Opinión | EL TEATRO DEL MUNDO

Isaac Marcet

Lo que el pequeño X esconde

La historia tras el nombre del hijo de Elon Musk se remonta al abuelo del magnate, líder de un movimiento que quiso tumbar la democracia en su país

Elon Musk, su hijo X Æ A-12 y Donald Trump, en el Despacho Oval.

Elon Musk, su hijo X Æ A-12 y Donald Trump, en el Despacho Oval. / Alex Brandon.

Sobre los planes ocultos de Elon Musk en la Casa Blanca se ha dicho casi todo: que si lo hace por dinero, que si quiere venganza, que si trata de destruir la cultura woke. Todos hoy vivimos en su mente. Sin embargo, nadie sabe lo que piensa ni por qué. Es como predecir el comportamiento de un quark o un bosón: imposible. Pero hay un surco en su cerebro por el que podemos entrar.

Dentro comprobamos que no es dinero lo deseado; tampoco una oligarquía que gobierne el país, como se especula, pues todo eso ya lo logró hace tiempo. Para comprender sus planes, para atisbar, incluso, cuál va a ser el destino de EEUU, primero hay que descifrar un acertijo. El nombre de la persona que siempre le acompaña. Su hijo X Æ A-12.

Cuando nació X, los padres desvelaron algunas pistas. La X representa "la variable desconocida2; Æ, la ·inteligencia artificial", y A-12, "un avión militar del Gobierno norteamericano". Pero omitieron lo esencial: la historia detrás del nombre. Una que se remonta al abuelo de Musk, Joshua Haldeman: quiropráctico, vecino de Regina (Canadá) y líder del movimiento cuyo fin era derrocar la democracia en su país.

Durante la peor crisis de EEUU, en la década de 1930, el Movimiento Tecnocrático nació con una finalidad: reemplazar a políticos por ingenieros y hacer del Estado una máquina. Llamaron a su Estado ideal el Tecnato y sedujeron a miles de personas frustradas con la democracia, dispuestas a anteponer el crecimiento económico a su libertad. Aun así, la mayoría no estuvo preparada aquello.

Los afiliados del grupo vestían de gris, conducían coches grises y vivían en casas del mismo color. Por si fuera poco, se saludaban unos a otros con gestos sacados del cine de ciencia ficción, como si pertenecieran a un secta fascista. Por ello, el movimiento se prohibió en Canadá: era "una amenaza a la seguridad nacional".

Haldeman no asumió la derrota. Migró del país junto a la familia y, de todos los sitios posibles, eligió el más racista: el apartheid de Sudáfrica. Sin embargo, al igual que un viejo motor, su energía política acabó apagándose. Hacia el final de su vida, sintiendo que no cumpliría el sueño tecnócrata, dejó la ciudad para adentrarse en la jungla, en busca de la ciudad perdida de Kalahari. Si el mundo lo rechazaba, él lo despreciaría volviéndose loco. La misma historia de su nieto; pero del revés.

Obsesión marciana

Cuando Donald Trump prometió la vuelta a una edad de oro en el Capitolio, vimos trazas de esa chaladura. Dijo: "Viajaremos a las estrellas y plantaremos nuestra bandera en Marte. Porque somos los estadounidenses y el futuro es nuestro". Pero él no escribió esas palabras. Nadie pudo creerse que Trump quisiera explorar las estrellas. Ni menos viajar a Marte sin baño de oro chapado. La utopía marciana era de Musk. Salvo él, nadie podía pensar que aquel planeta, con temperaturas de 500 bajo cero, apenas luz y tormentas solares, pudiera ser habitable.

Su biógrafo, Walter Isaacson, contó que era habitual verlo hablar solo y murmurar la palabra "Marte". Esa es la "versión oficial" de las obsesiones del billonario. Pero en una ocasión bajó la guardia. De entre las muchas declaraciones que dio a la prensa, dejó entrever la naturaleza de su propósito: "La creación de un Tecnato en Marte". "Solo así podremos salvar a la especie de su destrucción".

La palabra Tecnato en su boca no es circunstancial. Cierto es que no conoció a su abuelo, murió cuando él tenía 2 años. Con todo, a lo largo de su vida, ha ido dejando miguitas que nos conducen una y otra vez a Haldeman, como si quisiera jugar al policía y el ladrón. En una carta dirigida a los ingenieros de Doge, órgano de reducción del gasto federal que él dirige, Musk animó al equipo diciendo que nunca habían tenido "mejores cartas que aquellas". ¿Pero cuáles son esas cartas? ¿No estará entrenando a Grok, su IA, con las cuentas corrientes y los datos médicos y fiscales de los estadounidenses? ¿Y si lo que pretende es crear un Tecnato y cumplir el sueño de su abuelo?

El sueño original del Movimiento Tecnocrático nunca fue la eficiencia. Ni la objetividad del lenguaje informático, como aseguraban. Su fundador, Howard Scott, apenas tenía las cualificaciones necesarias para ser un ingeniero. El plan siempre fue otro: disfrazarse de máquina y así justificar sus caprichos. Lo que ha hecho Musk con la IA de Doge. Según garantiza, los algoritmos que emplea son capaces de calcular muchos datos para asegurar el buen uso del gasto federal. Pero, cuando rascas, compruebas que la IA está entrenada para eliminar los presupuestos que contengan las palabras crisis climática, género o transexualidad. Cuando el movimiento hablaba del Estado como si de un androide se tratase, se referían a esto. A un dictador parapetado tras "la máquina".

En La guía del autoestopista galáctico, libro de cabecera de Musk, vemos lo mismo: un presidente que ostenta el poder pero no lo ejerce; un ordenador, Pensamiento Profundo, sobre el cual se cree que gobierna, pero tampoco, y un personaje del que nadie sabe nada pero que, de facto, es el gobernador de la galaxia. Además, el tipo tiene serias dudas sobre si el mundo es real o no, pues ve la realidad como un videojuego.

Nuestro protagonista no sabe diferenciar la realidad de lo falso. En la rueda de prensa que dio junto a su hijo en el Salón Oval, Musk dijo más bulos que verdades. Sin embargo, pudimos asomarnos a algo parecido a la verdad. Mientras su padre comunicaba los datos sobre el gasto federal, X Æ A-12 hizo algo que quedará para la historia: mandó callar al presidente con un "shush". Pero no estaba silenciando a Trump, sino a la democracia, pues solo alguien sin nombre, raíces ni etimología podría haber hecho ese gesto. Alguien idéntico a aquel grupo que, cuando el nazismo alcanzó el poder en Alemania, llamaba a sus miembros con números como 42786-2 y 10450-1. El nombre secreto de su abuelo. Y siempre la misma letra: la X.