CRÍTICA

'Colección permanente', de María Negroni: la jaula vacía

La autora argentina aúna poesía, novela y ensayo en esta obra en la que establece un diálogo absoluto entre la vida y la literatura

La escritora argentina María Negroni, autora de 'Colección permanente'.

La escritora argentina María Negroni, autora de 'Colección permanente'. / Jordi Otix

Ricardo Baixeras

Pocas veces un libro muestra de un modo tan en carne viva los intersticios y las costuras de una poética que es doble porque da cuenta no solo de cuáles son las estructuras que sostienen la obra de María Negroni (Rosario, 1951), sino también la de un sinfín de los autores más caros para la escritora de El corazón del daño a través de citas textuales y entrevistas inventadas que recuerdan tanto y tan bien a un libro tan genial como Lo que dicen las mesas parlantes de Victor Hugo.

Colección permanente está «dedicado a quienes confían en los claroscuros, las paradojas y las inconsistencias, acaso porque intuyen que la escritura es un ejercicio sin modelo, hecho de perdición y de fe, de renuncia y de promesa, de gravedad y anhelo de absoluto». Y marca así desde la Nota de la autora inicial por qué sabe que se escribe sin saber demasiado de qué se está hablando. No es literatura lo que se provoca aquí, sino la voz blanca, por neutra, de lo que no tiene costumbre.  

Este libro extraordinario pretende «pensar contra los saberes» y está atravesado por las tres condiciones que sostienen la escritura de Negroni. Es un texto con una cadencia poética más que evidente, es una novela de la vida lectora sin «trama» que viene de la fuerza de un «trauma» y es también un ensayo que dialoga imaginariamente con un sinfín de autores y obras. Esos tres géneros están aquí presentados con una fuerza inusual y marcados como puntos de fuga a la vez que pergeñados como si las voces de otros escritores fueran capaces de diseñar la propia.

Con todo, un elemento aúna poesía, novela y ensayo: la exigencia de que todo ello sea fragmentario, de que el libro renuncie conscientemente al acto de componer bajos los conceptos caducos de unidad, totalidad y continuidad y se lance a la búsqueda de una nueva forma de escritura.

Distanciamiento

Se opera, de este modo, con «la jaula vacía» del lenguaje, centro nuclear de Colección permanente, dibujando el armazón perdido del que hablaba san Juan, ese adentrarse «más adentro en la espesura» para perderse y naufragar en un mar inmemorial y muy antiguo que ejerce un efecto de distanciamiento o desplazamiento decisivo y que Negroni entiende en el límite exacto en el que Stéphane Mallarmé había dejado la literatura, esa práctica como forma alocada de un seísmo: «aquel juego insensato de escribir» indicaba que el libro no era más (ni menos) que lo que Maurice Blanchot había formulado como la ausencia del libro, el lenguaje construido «en torno a un hueco» y que Negroni formula como sigue: «Me hubiera gustado escribir un libro en blanco. Una obra-desierto. Que fuera a la vez una aventura literaria y una obra de pensamiento. Que cultivara lo heterogéneo».

El texto de Negroni alcanza altos vuelos porque quiere abarcarlo todo

El texto de Negroni alcanza altos vuelos porque quiere abarcarlo todo: medir «la insuficiencia del lenguaje, su relación con la vida, el fracaso, la obsesión y la forma, pensar en los proyectos transversales de escritura, la categoría de los géneros, la presunta función social de la literatura, los vínculos conflictivos con el canon, la academia y el mercado editorial, advertir la importancia de forjarse una poética, sin dejar de investigar cómo se relacionan, adentro del poema mismo, inteligencia y emoción, novedad y anacronismo, silencio y soledad». Y es así como mezcla «la vivencia personal y las ideas de otros, la entrevista apócrifa y el afán provocador» en una suerte de pandemonium ordenado de hibridez genérica, subversión de la sintaxis y citas-colaje.

Si en El corazón del daño uno de los centros del libro buscaba narrar la desobediencia frente a los mandatos de la Madre, aquí Negroni muestra hasta qué punto escribir consiste en desobedecer el enigma del lenguaje. Por eso puede decir que «la escritura es lenguaje, sí, pero solo en la medida en que es falta de lenguaje». Y por eso de la mano de Paul Valéry afirma: «Solo concéntrese en los teatros traumáticos que ayudan a iluminar las ruinas venideras. El único discurso legítimo es la pérdida. La única intransigencia: la infancia. La única certeza: la perfección de las palabras rotas».

Lenguaje imposible

Negroni busca un lenguaje imposible y es por eso que desde Susan Sontag quiere levantar «actos constructivos de demolición» a la manera de Anne Carson. Con Hilda Doolittle descubre la angustia de la forma: «Nunca me propuse escribir arengas sino textos en estado de ruina, cerca de la afonía, como quien violenta y ajusta sus gestos a una composición que crea para entenderse y desconocerse a la vez». Con Macedonio Fernández, las novelas que prefiere: «Las que no tienen final ni intriga ni personajes y, por eso mismo, obligan al lector a preguntarse, no qué ocurrirá a renglón seguido, sino cómo logrará el autor continuar sin el sustento de una historia».

El diálogo que se establece entre la vida y la literatura es absoluto y opera sin condiciones, a campo abierto

El diálogo que se establece entre la vida y la literatura es absoluto y opera sin condiciones, a campo abierto, y los guardianes entre el centeno responden al nombre de Vicente Huidobro, Emily Dickinson, Juan Gelman, Erik Satie, Robert Walser y un enigmático «querido maestro» configurando con todos ellos esas entrevistas apócrifas de una voz que es tanto la narradora como la protagonista como la crítica literaria como la poeta haciendo que la difusa figura en el tapiz sea de una mayor complejidad: ¿quien escribe Correspondencia permanente?

La pregunta pudiera parecer inútil pero está en el centro mismo del libro y se formula al modo de Roland Barthes en El susurro del lenguaje: «la escritura es precisamente ese espacio donde las personas de la gramática y los orígenes del discurso se mezclan, riñen, se pierden hasta lo irrecuperable: la escritura es la verdad, no de la persona (el autor), sino del lenguaje».

En este recorrido sinuoso y laberíntico por la historia de la escritura la piel del libro se torna letra viva que busca afanosamente «el tiempo necesario para escuchar el dictum de la Muerte». Y sí, habría que decir que pocos libros como este dicen el nombre secreto de la locura que no olvida que entre la escritura y la lectura está el vórtice mismo de una pregunta que quiere responder a lo imposible.

Colección permanente

María Negroni

Random House

112 páginas

17,90 euros