CRÍTICA

'La imagen cautiva', de José Luis de Juan: días coreanos

El autor escucha voces que galopan abriendo una amplitud panorámica de sucesos en distintas épocas

José Luis de Juan.

José Luis de Juan.

José Rivarola

Cuanto más lejos se está, en este caso al otro lado del hemisferio, la inspiración es más intensa, proyectándose hacia el pasado transformándolo en presente. El autor escribe en Toji, distrito de Ganwon, Corea del Sur. Pero en el presente hay un trastero de alguna casa en Mallorca donde Ralf, ese pintor que "piensa, no con palabras, sino con imágenes", y su amigo, el autor, hablan rodeados de pinturas y recortes de diario. ¿De qué hablan? Pues del mundo, del arte, de las obras maestras y sus maestros, de recuerdos que quedan adheridos a la piel, y lo que hablan resuena en el estudio-trastero, dando la impresión al lector de estar ahí con ellos. Y, ¿qué escucha el lector? Voces.

Voces de los dos, voces que galopan abriendo una amplitud panorámica de sucesos en distintas épocas, con distintos matices: Matisse, Van Gogh, el almuerzo desnudo de William Burroughs, Proust y el camino de Swam, RouaultBrontë, el bar Zúrich de Barcelona, El hombre sin atributos, de Robert Musil, un haikú de Issa sobre un pino abandonado, el libro de Cèzanne, Picasso, la linda mejicana que salvó la vida al amigo húngaro, el Septiembre negro que asaltó el pabellón de Israel en las Olimpiadas de Múnich, el castillo de Brandemburgo, el escritor de Kamakura que metió la cabeza en el horno y "todo en su interior fue gas, y solo gas".

Entonces vemos a Ralf dibujando con carboncillo rodeado de "campanillas", esas alumnas devotas del artista, un artista que viaja poco, como su símil en Australia, el escritor Gerald Murnane, candidato al premio Nobel, con quien el autor conversó un largo día austral -igual que ahora habla con Ralf-, en un garaje de un distrito fronterizo del estado de Victoria; vemos a Gerald en las antípodas con su máquina de escribir y su colchón entre los archivadores que guardan su introspectiva, fascinante obra. En el siguiente párrafo el autor regresa a Corea del Sur, a Toji, donde escribe este relato.

Ahí resuenan los gritos de los ciervos de agua; ahí contempla "las montañas más allá de los campos de sésamo" y el lago infestado de serpientes venenosas, mientras cruza el cielo un misil de Corea del Norte hacia el mar de Japón. Volvemos al estudio-trastero, donde Ralf está barajando las cartas del tarot, mientras su pintura Siesta en Bellver descansa en un caballete. Hablan de los arcanos mayores y menores, del naipe del colgado "de un pie violeta". Símbolos, excelsas manías de artistas coleccionistas de tornillos y de terrones de azúcar, de imágenes que se liberan. Artistas adictos al juego, cualquiera que sea, que se aferran a ese niño que Nietzsche consideraba el estado más elevado del ser humano.

Salvo el tema del Tarot, que se extiende quizá en exceso, La imagen cautiva fluye de un modo joyciano, como una sinfonía que alterna acordes y ritmos, donde las digresiones y las charlas conforman un universo de reflexiones, anécdotas cruciales, paisajes enigmáticos y personajes insólitos, que dan intensidad a este relato tan íntimamente musical. No hay duda de que cuando José Luis de Juan escribió este libro en Toji, a las afueras de Wonju, recibió la gozosa visita del genio del lugar.

'La imagen cautiva'

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Ediciones del Subsuelo

259 páginas

19 euros