Opinión | CUADERNO DE NOTAS

Me veo con fuerzas de cantar a la Duras

Recuerdo como si fuera un sueño que me deja sensación de calma aquella noche en que presenté a la escritora en la Filmoteca de Catalunya

Marguertie Duras, durante la filmación de una de sus películas.

Marguertie Duras, durante la filmación de una de sus películas. / EPE

MARGUERITE ESCRIBE. Marguerite Duras escribe. Esta maestra, esta amiga de unas noches de los 70 en Barcelona, escribe. Esta mujer que ha atravesado todas las tormentas del siglo XX y sus horrores, y sus guerras y sus luchas liberadoras y sus alegrías serenas, escribe.

Recuerdo como si fuera ahora aquella noche en que la presenté en la Filmoteca de Catalunya, situada en una calle cuyo nombre no recuerdo, justo al lado del mercado de Santa Caterina, a dos pasos de la Catedral de Barcelona.

Era pequeña, muy amable, con una cabeza grande como de escultura romana y una voz honda que hacía nacer escalofríos en mi espinazo. Los filmes que se proyectaban eran dos. Primero, esa maravilla titulada Le camion, en la que ella y Gérard Depardieu hablan durante casi una hora de una mujer que sufre, un viaje por carretera, el deseo, la explotación de ese cuerpo femenino, una guerra, un gran dolor, una pequeña esperanza, el trabajo de actor y el trabajo de escritora. Sé que el filme cambió mi forma de ver el cine. Al menos cierto cine. Y me mostró la capacidad de invención de una Duras que se arriesgaba siempre, como debe hacer una verdadera creadora.

La otra película era India Song, rodada en una mansión medio abandonada en el Bois de Boulogne de París y en la que unos personajes y unas voces entremezclan toda la infancia durasiana en la Indochina francesa con un amor que aparece entre los jardines del parque, dentro de los grandes corredores de aquellas salas del palacete, entre los despojos de una escenografía para dejarnos boquiabiertos.

Fue emocionante escuchar a Duras, que nos contó a los pocos espectadores fans cómo se las había ingeniado para crear aquellos dos mundos tan diferentes que nos interpelaban desde lugares inesperados, que nos decían cosas que nunca habíamos oído, que nos ayudaban a sentir con más percepción lo que aparecía en la pantalla.

Fue una orgía de descubrimientos que acabó en un restaurante que había en el interior del mercado de la Boqueria, en la Rambla de les Flors, donde conjugamos tesis con placer comiendo y bebiendo exquisiteces. Lo recuerdo todo como si viera un sueño que está a punto de huir y dejarme una sensación muy calma.

UN LIBRO APASIONANTE. Todos estos días de primavera he tenido de libro de cabecera Escriure (Labreu Edicions; en castellano, Escribir, en Tusquets), de la querida Duras. Como toda su obra, es un libro corto, 97 páginas, e inacabable. Esto significa que se puede leer y releer una y otra vez y el lector siempre encuentra cosas nuevas, descubrimientos mínimos, músicas que nunca había oído. Ya sabes, querida Lectora, que no paro de repetirme que leer es releer. Y también que es necesario leer con la lentitud como compañera.

Es un libro, además, caleidoscópico. No solo por la escritura, también porque recoge cinco textos que pueden tener el perfume de unos ultima verba, un elixir testamentario.

El primer texto se titula como el libro, Escribir, y es una confesión hecha en voz baja, casi susurrando, porque nos cuenta confidencias en primera persona muy significativas. Nos dice que se compró una casa para escribir en Neauphle. La compró con los derechos cinematográficos de Un dique contra el Pacífico. La casa la consolaba de todas las penas infantiles. La quería para escribir libros que aún desconocía y que nunca había decidido que haría y que nunca había decidido escribir nadie. Y ahí construyó su soledad. La soledad necesaria y determinadas costumbres personales poblaban su vida. Era como encontrarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total, y descubrir que solo te salvará la escritura. Y reconoce que ahí puede decir lo que quiere. Y que nunca llegará a saber por qué se escribe y cómo no se escribe. Muchos de sus libros salen de esta casa. Y también de la luz del parque, de esa luz reflejada en el estanque.

La letra durasiana se incrusta en el pensamiento y nos hace ser mejores, más clarividentes, más libres. Y nos dice y asegura lo que sabemos y no reconocemos: que a nuestro alrededor todo escribe.

El segundo texto es La muerte del joven aviador inglés. Y aquí nos cuenta una historia. No la contaré porque debe leerse con la velocidad exacta que pide la muerte del joven aviador inglés el último día de la guerra. Creo que el virtuosismo de la literatura de Duras se despliega en esta compañera que llega al fondo del espíritu y te remueve las entrañas con palabras llanas y vivas.

El tercer texto, Roma, tiene la sustancia magnética de mis primeras lecturas durasianas, la riquísima sencillez. La plaza de Navona de Roma, un hotel, unas sillas del bar en la terraza del hotel, una mujer dormida, un hombre que la mira, una mujer despierta, el hombre habla con ella, ella recuerda una excursión escolar a la región de la Toscana. Ya volvemos a estar, en el gemelo de excelencia de la Duras.

Entre diálogos y sobre todo silencios, pasan por sus afiladas lenguas civilizaciones, reinos, imperios, la crucifixión de Cristo, la reina de Samaria, los generales romanos, las landas de los fugitivos del imperio, ese gran amor más grande de lo que dice la historia, las visiones, los llantos y ella que muere de ese amor, la landa negra.

En los dos últimos textos, El número puro y La exposición de la pintura, siguen sus pensamientos sobre la escritura y la esencia de los lenguajes, con variaciones minimalistas sobre hechos cotidianos que nos pasan desapercibidos y en los que pone la lupa de sus palabras aladas.

La traducción de esta Duras es de la poeta Blanca Llum Vidal, que ha hecho un trabajo de creación muy difícil y muy bueno. Ha sabido inventar un catalán empapado de la música verbal durasiana, lo que es un prodigio que quiero agradecerle profundamente. Vidal se ha hecho Duras y puedo asegurar que ha conseguido que el viaje del francés al catalán sea un éxito completo. ¡Un libro para sensibles!