CRÍTICA

‘El caso Brasillach’, de Alice Kaplan: escrutinio de las pasiones

La historiadora y crítica sitúa a la Francia colaboracionista ante el espejo en esta gran biografía de Robert Brasillach, un escritor ejecutado por alta traición

La historiadora Alice Kaplan.

La historiadora Alice Kaplan. / EPE

Luis M. Alonso

En El caso Brasillach, su biografía sobre el colaboracionista Robert Brasillach (Perpiñán, 1909-Arcueil, 1945), la profesora y crítica literaria estadounidense Alice Kaplan (Mineápolis, 1954) razona que la historia no es solo una acumulación de hechos: «No consiste únicamente en la recuperación de documentos; es también el intento de comprender las pasiones».

Fascista y rabioso antisemita, el escritor y periodista Brasillach, de 35 años, fue condenado a muerte en el invierno de 1944-1945 por el Gobierno de Liberación francés por delitos de traición contra su país. ¿Se actuó justamente con él o resultó ser simplemente un chivo expiatorio en comparación con la culpa que arrastraban otros «collabos»? Kaplan reconstruye su dramático juicio y sostiene que no hay duda de que el jurado acertó al considerar que el comportamiento de Brasillach durante la Segunda Guerra Mundial fue el de un traidor. Pero, a la vez, arroja luz sobre la ambigüedad moral que impregnó el proceso y la ejecución. Ocurrió tres meses antes de la victoria aliada en Europa.

Brasillach, nacido en 1909, era un producto de la misma educación francesa elitista que algunos de sus contemporáneos; casos, por ejemplo, de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Pero a diferencia de ellos, se vio atraído por la tradición de la derecha racista y el monarquismo, concentrada en la Acción Francesa. Su fiereza escribiendo coincide con el aguerrido espíritu del partido de Charles Maurras.

Distinguido como escritor, aunque no se puede decir que brillante, quienes tengan curiosidad por acercarse a su obra no esperen encontrar en ella ni una gota del perfume de los autores fascistas de relumbrón: el estilismo elegante de Drieu La Rochelle o la poderosa escritura desgarrada del cascarrabias Céline, autor que supo destilar el mundo mejor poblado de rupturas y disonancias en la lengua francesa. Brasillach, en comparación con los gigantes, era menos que un enano. Considerado homosexual por sus contemporáneos, fue, eso sí, un novelista de cierto éxito, crítico y editor de publicaciones, especialmente la antisemita y antirrepublicana Je Suis Partout.

Ilusión homoerótica

Siguiendo las pistas de algunas personas que lo conocieron y trataron, Kaplan sugiere que su favorable actitud hacia la Alemania de Adolf Hitler pudo haber estado condicionada precisamente por la sexualidad. No era un homosexual declarado, aunque tampoco existe la evidencia de que alguna vez sintiera apego por mujer alguna. Muchos de sus compañeros de la École Normale Supérieure de París, meta perseguida por cualquier aspirante a escritor, creían que él y su compañero Maurice Bardèche mantenían una relación sexual en la que este último encarnaba el papel del macho; posteriormente se casó con la hermana del propio Brasillach.

Es posible, por tanto, que su compromiso con Alemania respondiera en gran medida a una ilusión homoerótica: una sumisión voluntaria a la raza pretendidamente superior a la que pertenecían los jóvenes soldados que ocuparon París, más que a una decisión política razonada.

Brasillach pudo haber sido un chivo expiatorio al compararlo con la tibieza del castigo que recibieron otros colaboracionistas de Vichy

Kaplan no frivoliza al referirse a este tipo de influjo y sus terribles consecuencias. Brasillach pudo haber sido un chivo expiatorio al compararlo con la tibieza del castigo que recibieron otros colaboracionistas de Vichy, pero era la clase de persona, como cuenta la autora de su semblanza, capaz de regocijarse en el despiadado deseo de que los prisioneros judío franceses fueran separados en los campos alemanes de sus compatriotas de una misma compañía.

Kaplan recoge las infames declaraciones de Brasillach durante la guerra, algunas de las cuales se omitieron en las reediciones sobre su obra. Pero ve un error en su ejecución precipitada, tras un juicio orquestado por el fiscal Marcel Reboul y Jacques Isorni, abogado defensor, que otorgó credibilidad a la imagen activa e intemporalmente promovida por la extrema derecha francesa de un patriota inocente víctima de las fuerzas de la hipocresía.

Es el momento en que recuerda otros casos flagrantes de colaboracionismo que se saldaron con penas leves, algunas de ellas posteriormente rebajadas o condonadas. Se estaba juzgando con prisas para que la Francia resistente se impusiese a la de Vichy con un castigo ejemplarizante, mientras que los crímenes de lesa humanidad y la complicidad en las deportaciones a los campos de exterminio aún no tenían nombre ni cabida en el ordenamiento jurídico francés, escribe la autora de El caso Brasillach.

Sugiere, aunque no lo afirma de manera abierta que, en 1944, los franceses estaban más dispuestos a castigar la homosexualidad y el uso de la palabra como arma de guerra que el asesinato de judíos. Brasillach utilizaba un estilo belicoso y violento en sus artículos periodísticos más enérgicos, pero nunca fue un activista político práctico ni menos un ideólogo. En sus novelas se refleja ese talante propio del diletantismo sentimental de quienes, en un momento dado, enfocan sus pasiones afilando la pluma de modo virulento. Era, sí, un propagandista que vituperaba a la resistencia y apoyaba la persecución alemana de los judíos franceses. Kaplan no es que valore demasiado a Brasillach, como persona ni intelectualmente, pero le reconoce, en cambio, el coraje de haberse quedado en Francia mientras otros muchos renombrados colaboracionistas huían. Un gran libro sobre el crimen.

El caso Brasillach

Alice Kaplan

Traducción de Francisco Campillo

Fórcola Ediciones

424 páginas

30,85 euros