CRÍTICA

'Crisálida', de Fernando Navarro: la voz oscura

El guionista y escritor debuta en la novela con una historia a caballo entre el terror, lo fantástico y el relato de iniciación

Fernando Navarro, visto por el ilustrador Pablo García.

Fernando Navarro, visto por el ilustrador Pablo García. / Pablo García

Fernando Menéndez

El ritmo sostenido a lo largo de las páginas de Crisálida, primera novela de Fernando Navarro (Granada, 1980), imprime al libro un carácter que, más allá de otras circunstancias, determina la fisonomía de un libro que avanza a modo de letanía oscura hacia un final que, de alguna forma, rima con el inicio.

Pensé en más de una ocasión en las tragedias griegas y en su corifeo, alzando la voz en nombre del coro, pero tal vez la voz de la niña Nada se dirija a sí misma tratando de comprender qué es lo que ocurre. Y lo que le ocurre no es fácil de desentrañar si aplicamos la lógica del costumbrismo, en lugar de aceptar la ficción como un lugar con sus propias coordenadas de espacio y de tiempo.

Podemos jugar a los géneros y especular con lo fantástico, el terror, la novela de iniciación… incluso con la fábula social (si es que existe tal género). Da igual. El reto está en superar sus propios puntos de partida y a ello se pone Fernando Navarro. En una reciente entrevista confiesa su gusto por la literatura de género y que no le disgustan esos encasillamientos.

Vivimos, creo, una feliz temporada en el infierno; quiero decir: atravesamos una época en que a diversas autoras y autores no le duelen prendas en partir de lo canónico para alcanzar nuevos territorios: pienso en Jon Bilbao o en Mariana Enriquez, capaces de contentar a los devotos de la trama, mostrando a la vez un subsuelo que proyecta sus historias más allá de cualquier avatar. Crisálida participa de esa misma suerte, pero no renuncia al atractivo y a la hipnosis que genera un misterio.

Altura de tono

"Todos en este sitio me tienen miedo, y lo entiendo: yo me tengo miedo, la niña loca, la niña Nada, la niña sin nombre de los bosques que mira cómo se le mueve el pecho cuando duerme que parece que le va a estallar y yo quiero eso, que me estalle". El fragmento está tomado de las primeras páginas de la novela y al lector (sin necesidad de ser impaciente) se le disparan las preguntas: ¿por qué a la niña le tienen miedo? ¿Por qué se tiene miedo a sí misma? ¿Por qué quiere que le estalle el pecho?

Preguntas y más preguntas que la novela no tiene obligación de responder (no, querido lector, la novela no es un acuse de recibo) y sí el compromiso de mantener una altura de tono hasta el final; impregnarnos de una atmósfera; sentirla espesa, que nos incomode; o disfrutar de una poética de violencia y horror que no disimula, sin embargo, la debilidad de la mayoría de sus personajes: incluso cuando más crueldad muestran, más evidente es su indefensión.

Pero volvamos a la voz que narra y a su ritmo sostenido, que decíamos al inicio. En literatura, todo propósito se refleja en una expresión. Si no fuera así, hablaríamos de propósitos vanos. Y no es el caso; el autor de Malaventura logra la música de su escritura a base de un fraseo corto o muy fluido; de una sintaxis despechada y un tanto rotunda (hablamos de la voz de alguien que no tiene nada que perder o lo ha perdido todo). La niña Nada viene de sobrevivir a una familia, según los servicios sociales, desestructurada; según un lector de Stephen King, puñetera.

El autor ha confesado que la idea original de 'Crisálida' era la de un guión. Su metamorfosis en novela supera con creces la escritura subsidiaria de los guiones

El verbo ágil y visual pudiera venirle a Navarro de su condición de guionista: al lado de cineastas como Isaki Lacuesta (en el reciente film Segundo premio), Álex de la Iglesia, Rodrigo Cortés, Paco Plaza… Él mismo ha confesado que la idea original de Crisálida era la de un guión. Su metamorfosis en novela supera con creces la escritura subsidiaria de los guiones.

Neorruralismo

Crisálida nos sitúa en dos planos espaciales que se corresponden respectivamente a dos planos temporales: el presente se sitúa en un sanatorio semiabandonado donde se encuentra la niña narradora y protagonista; y el pasado se corresponde con la supervivencia de su familia en una zona entre Las Alpujarras y Sierra Nevada, en la que se introduce otro gran elemento de la historia: la naturaleza. El padre de Nada y sus hermanos, el marido de Madreselva, autoproclamado como El Capitán, saturado de la vida en Granada, empujado por un delirante arrebato místico naturalista pseudo hippie, arrambla con toda su familia a vivir al monte; este cambio será terreno abonado para el crimen y el terror.

Navarro no comparte ese idealismo ecológico rampante de hoy en día. Es más, piensa (como también lo hace Pilar Adón), que la naturaleza puede ser muy bella pero terrible. Personalmente, creo que este neorruralismo, y así queda en evidencia con el Capitán, es un ejercicio bastante cínico: me tiro al monte cuando ya lo exprimí y ya lo di todo en la ciudad. El Capitán pudiera recordar al Juez Holden de Meridiano de sangre y quizás a la madre de La Mesías.

Comunidades que se aíslan para reforzar su singularidad (curiosa forma de entender lo comunitario) como sucede en De bestias y aves. También en esa clave accidentalmente política pudiera leerse Crisálida, pero sin renunciar a la niebla, por momentos espesa, que envuelve su lectura: gigantes, fantasmas, espectros, niños terribles, animales míticos, como un supuesto (o no) tigre que deambula por la montaña granaína.

Las buenas ficciones ensanchan su territorio y el ajeno. Se escribe escuchando el pasado y hasta una discreta reseña como la que están leyendo da lugar a esas corrientes circulares en el tiempo que dijeron Los Planetas. Pienso en el tigre del Capitán y me vienen estos versos de Borges: "Hasta la hora del ocaso amarillo / cuántas veces habré mirado / al poderoso tigre de Bengala / ir y venir por el predestinado camino…".

Crisálida

Fernando Navarro  

Impedimenta

272 páginas

21,95 euros