ENTREVISTA
Lola Larumbe, librera: "Los libros se venden en las librerías, no en las redes sociales"
La librería Rafael Alberti, de la que lleva al frente más de cuatro décadas, sobrevivió al fascismo y a una inundación y este año cumple medio siglo recibiendo lectores cada día en el madrileño barrio de Argüelles

Lola Larumbe, fotografiada en la librería Rafael Alberti de Madrid poco después de su entrevista con el suplemento ABRIL. / Alba Vigaray

Cuando charlo con Lola Larumbe (Madrid, 1960), algo que llevo haciendo de forma habitual, con una cierta regularidad que roza la costumbre, desde hace más de 15 años, experimento una calma extraña y reconfortante. Puede que sea su modo de hablar, dulce pero firme. Tal vez tenga que ver con su mirada, penetrante e iluminadora, tan certera en lo literario como en lo vital.
Una de las últimas veces, en el trayecto que nos llevaba al aeropuerto de Asturias, tras haber participado ambas en el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras, me dijo que tenía que dejar que mi novela volara sola, que no me preocupara, que la respuesta al ¿y ahora qué? que llevo meses planteándome, a ratos hasta la tortura, llegaría, que no debía forzar nada. Escucharla me tranquilizó.
Asentí como sólo hago si de verdad pienso tener en cuenta el consejo y cambiamos de tema, pasamos a los libros, ese continente en el que las dos vivimos, ella como librera, yo como escritora y periodista, nos recomendamos lecturas, autores no tan evidentes, títulos.
Casi un mes después de aquel encuentro, volvemos a vernos, pasada la Feria del Libro de Madrid, y en esta ocasión le lanzo preguntas sobre un oficio que es ya una vida entera y la historia de una librería que sobrevivió al fascismo y a una terrible inundación y ahí sigue, llenándose cada día de lectores, muchos de ellos ya amigos, medio siglo después, en el muy madrileño barrio de Argüelles.
La librería Alberti cumple 50 años, los mismos que lleva acudiendo, puntual, a la Feria del Libro de Madrid. ¿Qué balance hace?
La Feria ha pegado un cambio brutal en los últimos 10 años, ha pasado de ser local a ser muy cosmopolita, con muchísimo atractivo para la gente que viene de fuera.
Se ha convertido en un evento en el calendario cultural.
Sí, un punto de atracción cultural y de Madrid. Valencia tiene las fallas, Pamplona los Sanfermines y Madrid la feria del Retiro. Y estamos en un punto muy interesante, porque hay que plantearse también la deriva.
¿En qué sentido?
Hay mucha gente, demasiada, y hay que ver, darle una vuelta.
Pero no llevarla a IFEMA.
No, no, por supuesto que no. El éxito de la Feria es el Retiro, un espacio democrático, abierto a todo el mundo, donde la cultura realmente es la cultura de todos y de todas.
Más allá de la Feria, ¿qué significa ser librero hoy?
No es una profesión, es un oficio, y un oficio que en estos últimos años, lejos de extinguirse, se ha revalorizado, se ha visto la importancia del librero como parte de un magma que pone en pie la cultura en las ciudades, en los barrios, en los pueblos, y a mí eso me gusta.
Nosotros no quitamos todo de la mesa o no sacamos listados, como me consta que hacen en otros sitios, con ventas o el ratio de tiempo expuesto
Fue la visión que usted tuvo cuando puso en marcha los Encuentros en Alberti, allá por 2002.
Sí, entonces no había como una idea de la parte de actividades culturales de la librería. A mí me gustaba ir a las cosas que hacían las editoriales en el Círculo de Bellas Artes, en la Biblioteca Nacional o en la RAE. Iba porque era la oportunidad de conocer a los autores y encontrarme con los editores. Imagínate lo que ha cambiado, yo era una librera que me tenía que ir de mi librería para poder conocer a los editores, a los autores...
Ahora son ellos los que vienen a su librería.
Claro, porque entonces las librerías no estaban en ese itinerario. Por eso pusimos en marcha los Encuentros. Yo sentía que las librerías eran paradas obligatorias de la cultura en las ciudades y en los barrios.
¿Y cómo fue su primer encuentro con la Alberti?
Yo había venido alguna vez a la librería como lectora a comprar algún libro, pero pocas veces, porque vivía en Aranjuez. Cuando volví a Madrid, con 18 años, a estudiar...
A estudiar Biología.
Sí, a estudiar Ciencias Biológicas [ríe], pues vine una vez a comprar un libro, que me acuerdo muy bien.
¿Cuál fue?
Compré un tomo muy gordo de Mafalda. Era el año 77 o 78 y era muy imponente entrar en la Alberti, la idea de lo nuevo, de lo progre, de lo cool, era un poco donde había que ir. Eso era la Alberti para los jóvenes de la época.

Lola Larumbe, en el interior de la librería Alberti, en Madrid. / Alba Vigaray
Jóvenes que venían de un tiempo muy terrible.
Claro, la Alberti era lo moderno, todos los libros políticos que tenía... La siguiente vez que vine me compré Poema pedagógico, de un ruso que se llamaba Makárenko, editado por Planeta y que podía tener como dos mil páginas, pesadísimo, pero era un best seller, se vendía mucho, me acuerdo que lo leí todo un verano. Y, luego, ya la siguiente vez que entré en la Alberti ya entré con Santi y con Jaime y fue la mañana que nos citó aquí Enrique Lagunero.
Después de que ustedes le llamaran para ver si podía venderles un par de estanterías para la librería que querían montar.
Sí, ya habíamos alquilado el local en Chueca, donde luego estuvo el Café Figueroa, en ese local.
Querían ser libreros, tres amigos que estudiaban ciencias... ¿Por qué?
Pues porque Ángel Lucía, el hermano de Jaime, acababa de montar la editorial Debate. Era una época muy bonita, todo empezaba y, además, era decir adiós a todo lo pasado, a la dictadura, a Franco, a todo. Y era un descubrimiento, descubrimiento de la política, del feminismo, de la libertad, del medio ambiente, del ecologismo. Todo eso empezó entonces. Éramos tres amigos que estábamos en una universidad todavía franquista y era muy aburrido todo. Entonces, pensamos lo bonito que sería vivir entre libros.
¿Lo pensaba así, de ese modo?
Yo, por lo menos, sí. Santi y Jaime son menos literatos que yo, son más pragmáticos. Gracias a Jaime pudimos convencer a Enrique Lagunero para que nos alquilara la librería porque él ya no quería seguir, se había cansado. Enrique era una persona muy abatida por la dictadura, por la represión. Aguantaron los atentados, el acoso, empezó tímidamente la transición política y él ya ahí se desinfló, estaba agotado. Para levantar o mantener una librería hace falta un impulso que no sé muy bien de dónde viene...
Ser librero es un poco como ser madre o padre: necesitas tener pronto a esos niños, porque hace falta mucha energía
De la juventud que ustedes tenían en ese momento.
De la juventud, absolutamente, o de un sueño romántico que has esperado toda tu vida. Pero yo creo que ser librero es un poco como ser madre o padre: necesitas tener pronto a esos niños, porque hace falta mucha energía. Ser librero es formar parte de algo que te gusta mucho, necesitas vivir cerca de todos estos objetos [señala las estanterías que nos rodean], tenerlos a mano, poder leer cualquier cosa en cualquier momento. O sea, yo pienso en la gente que tiene que ir a una librería a comprar los libros y digo: «Pobrecillos». Yo a partir de los 19 años empecé a nadar entre libros y, desde entonces, hasta ahora.
Porque, para ser librero, un buen librero, hay que leer mucho.
Es que, si no lees mucho, esto puede ser un infierno. Y tienes que estar súper al día, cada día descubres una editorial nueva, un autor nuevo, cada día.
Eso, en una industria editorial como la española, donde se publica tantísimo, es casi un imposible.
Bueno, se puede hacer. Nosotros tenemos un perfil humanista y literario y hay muchas materias de las que tenemos una sección pequeña.
Lo digo porque a mí, como autora pero también como lectora, me apena que los libros duren tan poco en las mesas de novedades.
Es que es imposible que duren más, no hay espacio ni tiempo.
¿Y deberían durar más?
Deberían durar más si fueran menos. Es que las novedades son muchas. La presencia que tienen los grandes grupos ahora es mucho mayor que hace 10 años. Han absorbido editoriales independientes y tienen una competitividad entre ellos que hace que estén publicando mucho porque necesitan ir asumiendo cada vez más espacios en todos los géneros, infantil, juvenil, les da igual.
Pero eso acorta la vida de los libros.
Sí, yo creo que los libros tendrían que venir con fechas de caducidad y habría que respetarlas.
Yo creo que los libros tendrían que venir con fechas de caducidad y habría que respetarlas
El problema es que las novedades te inundan y tienes que hacerte cargo de ellas.
Sí, pero puedes pararlas o no darles paso desde el primer momento. Pero ahí siempre el miedo es un poco a equivocarte.
¿De criterio?
No, sí, de haber frenado algo que luego a lo mejor resulta que sí tenía interés, eso da mucha rabia. Esta es una librería de libreros y libreras que son profesionales, conocen muy bien su trabajo y, luego, los lectores son los mejores informadores.
Son una gran fuente de información.
Es la fuente de información fundamental y además la más fiable. Sabes enseguida si un libro va a funcionar. El problema es que tiene que pasar algo pronto.
Eso es muy cruel.
Claro, el problema es que todo tiene que ser muy deprisa ahora, el feedback tiene que ser muy rápido, si no las oportunidades se pierden. Nosotros no quitamos todo de la mesa o no sacamos listados, como me consta que hacen en otros sitios, con ventas o el ratio de tiempo expuesto. Pero hay mucha presión. Cuando llega la ola, hay que intentar retener las cosas que vale la pena tener, aunque no se vendan ahora, pero pensando en que se vayan a vender, porque hay que vender, claro.

La librera Lola Larumbe. / Alba Vigaray
¿Cómo era la Lola Larumbe de aquellos primeros años en la librería Alberti y cómo es la de ahora?
Era más tímida, más insegura y me lo miraba todo mucho por esa inseguridad y esa timidez, y me encantaba ver todo lo que tenía que aprender. No pensaba en un futuro, pensaba en el día a día.
¿Y qué ha sido lo peor y qué ha sido lo mejor de estos 40 años de su historia con la Alberti?
Esa es una pregunta muy difícil. Lo peor es que la gente se muera [se emociona]. Eso es lo peor. Se han muerto amigos y amigas que hicimos aquí. Eso es lo peor. Y lo mejor a la vez es eso, la amistad. Y ahora lo mejor para mí es que Iñaki [su hijo] esté ahí [señala la entrada de la librería]. Para mí, lo mejor es llegar por la mañana a la librería, abrir la puerta y que esté ahí, con la música a toda mecha. Llega temprano, porque le gusta preparar los pedidos y estar solo, que eso es compartido con su madre, a mí me encanta también estar sola en la librería.
Esa soledad es tan bonita...
Es una soledad muy bonita, muy bonita. Lo mejor de mi vida ahora es poder venir a la librería cada mañana y abrir y ver que está aquí.
Lo mejor de mi vida ahora es poder venir a la librería cada mañana y abrir y ver que mi hijo está aquí
Toda una vida hecha en la librería.
Y que se sigue haciendo, porque estamos todavía en el camino, se hace cada día, porque con Iñaki no ha sido siempre así, esto no ha sido una programación.
La vida no se puede programar.
Pero, además, no había un proyecto de continuidad como tal, yo no he tenido sentido de la continuidad hasta ahora, que le veo a él y yo ya empiezo a tener una edad. Este chico también ha sufrido, en cierto modo, que la librería le ha quitado mucho tiempo a su madre. Yo siempre le empujé para que hiciera su vida y, de hecho, la hizo.
Hasta que decidió hacerla aquí.
Claro, y luego también eso ha tenido un proceso. Tú puedes venir con una idea y luego la propia librería te la desbarata, porque la librería tiene vida propia, la librería no se conoce hasta que no estás dentro enfangao. La librería es dura. Hay proyectos de librerías donde veo que la gente está más por las redes sociales y por todo eso, ¿no?
Lo que es la vida ahora, vamos.
Pero los libros hay que venderlos aquí en la librería uno a uno. Las redes sociales son un escaparate que te da ruido, pero luego tienes que tener el libro que quieren los lectores. Puedes tener una librería muy bonita, pero si no tienes libros...
Las grandes superficies decidieron ocuparse de lo mayoritario y muchas librerías, ante la dificultad de gestionar los fondos, se pasaron a la zona oscura, que es el 'mainstream'
Es que el fondo de una librería es fundamental.
Esta es una librería que se ha ocupado de lectores de los que no se ocupaba nadie, porque las grandes superficies decidieron ocuparse de lo mayoritario y muchas librerías, ante la dificultad de gestionar esos fondos, se pasaron a la zona oscura, que es el mainstream.
Lo comercial.
Esa es la tentación y, de hecho, el mercado invita, es como una especie de demonio que te está diciendo: «Olvídate de tener esa edición de Carmen Laforet y pon ahí al youtuber o al influencer». Esta es una librería que también da un servicio, también te vamos a proporcionar los libros del mainstream, si quieres, es una librería que está abierta porque está en su barrio, está en el mundo. Hemos hecho una librería abierta a muchos tipos de lectores. La gente viene aquí y dice: «Esta es mi librería de confianza». Y eso yo creo que es muy bonito, y es un lujo. Tener un médico de confianza, una librería de confianza y poder pasar unos días mirando el mar, eso es un lujo.
Eso es la vida.
Eso es la vida perfecta. Y que eso se siga manteniendo, un milagro.
Librería Rafael Alberti
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