LiterNatura

Creo en la naturaleza

¿Está todo acabado o aún podríamos equilibrar al caballo desbocado del desarrollismo contemporáneo?

La escritora Marta del Riego Anta, autora de ‘Cordillera’.

La escritora Marta del Riego Anta, autora de ‘Cordillera’. / Vincenzo Penteriani

Violeta Serrano

De la pantalla rebotas al muro y del muro de vuelta a la pantalla. Si hay suerte, en el trayecto, encontrarás una ventana derramando luz. Si no, ojalá tengas un libro donde refugiarte. Las pistas las pone quien escriba: tú, leyendo, debes reconstruirlas, armar tu propio relato porque cada obra es, en realidad, regeneración. Leer implica crear. Por eso la lectura es hoy una forma de resistencia.

Lo decía hace poco en una entrevista Lola López Mondéjar refiriéndose a los clubs de lectura: en un mundo arrasado por la velocidad, el individualismo y la falta de entendimiento, pararse a leer en comunidad es un acto de rebeldía. Crear también lo es. Y atreverse a decir no a la vida tal y como nos la narrábamos hasta ahora, también. Conviene irse de los lugares que habíamos aceptado como legítimos para desplegar nuestra existencia. Ya no lo son. Salvo para unos pocos. Cada vez menos.

Así que parece plausible dejar atrás la gran ciudad y habitar el campo con el confort que este momento histórico nos ofrece. Re-habitar la España olvidada no como un favor a los pobres que han sido relegados a la periferia de un país sino al revés. Como una plegaria, un ruego hacia quienes aún no han perdido la conexión con la naturaleza, un permiso conjunto para que nos hagan hueco en su descrédito y podamos volver a una forma de vida conjunta que tenga más que ver con la dignidad sencilla que con la carrera hacia ninguna parte en la que se está convirtiendo la rutina urbana.

Hace unos meses leí Cordillera, la novela de Marta del Riego Anta: además de valorar su incontestable pericia técnica, me conmovió. La leí en apenas 12 horas de entrega febril. Y cuando la terminé, ya acostada en mi cama que tiene la fortuna de estar cercada por todas las estrellas del cielo que la escasa luz de mi pueblo emite, lloré. Porque en ella se conjura la diatriba más importante en la que nos movemos hoy: ¿civilización o naturaleza?, ¿hemos perdido el punto medio virtuoso y posible?, ¿está todo acabado o aún podríamos equilibrar al caballo desbocado del desarrollismo contemporáneo?

No hay mayor urgencia porque sin vida en la Tierra no hay ninguna otra discusión posible. Entonces, ¿por qué no miramos de frente al desafío? Tal vez porque las soluciones implicarían un cambio sistémico que no estamos dispuestos a asumir. Atreverse es casi es una cuestión de fe.

Y justo esta novela lo repite como un mantra: «Creo en la naturaleza». Esa voz podría ser la mía. Yo tengo fe. En la literatura, la que emociona para luego hacerte entender más de lo que subyace en la primera capa de sentido, y en la naturaleza, como ciclo, como maestra, como madre. Esas dos líneas son mi carril de enlace con el deseo de seguir en pie. Porque cuando tu techo y tu comida están asegurados por el trozo de tierra que haces hogar, entonces todo cambia. Dejas de ser esclavo para convertirte en persona. Otra vez.

Escribiré esta columna desde uno de los valles más despoblados de la provincia de León y caminaré así desde el olvido que me rodea hasta vuestras casas. Literatura y naturaleza. Ruinas y esperanza. No sé si es una revolución posible pero es la única en la que creo después de haberme desencantado de tantas promesas vacuas. ¿Me siguen? Cambiar todos los soles del imperio por ver cada mañana amanecer, como canta Vetusta Morla. No veo mejor forma de empezar.