CRÍTICA

'Habitada', de Cristina Sánchez-Andrade: entre la transgresión y la represión

En su nuevo libro, la autora da voz a una mujer que no puede decidir qué hacer y hacerlo, atrapada en un rol impuesto y reforzado por la locura

La escritora Cristina Sánchez-Andrade.

La escritora Cristina Sánchez-Andrade. / EPE

Anna Maria Iglesia

«Muchas veces pienso que me gustaría ser hombre», se confiesa Manuela, la protagonista de Habitada, la nueva novela de Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968). No se atrevió a confesarlo cuando le preguntaron qué quería ser, sin embargo, esto es lo que desea: ser hombre porque «ellos deciden qué quieren hacer y lo hacen». Su deseo acerca a Manuela a Lucha, otra de las protagonistas de Sánchez-Andrade, en concreto de su novela La nostalgia de la mujer anfibio (Anagrama, 2022).

Al mismo tiempo, las palabras de Manuela nos evocan también los testimonios recogidos por la escritora de origen gallego en Fámulas (Anagrama, 2022), donde reflexiona, a través de distintas voces, sobre las violencias casi siempre invisibles y, sobre todo, invisibilizadas que sufren las trabajadoras domésticas. Ellas, como Lucha y como Manuela, son mujeres que no pueden decidir qué hacer y hacerlo.

Su última protagonista vive atrapada por el estigma, como en parte también le pasaba a la anterior. En ambos casos, el estigma es resultado de ser mujeres que no encajan en el rol impuesto para ellas y, en el caso de Manuela, además, es asimismo justificado y reforzado por la locura. 

Sí, Manuela es tachada de loca y, posteriormente, tras haber sido diagnosticada desde unos parámetros médicos más que cuestionables de histeria y de neurastenia, es acusada de estar poseída por el espíritu de un clérigo gallego fallecido en La Habana. Estamos en la Galicia rural de los años 20 del siglo pasado. Como ya sucedía en La nostalgia de la mujer anfibio, la novela surge de un hecho real y documentado, así como también de leyendas -en este caso la del «corpo aberto» según la cual hay espíritus que vagan a la búsqueda de un cuerpo que habitar- y relatos orales. 

Más allá de los hechos

Sin embargo, a Sánchez-Andrade lo que le interesa es ir más allá del hecho documentado, ir a aquello que ha quedado en los márgenes. De ahí que desdibuje las coordenadas espacio temporales y se sitúe en un terreno alejado del realismo más tradicional jugando no tanto con lo fantástico como con lo irracional. Entendiendo lo irracional como aquello que escapa de la razón -las creencias, la fe, los prejuicios, el miedo, el rencor y la rabia-, pero que sin embargo construye la realidad y su relato, la autora narra las circunstancias de Manuela, antes y después de la posesión. Por esto es ella quien habla en un primer momento y por esto es la voz del cura que la ha poseído después; pero también por esto se filtran las voces de los vecinos, del padre, del joven cura… 

La autora compostelana entra y sale de la mente de Manuela, que ocupa una contradictoria posición: por un lado, representa la transgresión y, por el otro, es la mujer doblemente víctima, puesto que su estado de enferma y de poseída es excusa para desposeerla de cualquier deseo y voluntad propia, convertirla en un simple cuerpo sobre el que actuar y decidir, incluso sexualmente. Capta, sin necesidad de divagaciones teóricas y sin convertir la novela en un artefacto político -pensemos en Las brujas de Salem de Arthur Miller- la utilización de la locura, de la brujería o de la posesión, sinónimo de ruptura y transgresión, pero también de represión y estigmatización.

Capta, sin necesidad de divagaciones teóricas y sin convertir la novela en un artefacto político, la utilización de la locura, de la brujería o de la posesión, sinónimo de ruptura y transgresión, pero también de represión y estigmatización

«¿Sabes que antes de morir el curita joven iba diciendo cosas de ti por ahí, Manuela?», le pregunta Jerónima. «Decía que estabas mal de la cabeza, nena. Decía que estabas loca y que alguien tenía que meterte en una institución, porque le habías contado cosas muy raras», le sigue contando, confesándole finalmente: «Siempre supe lo que hacía el señor abad con las chicas que llevaba al pazo y ¡no hice nada!». 

La confesión de Jerónima es clave en la novela, en cuanto pone en evidencia los mecanismos de violencia a las que estaban sometidas las mujeres, unos mecanismos que no se entienden sin las creencias populares, sin las leyendas y los relatos orales. En otras palabras, el imaginario servía para sustentar y legitimar ciertas violencias, así como la doctrina católica se convertía en excusa para cualquier forma de violencia ante una mujer poesía.

Irracional pero realista

El silencio al que alude Jerónima es consecuencia del miedo, era aquello que lo amparaba todo. De ahí que ese elemento fantástico o, mejor dicho, irracional de la literatura de Sánchez-Andrade sea profundamente realista, porque es precisamente lo irracional aquello que construye, define y permite comprender la realidad de unos hechos que van más allá de lo acontecido: porque lo que importa no es la posesión en sí, sino aquello que está a su alrededor, en concreto, alrededor de las mujeres protagonistas. Puesto que es sobre ellas, sobre su rebeldía y su imposibilidad de escapar del rol, sobre su vida de sumisión y sobre la vida que quisieron haber tenido, en torno a lo que escribe Sánchez-Andrade.

De ahí que más que con Álvaro Cunqueiro o con Wenceslao Fernández Flórez, Sánchez-Andrade nos remita a esas controvertidas y difíciles de clasificar mujeres de las novelas de Carson McCullers, a la violencia y a esa indagación en lo religioso de Flannery O’Connor e, incluso, a la Emily Brontë que escribió Cumbres borrascosas. Es ahí hacia donde apunta Sánchez-Andrade, y ahí es donde se inscribe por méritos propios y dialogando de tú a tú con sus referentes.

'Habitada'

Cristina Sánchez-Andrade

Anagrama

232 páginas

17,90 euros