Opinión | DAME UNA NOCHE
El escritor más contagioso
Ojalá uno fuese capaz de escribir libros que, al cerrarlos, lo hiciesen entonar un simple "soberbio" y luego se quedase dudando a quién leer a continuación

El escritor Mario Vargas Llosa, fotografiado en 2022. / David Castro
Unos cuantos escritores, no muchos, tienen la capacidad de lanzarte a la lectura a su vez de nuevos escritores, expresa o tácitamente. Uno es Mario Vargas Llosa. No llegas al final de sus libros y te dices "Ya está, leído, soberbio", como si de alguna manera su lectura se agotase en sí misma. Nada tiene de malo que de una novela no parta un afluente que de modo natural y prodigioso conduzca a otra distinta. En absoluto.
Ojalá uno fuese capaz de escribir libros que, al cerrarlos, lo hiciesen entonar simplemente un "soberbio", y después, intimidado por su fuerza, se quedase dudando, desorientado, sin saber bien a quién leer a continuación. Pero cuando ocurre y el autor dispara el entusiasmo por seguir leyendo y descubriendo a otros autores, la celebración es doble.
Vargas Llosa se erigió en un escritor profundamente contagioso desde sus primeras novelas, en los sesenta. Funcionaba como un transbordador a otros novelistas. Podían ser sus contemporáneos o sus predecesores. Era imposible leerlo aisladamente. Nos llegó como punta de lanza de un fenómeno generacional, así que si recalabas en él estabas cayendo en una tupida y adherente red de la que difícilmente salías sin leer a García Márquez, a Cortázar, a Donoso, a Carlos Fuentes…
Pero no siempre con eso bastaba. La ciudad y los perros (tenía 26 años cuando la escribió), La casa verde (tenía 30), Conversación en La Catedral (tenía 33) eran tan ambiciosas, tan virtuosas, producto de una ingeniería tan compleja y precisa, ejecutadas de manera tan impecable, obras maestras, en definitiva, de la técnica narrativa, que no te conformabas con disfrutar el asombro que te producían, sino que necesitabas a continuación profundizar en él, ensancharlo, explicarte cómo algo tan exquisito había sido primero concebido y después ejecutado.
Justo ahí Vargas Llosa te lanzaba a Onetti, a Rulfo, a Faulkner, a Woolf, a Hemingway, a Tolstoi, a Balzac, a Flaubert… Cualquier cosa menos pensar: "Suficiente". Querías más Vargas Llosa y más escritores que habían llevado a Vargas Llosa a proponerse tan descomunales retos en sus novelas.
Obras maestras
Cada una de sus primeras obras maestras –porque tiene primeras, pero también segundas y terceras obras maestras– se explica en parte por la lectura e inmediata influencia de un huracán que golpeó a toda su generación: William Faulkner. No se entiende a Vargas Llosa sin él, y por eso resulta tan aleccionador ir del uno al otro. El novelista peruano comenzó a leerlo en 1953, durante su primer año en la Universidad de San Marcos, en Lima. La primera novela que cayó en sus manos fue ¡Absalón, Absalón!.
En él descubrió la importancia de la forma en la literatura. "Me mostró cómo eran absolutamente esenciales una cierta organización del tiempo y del punto de vista, pues determinaban si el texto era sutil y ambiguo o torpe y superficial. Descubrí cómo la propia forma podía ser un personaje o un tema de la novela. Lo que recuerdo muy bien, y es importante señalarlo para comprender mi relación con Faulkner, es que fue el primer escritor a quien leí con una pluma en la mano y un papel al lado del libro".
Sin Faulkner no hubiese existido el Vargas Llosa que conocemos. Antes de que el norteamericano se infiltrase en la obra de Vargas Llosa lo había hecho en otro autor directamente conectado con el peruano, y al que dedicó uno de sus grandes ensayos, Juan Carlos Onetti, quien confesaba que "todos coinciden en que mi obra no es más que un largo, empecinado, a veces inexplicable plagio de Faulkner". La relación de Onetti con Vargas Llosa era tan particular que en 1967 compitieron por el premio Rómulo Gallegos con dos novelas que transcurrían en sendos prostíbulos. Onetti aceptó la derrota y con humor lo atribuyó a que el burdel de Vargas Llosa era mejor: "Hasta tenía una orquesta".
- Castañuelas y zapateos a Eurovisión: la 'vieja España' de Melody gana el Benidorm Fest con un batiburrillo de clichés
- Isabel Allende: 'Palabra a palabra, libro a libro, voy averiguando quién soy
- Librería Alcaná, donde los libros esperan pacientes
- Crítica de 'Jane Austen arruinó mi vida': a vueltas con el romanticismo
- La marquesa salió a las cinco
- Franco y yo', de Jesús Ruiz Mantilla: nosotros y el hombre al que le gustaba hacerse el bobo
- Cultura española en democracia', de Sergio Vila-Sanjuán: años muy bien aprovechados
- Melody, más clichés a Eurovisión: la nueva versión de 'Esa diva' es aún peor que la original