CRÍTICA
'El monte de las furias', de Fernanda Trías: el tiempo de la memoria
Estamos ante una novela de pensamiento, donde la poca acción tiene que ver con las reflexiones de la protagonista
Fernanda Trías, escritora: "Resistir es no dejarse matar la esperanza por completo"

La escritora Fernanda Trías, autora de 'El monte de las furias'. / Fernanda Montoro
Ricardo Baixeras
Con la vista puesta en cómo narrar los campos semánticos que orbitan alrededor de los (sin)sentidos de las palabras que le son más familiares, Fernanda Trías (Montevideo, Uruguay, 1976) acomete en El monte de las furias el relato de una mujer vigía, solitaria y sin nombre que custodia lo poco que sucede en una montaña y sus fronteras al tiempo que anota en sus cuadernos (Última hoja, La casa, Veneno en la sangre, Cuerpos, Nacimiento) aquello que los acontecimientos no le entregan: «Yo escribo porque sí, no porque haya pasado algo en mi vida sino por lo contrario, porque nada ha pasado y lo único que pasa es esto: mi lucha con las palabras, mis propios pensamientos».
Es esta una novela de pensamiento, sí, más que de acción porque la poca que aquí se narra tiene que ver con el afuera de esos pensamientos destilados en forma de escritura (los textos que escribe la guardiana de la montaña), con el afuera-otro-masculino en forma de misterioso personaje (el celador) y con el afuera-otro-femenino de sí misma (las idas y venidas hacia el pasado de la protagonista que destila sus recuerdos en torno a su madre y su abuela).
El terreno fértil de esta novela pasa por abonar el tiempo olvidado de la memoria y de una ausencia que lo marca a fuego porque todo «lo que no está ocupa mucho espacio». Una memoria hecha carne, un tiempo antiguo que Trías sabe desbrozar como hay que desbrozar el bosque enmarañado de los hombres, un «tiempo hendido por otras marcas».
Un tiempo épico
No se trata de mostrar el nombre secreto de la muerte, sino su «anticipación». Por eso el tiempo del texto es casi épico, bíblico se diría: «Cuándo ocurrió todo, difícil saberlo. A veces le parece acceder a un tiempo primitivo e impreciso, como esas hojas cuya forma queda estampada en la piedra pero hace mucho que han muerto. Un hueco de sí misma. Otras veces la memoria se confunde con el presente y es como si la vida se repitiera».
El terreno fértil de esta novela pasa por abonar el tiempo olvidado de la memoria y de una ausencia que lo marca a fuego
Aquella que guarda el frasco de las esencias de la montaña sabe que los «hombres están hechos de miedo» y sabe «que ella está hecha de tiempo» y sabe que llegará tarde o temprano la fuerza imparable de la industria y las máquinas. La montaña entonces como el último reducto de una civilización que no quiere escuchar los cantos de sirena del mundo capitalista e industrializado. Como el lugar de reposo de algo que la protagonista no sabe todavía: llegarán muertos, llegarán cadáveres porque la «montaña es el lugar de los que no tienen lugar». De forma tal que el espacio que protegen con tanto ahínco la mujer y el celador se convierte en la tierra en la que los desaparecidos encontrarán reposo: la montaña convertida «en aldea».
Si quieren entender este texto como un último grito para que escuchemos la llamada de la madre tierra tendrán inequívocos argumentos, pero no es la mirada ecológica la única que (des)centra el relato. Es también la ausencia, la violencia que llegará más tarde pero llegará mejor, lo invisible que «es solo una sombra del pensamiento» o querer saber cómo «se escribe una nube». Es el encierro, la sensación de asfixia, (elementos que ya habían aparecido en La azotea), y un pasado ligado a lo femenino, la relación con la madre, la importancia de los cuidados y la explotación tanto del territorio como de los cuerpos (que ya había prefigurado en Mugre rosa) lo que convierte este libro en «un manotazo duro, un golpe helado».

'El monte de las furias'
Fernanda Trías
Random House
248 páginas
18,90 euros
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