Opinión | EN PUNTAS DE PIE

Leer como un turista

De niña creía que la literatura de verdad siempre venía de fuera, pero un día llegué a autores como Alexis Ravelo

La escritora Lana Corujo, autora de 'Han cantado bingo'.

La escritora Lana Corujo, autora de 'Han cantado bingo'. / EPE

Durante años leí con la mirada puesta en lo desconocido. Mi infancia transcurrió entre islas inglesas, globos aerostáticos e internados daneses. Las historias de Enid Blyton, Julio Verne y Lisbeth Werner (en realidad era el seudónimo de dos autores daneses, Knud Meister y Carlo Andersen) se apilaban en el mueble del salón de mi abuela. Yo llegaba a Lanzarote en verano, elegía algún título de aquellas colecciones que habían sido compradas para mi tía y viajaba a territorios imposibles de ubicar en ningún mapa conocido.

Tardé en darme cuenta de que la forma en que aprendí a leer de niña me acompañó durante muchos años. Quizás mi subconsciente se convenció de que las buenas historias solo podían suceder en lugares donde los protagonistas encendían chimeneas, pasaban frío y había niebla. No era capaz de imaginar que podía ocurrir algo interesante en unas islas en las que vivíamos episodios de calima, los verodes crecían en los tejados y las niñas buscábamos olivinas entre el rofe.

Con el tiempo me di cuenta de que eso no solo hizo que leyéramos de forma distinta, sino que también provocó, no solo en Canarias, que escribiéramos de forma distinta y que muchos escritores empezaran imaginando escenarios igual de remotos, como si lo natural fuera heredar otras literaturas, otros climas, otras palabras. Hubo una época en España en la que parecía que huíamos de todo aquello que se asociara a costumbrismo.

No sé cuánto me perdí durante todos esos años en los que leía como si la literatura de verdad tuviera que venir siempre de fuera. Pero un día llegué a autores como Alexis Ravelo, y su prosa, que está impregnada de las calles de Las Palmas de Gran Canaria, me atrapó. Descubrí que también aquí había materia literaria y supe que ya nunca podría abandonar ese universo.

Menos complejos

Creo que hacer ese viaje de vuelta me ha hecho una lectora con menos complejos. Pasé años leyendo sobre mundos lejanos sin prestar atención a lo que se veía desde mi ventana. Llegué al boom latinoamericano y podía moverme sin problema por calles de ciudades que nunca había pisado y quizás nunca pisaría. No era porque no pudiera leer literatura de proximidad –¿acaso alguna no lo es?–, sino porque, sin premeditación, me había alejado de mi propio entorno. Hoy leo a autoras que escriben desde Canarias y no solo reconozco su talento: reconozco su capacidad para explicarme su mundo –que es el mío– sin salir de su isla.

En los libros de Elena Correa (Niñas sucias, Pepitas de Calabaza) y Lana Corujo (Han cantado bingo, Reservoir Books) encuentro las calles que pisé, la aridez del paisaje, la dureza de ciertos vínculos, los asaderos de sardinas y piñas de millo, las dos horas de espera para meternos en el mar después de almorzar, la heladería de mi abuelo, las ollas de pasta en Papagayo. Están mi infancia y mi adolescencia.

No solo hay sol, playa, postal amable y el qué suerte vivir aquí de los años 90, sino que se entrevé una mirada transparente, que raspa, que señala lo que somos: la desigualdad, el turismo, las mujeres que aguantan como pueden. Es literatura de altura, que me hace pensar en quién soy y en el lugar que habito. Y claro que es universal. Lo ha sido siempre. Lo que pasa es que a mí me costó verlo.

Recuerdo una entrevista de hace años en la que Ravelo explicaba el protagonismo de su isla en su obra: «Soy de los que aprendieron, con Rulfo, que no hay que salir de tu pueblo para contar el mundo. Lo que hace universal una novela no es su cosmopolitismo, sino la universalidad de sus temas. Me gusta trabajar con espacios en los que he respirado y vivido con intensidad, en los que he sufrido y gozado y que conozco bien. Digamos que creo que no se puede habitar los lugares de una novela como un turista».

Esa lección la aprendieron muchos escritores hace tiempo. Yo añadiría que tampoco se puede leer como un turista, y que quienes se están perdiendo a Correa y a Corujo tienen pendientes algunos de los mejores viajes.