CRÍTICA

'Andar', de Thomas Bernhard: laberintos del pensar

Esta novela breve, que ocupa un espacio de transición en la obra del neerlandés, ofrece alicientes suficientes para volver a disfrutar o iniciarse en el autor de 'El malogrado'

El escritor Thomas Bernhard.

El escritor Thomas Bernhard. / EPE

Costaría explicar a un joven lector lo que supuso en su momento la irrupción de Thomas Bernhard (Heerlen, Países Bajos, 1931- Gmunden, Austria, 1989) en el panorama literario español. A partir de una primera mención de Javier Marías («el ritmo del torrente siempre será demente»), el virus Bernhard se expandió sin control para placer de una minoría de lectores y desconsuelo de editores que tuvieron que lidiar con las prosas de decenas de novelistas (hasta ese momento personas sensatas y escritores solventes) infectados.

Los más afortunados dejaron sus novelas a la Bernhard en el cajón, porque Bernhard, como Jorge Luis Borges, es casi imposible de imitar sin precipitarse en la parodia; quizá el único escritor cuya prosa se benefició del virus fue su traductor más constante: Miguel Sáenz.

Aunque este virus no es exclusivo de España (la prosa de Bernhard ha ganado dos Nobel, encarnada en dos escritores menores: Imre Kertész y Jon Fosse), se escribieron artículos aludiendo a las similitudes entre Austria y España: sus amplias zonas rurales, el peso de la Iglesia católica… Pero dejemos el isoformismo lírico para los sociólogos súbitos, que bastante tenemos con lo literario.

Andar ocupa un espacio de transición en la obra del autor, viene después de sus tres grandes obras maestras (Trastorno, La calera y Corrección), de las que supone una descompresión, y antes de las mejores obras de cámara (El malogrado, Maestros antiguos) cuyas formas, tonos y asuntos de alguna manera preludia.

Alicientes

Pero Andar ofrece alicientes suficientes para volver a disfrutar o iniciarse en Bernhard. El argumento de esta obra, como en tantas de sus novelas, cabe en una viñeta cómica: dos amigos pasean y recuerdan a un tercero que ha ingresado en un sanatorio después de sufrir una crisis nerviosa mientras compraba pantalones. Bernhard plantea de entrada una similitud superficial entre andar y pensar: enseguida se aprecia que este asunto de pensar es muchísimo más complejo que el inocente andar.

Bernhard plantea una similitud superficial entre andar y pensar: enseguida se aprecia que este asunto de pensar es muchísimo más complejo que el inocente andar

Su prosa (reflejo, esta sí, del pensamiento) constituye un dispositivo sádico, una caja de eco donde unas voces reflejan las palabras de otros (a menudo recuerdos de un tercero), sensible a las paranoias y los matices delirantes (aplicados a temas banales como la tela de un pantalón), paralelismos absurdos, sentencias súbitas y juegos de manos entre las preposiciones y los énfasis de las cursivas que dejan al lector algo aturdido.

El autor aprovecha esta desorientación para soltar ráfagas de sus asuntos favoritos, a veces desde la exageración cómica y otras desde una seriedad triste; algunos ejemplos: castigar la gestación de niños, el mundo como manicomio, el genio contra el estado, las circunstancias y el azar, que las personas más sensibles sean las menos consideradas, el pariente siniestro, la incompetencia de los psiquiatras o la imposibilidad de vivir ni en el campo ni en la ciudad, ni en el propio país ni en el extranjero.

Entre esta masa de opiniones contundentes se abre el asunto crucial del libro: la monstruosidad de algo tan cotidiano como el pensar, de los esfuerzos intelectuales que asumimos con unas facultades tan débiles como la memoria, y del peligro de sostener a diario una conciencia que se alimenta, parasitaria, de nuestra energía y esfuerzos para segregar, día tras día, miles de pensamientos.

Andar

Thomas Bernhard

Traducción de Virginia Maza 

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120 páginas. 16 euros