MISCELÁNEA
He venido a hablar de mi libro: Jorge Freire, autor de 'Los extrañados'
A partir de la experiencia del exilio de cuatro ilustres desarraigados, el autor reflexiona sobre la común experiencia de sentirse fuera de lugar
He venido a hablar de mi libro: Sergio Mira Jordán

El escritor Jorge Freire, autor de 'Los extrañados'. / Amparo Freire
Jorge Freire
La idea de este libro me vino caminando. ¿No decía Picasso que la inspiración llegaba en plena faena? Pues yo trabajo mientras paseo. Hay dos tipos de escritores: los de culo de silla y los de tacón pelado. Los primeros, permanentemente sentados, engordan sus ideas como pavos reales. ¡Qué prosas, señores, rollizas y suntuosas! Yo, como buen flâneur, pertenezco a los segundos, los de la suela desgastada y la puntera corrida.
Como bien intuyera Nietzsche y demostraron Walser y Handke, los mejores pensamientos son los pensamientos paseados. Un servidor, como Henry Miller, como Claudio Rodríguez, pertenezco al selecto club de los juntaletras que hincan la pluma mientras andan.
Conque me vino a las mientes en plena caminata un recuerdo sepultado durante largo tiempo. Tenía yo unos 20 años e iba al galope, para variar, con un libro bajo el brazo, también para variar; bajaba la escalera de mi casa a toda leche y en el descansillo me encontré a Mickey, un cardiólogo yankee que había recalado en España para disfrutar de su jubilación. Mickey me preguntó por el libro que llevaba al retortero, una novela de Wodehouse. Se le iluminó la mirada. ¡Él había tratado a Wodehouse en persona!
Acabamos en una terraza del barrio, con una cerveza delante y una historia que hizo que las orejas me echaran humo. Corría el año 1958 o 1959, y Mickey, que entonces no lucía canas ni andaba tan encorvado como una alcayata, se encontraba en Nueva York visitando a su hermano mayor, que tenía un negocio de lavado de coches. Una mañana, así como quien no quiere la cosa, decidió tomar un bus y plantarse en Remsenburg, el pueblo de los Hamptons donde vivía Wodehouse. Y ahí lo halló, al genio de las letras británicas, en su casa de estilo Tudor, con una sonrisa amable pero cansada.
Desarraigo
Americano e inglés se cayeron inexplicablemente en gracia, como unos huevos Benedict y un bloody mary, y a lo largo de tres semanas siguieron viéndose. Hasta que Mickey cometió un error que marcó el final del idilio. "¿Qué le sucedió para tener que dejar Inglaterra?", preguntó con toda la inocencia del mundo. Wodehouse se convirtió en un témpano. Cuando Mickey intentó arreglarlo con un chiste sobre la reina, el escritor le soltó una respuesta seca que puso punto final al asunto. No volvieron a tomar el té juntos.
Mickey tardó años en entender la reacción de Wodehouse. No sabía que detrás de aquel hombre sonriente había un drama personal de proporciones gargantuescas. El escritor más típicamente británico de todos los tiempos había terminado siendo un enemigo de la patria. Su humor lo había convertido en un apestado porque, entre novela y novela, entre chiste y chiste, se le cruzó una guerra mundial y, sin darse cuenta, acabó en un campo nazi contando chascarrillos.
La historia me tocó la fibra, y de ahí salté, como un acróbata, a otros extrañados: Bergamín, peregrino en su propia patria; Wharton, cercada por las bardas que ella misma había levantado; Blasco Ibáñez, que se fue al extranjero para reencontrarse con la Valencia de su infancia… Todos compartían algo: el desarraigo, la sensación de no encajar, el descuajamiento del alma. Y todos venían a demostrar que las grandes bromas son las de la vida misma.

'Los extrañados'
Jorge Freire
Libros del Acantilado
224 páginas
18,95 euros
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