfredo Marquerie, 1974, Ariola-Eurodisc. Lo comentaré después con la señora gorda, con la señora que riñe y con los expertos del chiringuito. Y después, a poner la carne vuelta y vuelta en la barbacoa, la barbacoa, cómo me gusta la barbecue.