Opinión | LA TROBAIRITZ

Baja literatura

Al cumplir años vuelve de alguna manera esa inocencia lectora que puede considerarse de poco gusto pero que yo prefiero calificar como desprejuiciada

Leer, tocar y escuchar; por Alana S. Portero

Anne Rice, autora de 'Entrevista con el vampiro'.

Anne Rice, autora de 'Entrevista con el vampiro'. / Armando Arorizo

La línea que separa lo que entendemos por alta y baja literatura tiende a dibujarse con un trazo grueso y firme, fronterizo, en algún momento de nuestra vida, y vuelve a desdibujarse o a hacerse difusa cuando nos hacemos definitivamente mayores y entendemos que leer, ese acto íntimo del que ya hemos hablado en esta tribuna, es o debería ser, un placer sin más reglas que el disfrute.

Una cosa maravillosa de madurar es no tener que mantener las imposturas propias de la juventud, sanas, necesarias para distinguirse y cultivar una personalidad, pero inútiles cuando una ya sabe con cierta seguridad quién es. En ese momento los placeres culpables pierden el adjetivo y solamente son eso, placeres, en toda su sencillez y rotundidad.

Le debemos casi todo a eso de lo que en algún momento hemos renegado, las novelas gacetilleras, las sagas hiperbólicas, los relatos pulp, aquellos textos que nos atrapaban durante horas en un estado de concentración absoluto, nunca hemos leído con mayor voracidad, pasión y ansia que en la infancia y en la adolescencia, como si cada libro llevase consigo el regalo del tiempo para leerlo.

Decía Umbral, y tenía razón, que en la etapa de formación a una le debería de gustar todo, sin filtros, sin distingos, que la edad la que se encargaría de afinar el tamiz que separará el grano de la paja. Tiene su gracia que al cumplir años vuelva de alguna manera esa inocencia lectora que puede considerarse de poco gusto pero que yo prefiero calificar como desprejuiciada.

Durante buena parte de mis viajes de trabajo, en noches de hotel en las que no es fácil concentrarse después de presentaciones, eventos, conversaciones o mesas de debate, he vuelto a alguno de esos libros que entran en el torrente sanguíneo como los carbohidratos simples y me he descubierto perdiendo horas de sueño por culpa de Anne Rice -refundadora absoluta del mito del vampiro le pese a quien le pese-, Robert Howard -el mejor peor escritor de la historia- o H. P. Lovecraft -nadie hizo jamás tanto con tres adjetivos-.

Si la lectura es un placer que se adquiere con la práctica, así lo defiendo yo, escritores como los citados y otros aún menos prestigiosos pero mucho más leídos de lo que seremos quienes hoy nos dedicamos a escribir, aquellos que pueblan las estanterías de las librerías de ocasión, entrenaron nuestra capacidad para dedicar tiempo a una costumbre que acabaría por definir nuestras vidas como nada lo ha hecho ni lo hará.

Creo que con excepción de Mariana Enríquez, que es, aparte de una de las mejores y más importantes escritoras de nuestro tiempo, casi la única que dice la verdad en las entrevistas, o así lo parece, en general no nos atrevemos a confesar cómo hemos llegado hasta aquí como lectoras y como escritoras, o lo hacemos parcialmente, rebuscando en el cofre de nuestros recuerdos hasta dar con algo que se pueda enseñar y nos haga quedar como estilistas precoces que ya merodeaban por los páramos del Parnaso a edades tiernas.

Con esta tribuna salgo del armario de lo que se considera barato en literatura, o bajo, o malo, denominaciones todas que dicen más -y peor- de quienes las usamos o las hemos usado que de las obras así llamadas. Sin Anne Rice ni siquiera estaría escribiendo este texto y ustedes tampoco lo estarían leyendo. Bendita sea por eso y por volverme a hacer disfrutar de mi soledad cuando más lo necesitaba.