Opinión | DAME UNA NOCHE

El inalcanzable Gatsby

Francis Scott Fitzgerald no vivió lo bastante para ver cómo su obra, de cuya publicación se cumple un siglo el próximo 10 de abril, se convertía en un clásico absoluto de todos los tiempos

Hechos reales; por Juan Tallón

Leonardo DiCaprio, en un fotograma de la adaptación al cine que hizo Baz Luhrmann.

Leonardo DiCaprio, en un fotograma de la adaptación al cine que hizo Baz Luhrmann. / EPE

Un año antes de que viese la luz El gran Gatsby (1925), Francis Scott Fitzgerald trabajaba febrilmente en el libro y pedía a Dios no ver un alma durante seis meses. "Mi novela es cada vez más extraordinaria; me siento completamente dueño de mí mismo y por fin podré satisfacer mi deseo de soledad", le escribió al novelista Thomas Boyd desde Francia, donde acababa de recalar con diecisiete maletas. Nunca siente un autor tanto entusiasmo por su obra como cuando aún no está terminada. Después de todo, está haciendo algo, y ese instante es más placentero emocionalmente que el momento en el que, acabada la novela, ya no tiene nada que hacer.

La exaltación lo embargaba, y en agosto de 1924 le dijo a Maxwell Perkins, director editorial de Scribner’s, que la novela "es casi la mejor novela estadounidense jamás escrita", como bien recuerda Rodrigo Fresán en El pequeño Gatsby (Debate), un ensayo en el que cada página es una celebración de una novela que cumple cien años y está más viva que nunca.

A finales de septiembre, Fitzgerald se dirigió por carta a su agente, Harold Ober, y le anunció que al fin había terminado. "Le envío por separado el manuscrito de El gran Gatsby para intentar que se publique por entregas". Su plan era hacerlo en la revista Liberty, y después editar el libro. Pero al final rechazó esa idea "porque sentía que rebajaría la importancia de la obra", señala Fresán, aunque "llegaron a ofrecerle 10.000 dólares". Scribner’s le pagó un adelanto de 3.939 dólares más 1.981 a la publicación.

Incongruencias de la vida

"La novela es una maravilla", respondió Perkins al recibir el texto en una carta recogida en El arte de perder (Círculo de Tiza). A sus ojos, se trataba de una magnífica fusión de las fabulosas incongruencias de la vida. "A varios caballeros de aquí no les gusta el título; de hecho, a nadie salvo a mí le gusta", añadió. A vuelta de correo, el autor respondió que no sabía qué hacer.

Fresán recuerda algunos de los títulos alternativos que manejó: Among the Ash Heaps and Millonaires, Gold-hatted GatsbyOn the road to West Egg, Trimalchio o Gatsby a secas. Con la novela mirando ya a la imprenta, envió al editor un telegrama desde Capri: "Estoy como loco por el título Under the red white and blue". Perkins lo disuadió. Ese cambio podría demorar la salida del libro.

Llegó 1925 y estuvieron listas las galeradas finales, donde aún se peleaba por cada frase. Fitzgerald incluyó cambios, pequeños y de calado, hasta el último momento. Pidió al editor, encarecidamente, que alguien leyese el texto atentamente dos veces para cerciorarse de que sus añadidos se incorporaban correctamente, y que no se hiciese ningún cambio salvo una errata flagrante. Y como ruego a Perkins, añadió: "Asegúrate de no revelar nada del argumento en el texto de la contraportada. No reveles que Gatsby muere o que es un parvenu o un maleante ni nada. Parte del suspense del libro consiste en mantener la duda sobre todas esas cosas hasta el final".

Un par de meses antes de que el libro se publicase, Fitzgerald mostraba confianza en vender 80.000 ejemplares. A medida que se acercaba la fecha, sin embargo, su entusiasmo se fue enfriando. Empezó a tener dudas sobre el texto, incluso sobre la cubierta. La salida del libro generó un espejismo: se agotó la primera edición, de 21.000 ejemplares, pero la siguiente, de 3.000, languideció casi en su totalidad en los almacenes de la editorial.

Hubo buenas y regulares críticas. Fitzgerald no vivió lo bastante para ver cómo El gran Gatsby se convertía en un clásico absoluto que habla de un tiempo y de todos los tiempos. El año de su muerte (1940) se vendieron siete ejemplares. Pero solo cinco años después comenzó la resurrección. El mundo se deshizo en elogios y, como Fresán sostiene, se volvió una de las novelas más releíbles jamás escritas, en la que siempre se descubre algo nuevo.