REPORTAJE

La realidad LGTBIQ+, contada desde la experiencia heterosexual

La mayor visibilidad de personas del colectivo en la sociedad actual propicia que autores no pertenecientes a esta comunidad, pero con buena voluntad, suficiente sensibilidad y sentido común, incorporen a sus novelas personajes con sexualidades no normativas

Ilustración de Laura Monsoriu.

Ilustración de Laura Monsoriu. / EPE

Madrid

En La espada fulgurante (2025), Lev Grossman actualiza el ciclo artúrico y presenta personajes que, si bien ya existían en tiempos del mago Merlín, no solían aparecer en las crónicas de Camelot. Entre ellos destacan sir Bedivere, un caballero que hace cruising en el Londres del siglo V y que está enamorado del rey Arturo, y sir Dinadan, un valiente miembro de la Tabla Redonda que debe ocultar que su género sentido masculino no coincide con su sexo biológico femenino.

La incorporación de estos perfiles a la leyenda artúrica por parte de un escritor, que en sus apariciones públicas se muestra como persona cis hetero, invita a plantearse algunas cuestiones. Por ejemplo, ¿está la literatura surgida fuera del colectivo LGTBIQ+ más permeable a la diversidad y las sexualidades no normativas?

«No puedo responder a esta pregunta porque ni siquiera se me ocurren títulos antiguos de autores cis heteros que incluyesen personajes queer, lo cual supongo que es una respuesta en sí misma», comenta el escritor y traductor Bruno Álvarez, mientras que Francisco Targaryen sí percibe ciertos cambios de paradigma: «Mi primer referente abiertamente homosexual en un libro fue Alec de Cazadores de sombras (2007), obra de Cassandra Clare. Estaba enamorado de su mejor amigo, no lo podía decir y la protagonista se lo echaba en cara. Aunque partiera de un tópico, ese personaje estuvo ahí y, en su momento, me hizo darme cuenta de que lo que a mí me pasaba no era tan extraño. No obstante, a estas alturas, el hombre gay ya no es el complemento para hacer que una historia sea queer, ni a una mujer lesbiana se le tienen que atribuir rasgos masculinos para la sociedad, ni el personaje bisexual es aquel que no tiene claro lo que quiere», apunta este graduado en Comunicación Audiovisual, Diseño Editorial y divulgador literario en YouTube y Twitter, que señala también que, «en la actualidad, no hay nadie que no conozca a una persona que pertenezca al colectivo». «Por eso –prosigue–, si bien cuando tenía 12 o 13 años me sorprendía encontrar un personaje gay en los libros que leía, ahora con mis 30, me choca cuando no lo veo».

Pincelada o brocha gorda

Toda literatura es fruto de su momento histórico, pero el caso de La espada fulgurante puede resultar equívoco, desde el momento en que pertenece al campo de la fantasía, un territorio en el que es más sencillo subvertir el canon, como ya demostró a mediados del siglo XX Ursula K. LeGuin, al incorporar en sus novelas personajes no binarios o de género fluido. Por tanto, si se pretende averiguar si los personajes LGTBIQ+ están siendo incorporados con normalidad a las novelas por autores cis hetero, tal vez estos dos ejemplos no sean los más concluyentes.

En Un día volveré (1982), Juan Marsé narró con normalidad la relación de amor en plena posguerra de dos hombres, uno militante anarquista y otro represor franquista. Tres décadas más tarde, durante una entrevista con Noemí López Trujillo para ABC Cultural con motivo de la aparición de Mejor Manolo (2012), Elvira Lindo confirmaba que El Orejones, uno de los amigos de Manolito Gafotas, era gay.

Si bien cuando tenía 12 o 13 años me sorprendía encontrar un personaje gay en los libros que leía, ahora con mis 30, me choca cuando no lo veo

Francisco Targaryen

— Divulgador literario en YouTube y Twitter

De hecho, era el propio Manolito quien lo avanzaba con su característica inocencia infantil en un pasaje de dicho libro: «No se me ocurre de dónde ha sacado Yihad que el Orejones es gay porque el Orejones es un niño que tiene su cuarto lleno de pósters de tías y eso está a la vista de cualquiera que tenga ojos. En sus paredes no cabe una tiarraca más. Es entrar y allí las tienes: Lady Gaga, Madonna, Kylie Minogue, y en el ámbito nacional, Mónica Naranjo y Alaska. Es verdad que siempre jugó con Barbies cuando era niño pero si lo hacía era sólo porque siempre ha querido ser diseñador de moda, no porque le gustaran las muñecas en sí».

A pesar de que el retrato del Orejones seguía estando lastrado por el tópico, la decisión de Lindo supuso toda una novedad en el sector de la literatura infantil y juvenil generalista –por entonces reacia a abordar abiertamente la diversidad– y anunciaba un cambio de época.

No obstante, como plantea Friedrich Nietzsche en su teoría del eterno retorno, el progreso tiene forma de espiral y, aunque el recorrido sea ascendente, exige algún que otro retroceso. Así, en 2016, a Arturo Pérez-Reverte le pareció buena idea incorporar a sus novelas de la serie Falcó, a un personaje gay. Se trataba de Paquito Arana, «maricón hasta las orejas, pero peligroso como una serpiente de cascabel», que se dedica a torturar, asesinar y del que se destaca que se pinta las uñas y se depila las cejas, rutinas de belleza que, en los años 40, estaban restringidas a las mujeres. Que el primer libro de la serie se escribiera ya en pleno siglo XXI era lo de menos.

«Dudo muchísimo de que en un libro de Pérez-Reverte haya un personaje queer bien representado», bromea Álvarez. Targaryen lleva la reflexión un poco más allá: «A veces creo que hay que saber dónde se mete uno. Sé que en un libro de Jane Austen no me voy a encontrar un protagonista gay, de la misma forma que sé que un personaje queer escrito por Pérez-Reverte será, cuanto menos, una caricatura de lo que es la realidad que, además, habrá envejecido mal. Por eso, la pregunta que hay que hacerse es: ¿hay una buena intención detrás de plasmar este tipo de personajes o en realidad solo se busca el aplauso del público o evitar el ser señalado?».

Con ciertas reservas

Además de buena voluntad, los escritores cis hetero que deciden incorporar a sus textos realidades LGTBIQ+ con cierta sensibilidad y no esculpidas a martillazos, deben hacer gala de cierto sentido común y entender que, en ocasiones, la mejor solución es dejar pasar la oportunidad. «En mi caso, que soy un hombre cis gay, no me veo capacitado para ponerme a escribir una historia sobre, por ejemplo, un personaje transexual y su viaje personal e interior. Otros autores, sin embargo, se han dado un golpecito en la espalda y han tirado para adelante. Y habrá alguna investigación detrás, no digo que no, ¿pero hasta qué punto esa persona está preparada para escribir sobre algo tan personal?», se pregunta Targaryen, cuyo pensamiento es compartido por Álvarez.

Los escritores cis hetero que incorporan a sus textos realidades LGTBIQ+ deben hacer gala de cierto sentido común y entender que, en ocasiones, la mejor solución es dejar pasar la oportunidad

«A mí, como escritor, no se me ocurriría meter a un personaje trans en un libro solo por querer que haya representación. La razón es sencillamente: ¿cómo sabes que esa representación no va a ser perjudicial para las personas trans? Me parece que lo mínimo en estos casos es, si no puedes contar con alguien que se dedique profesionalmente a ello, tener personas en tu entorno que vivan esa realidad y que puedan asesorarte, para así asegurarte de que la representación sume», y puntualiza: «Evidentemente todo el mundo tiene el derecho de escribir lo que le apetezca, pero está en las editoriales apostar por las voces propias y las historias sinceras que ayuden a avanzar».

Brecha generacional

Otra de las razones que pueden explicar la dificultad de escritores cis hetero para representar personajes LGTBIQ+ es el aspecto generacional. Sin caer en el edadismo, es innegable que los lectores y autores más jóvenes han tenido la suerte de vivir su sexualidad y la de su entorno sin tabúes ni culpas. Prueba de ello es que la literatura infantil y juvenil se ha convertido en un campo fértil para estas realidades.

«En la literatura juvenil está muy de moda querer personajes diversos, como si tuvieras una lista con distintos tipos de diversidad y tuvieras que poner un tic en cada artículo. Pero no creo que eso signifique necesariamente que la representación sea mejor, más matizada y más auténtica», apunta Álvarez, aunque Targaryen discrepa.

«He encontrado libros juveniles que tratan temas sociales, culturales e inquietudes sexuales y de género de una forma tan sublime, que nadie podría tacharlos de algo malo. Sin embargo, es una pena que, desde ciertos sectores culturales, se siga señalando a la literatura juvenil como literatura de poca calidad. Al final, se escribe sobre lo que tenemos a nuestro alrededor y me alegra ver que se publican, sin miedo a nada, historias cuyos personajes son abiertamente del colectivo. El mundo del futuro estará formado por los jóvenes de hoy en día y las personas que están escribiendo lo hacen desde el conocimiento de que vivimos en una sociedad diversa. Ahora solo nos queda ver si los grandes grupos editoriales van a seguir poniendo su dinero en estos libros o prefieren pasarse a algo más heterosexual».