MISCELÁNEA

He venido a hablar de mi libro: Santiago Tarín, autor de 'Los crímenes de los pasos perdidos'

"No son las memorias de un reportero, pero es un libro de memoria, la de unos momentos, de una ciudad y de un país", sostiene el autor

Santiago Tarín, autor de 'Los crímenes de los pasos perdidos'.

Santiago Tarín, autor de 'Los crímenes de los pasos perdidos'. / EPE

Santiago Tarín

Los crímenes de los pasos perdidos ha sido un libro de larga gestación y parto corto. Larga, porque se trata de historias acumuladas a lo largo de años de transitar por juzgados y comisarías; de notas guardadas y recuerdos acopiados. Escribirlo fue una necesidad, para recuperar la atmósfera que las rodeaba y las facetas más humanas que no caben en la sucinta crónica periodística y la transforman en un relato literario, con la salvedad de que no hay espacio para la imaginación: todo lo que contiene es real.

No son las memorias de un reportero, pero es un libro de memoria, la de unos momentos, de una ciudad y de un país; una memoria que nos permite observar el retrato de una época como si tuviéramos un telescopio que dejara atisbar el pasado.

Porque la llamada crónica negra no es sólo el apunte de unos hechos, sangrientos unos, sorprendentes otros, sino también la contraportada de la historia oficial, la que nos permite conocer cómo era una sociedad que ha ido mutando con los años hasta incluso desvanecerse, igual que la ciudad ha ido cambiando poco a poco.

Así, me detengo en malhechores desaparecidos, como los quinquis, los delincuentes del suburbio, como El Vaquilla, que marcaron dos décadas de las páginas de sucesos y que llegaron a forjar una subcultura con su propia música, literatura y cine. Son como un wéstern crepuscular pero español, a cuyos protagonistas la droga, la erradicación de los barrios de chabolas y los tiroteos con la policía eliminaron de la actualidad, pero que nos traen al presente una urbe con zonas muy desfavorecidas donde vivieron, sin asfalto ni condiciones sanitarias.

Tiempos tumultuosos

O en los atracadores de bancos que no dudaban en apretar el gatillo, hoy inexistentes. Los ochenta no fueron tiempos pacíficos, sino tumultuosos y violentos, propios de un país en transición hacia un nuevo horizonte, tanto en la vida pública como en la privada.

He escrito sobre cosas que he visto de primera mano: asesinos despiadados, estafadores que amaban la poesía, personas que jamás pensaron en cometer un crimen y que mancharon sus manos de sangre, sucesos hilarantes, robos espectaculares forjados en torno a casinos ilegales, cárceles inhumanas que no eran más que almacenes de hombres sin esperanza o tahúres que engañaban al prójimo apelando a la salud o a los astros. A todos los vi desfilar por los tribunales y las comisarías.

Algunos, los menos, eran malvados; personajes en los cuales el mal se había encarnado en figura humana, incluso de forma banal, lo que es aún más espeluznante. Otros eran personas desbordadas por su situación económica o personal y al ahondar en sus vidas merecían compasión, porque comprender no equivale a justificar. Bastante duras eran las cosas como para meter más el dedo en la llaga.

A todos los vi, excepto al Arropiero, el mayor asesino en serie de la historia de España, pero me contó su trayectoria su abogado; como tampoco conocí a El Mula, un delincuente de posguerra con una peripecia dramática que le llevó al patíbulo. Esa fue una historia heredada de la que supe por mi padre, pero es que los hijos de periodistas heredamos historias.

Los crímenes de los pasos perdidos

Santiago Tarín

Alrevés Editorial

236 páginas

20 euros