REPORTAJE

Bruna Husky se despide cuando más falta nos hace

Con motivo de la aparición de ‘Animales difíciles’, la novela que pone fin a la saga protagonizada por la detective androide iniciada en 2011 con ‘Lágrimas en la lluvia’, repasamos el fascinante universo creado por Rosa Montero para su heroína tecnohumana

Crítica de 'Animales difíciles', de Rosa Montero: nueve años, un mes y doce días

'Animales difíciles' pone fin a la serie de libros de Rosa Montero sobre la detective Bruna Husky.

'Animales difíciles' pone fin a la serie de libros de Rosa Montero sobre la detective Bruna Husky. / Sara Martínez

Madrid

En marzo de 2011, Rosa Montero publicó Lágrimas en la lluvia, una novela de ciencia ficción con referencias a la película Blade Runner protagonizada por una tecnohumana llamada Bruna Husky. Pese a que la propuesta desconcertó a algunos lectores, no era su primera incursión en la ciencia ficción. En Temblor, libro de 1990, Montero relataba la historia de un mundo cuya existencia dependía de que fuera pensado por alguien y donde los ciudadanos estaban sometidos al poder de un Estado omnipresente y una religión tan rígida en sus dogmas como poco compasiva en sus actos. En definitiva, una novela en la que resonaban ecos de Philip K. Dick y avanzaba algunos de los temas luego desarrollados en Lágrimas en la lluvia y las demás entregas del universo Bruna Husky: El peso del corazón (2015), Los tiempos del odio (2018) y Animales difíciles (2025).

Lo cierto es que las aventuras de la replicante ahondaban en las preocupaciones que Montero había ido desgranando en La loca de la casa (2003), Instrucciones para salvar el mundo (2008), La ridícula idea de no volver a verte (2013), La carne (2016) y El peligro de estar cuerda (2022). Temas como la muerte, el amor, los cuidados y, por encima de todos ellos, la memoria como constructo personal ficcionado. Preocupaciones que han concernido a cualquier ser humano desde tiempos remotos y que, en el caso de la autora, se intensificaron con la pérdida de su pareja, su madre y su perra, durante los años de la escritura de la saga.

«En Madrid, a las ocho de la tarde, das una conferencia o te la dan», sentenciaba Eugenio D’Ors, sin imaginar el difícil encaje de esa reflexión en un mundo globalizado e hipertecnificado como el actual, en el que las conferencias se hacen en horarios compatibles con las diferentes zonas geográficas y en entornos virtuales. De hecho, ni siquiera es necesario asistir en persona, basta que haga acto de presencia un avatar. Así sucedió el 1 de junio de 2011, cuando Lágrimas en la lluvia se presentó ante un centenar de avatares en el Museo Karura Art Centre de Second Life, mundo virtual estrechamente relacionado con el universo Bruna Husky. Como ha dicho Montero en diferentes entrevistas, cuando Second Life comenzó a funcionar decidió participar de esa realidad virtual utilizando un avatar con el nombre de Bruna Husky, inspirado a su vez en el de una de las perritas de la escritora: Bruna.

Intensidad

Pero la vida en Second Life resultaba más intensa que la real y, transcurridos unos meses –que para Montero fueron equivalentes a varios años–, la autora decidió abandonar ese universo, del que saldría con el nombre de su heroína y al que regresaría en ocasiones puntuales, además de para presentar esa primera aventura, para participar de otras actividades relacionadas con el personaje, como apadrinar una exposición de obras inspiradas en Lágrimas en la lluvia.

Cuatro años más tarde de la presentación de ese primer volumen, Montero publicó El peso del corazón, un segundo título que demostraba que el proyecto no era una mera anécdota, sino un fértil camino literario que discurría en paralelo al resto de su producción y aprovechaba las posibilidades de la ciencia ficción y la novela negra para abordar temas de actualidad. Entre ellos, el peligro de los gobiernos autoritarios, de las teocracias, del patriarcado como forma de organización social, los dilemas éticos de los implantes cibernéticos, la amenaza del terrorismo internacional e incluso de la plutocracia y el tecnofeudalismo de personajes como Elon Musk y Jeff Bezos, conceptos que, si bien no estaban enunciados con estas palabras ni con esos nombres propios, sí estaban descritos con una asombrosa capacidad visionaria.

Hechos históricos

Todos esos temas encajan en un complejo universo que se articula a través de una detallada cronología de hechos históricos, que determinan el devenir de las diferentes historias y sus personajes. Eventos como las guerras robóticas, la explotación comercial de otros planetas o el primer contacto entre humanos y extraterrestres, los cuales han marcado las vidas del dramaturgo Pablo Nopal –responsable de dotar a Bruna de recuerdos–, de Paul Lizard –el inspector de la Policía Judicial con el que la protagonista mantiene una turbulenta relación sentimental–, de Yiannis Liberopoulos –un archivero erudito sumido en una profunda tristeza provocada por la muerte de su hijo–, del líder replicante revolucionario Gabriel Morlay, de Oli Oliar –propietaria del bar al que suele acudir Bruna–, de Mirari –una falsificadora y violinista manca que trabaja en un circo–, de Bartolo –animal de compañía que es acogido por Bruna–, de Gabi Orlov –huérfana a la que Bruna encuentra un hogar– e incluso de la propia Montero, «una escritora y periodista de hace cien años» «más o menos conocida en su tiempo» pero «totalmente olvidada» en el momento en el que se desarrolla la acción de Los tiempos del odio.

La mayoría de estos personajes conviven en un Madrid distópico donde abundan los guiños de la autora a sus lectores más fieles –como situar un edificio en la calle de la Doctora Amalia Gayo, nombre de su madre– y un gran sentido del humor que ayuda a dibujar una ciudad que tal vez podría parecer inconcebible en 2011, pero que gracias a las políticas ultraliberales de sus gobernantes cada día que pasa parece más cercana. Por ejemplo, que los Nuevos Ministerios –unas de las zonas más caras de la capital– se conviertan en refugio para personas sin hogar y estén controlados por bandas violentas, que Matadero sea un centro de almacenaje después de que su uso como centro cultural haya resultado un fracaso, que en la zona de Islas Filipinas se haya construido un «parque pulmón» para combatir la asfixiante contaminación o que el parque del Retiro esté patrocinado por las compañías petroleras Texaco-Repsol.

Identidad propia

Junto a todo lo anterior, otros de los grandes aciertos de la saga fue desembarazarse rápidamente de la referencia a Blade Runner –película que tampoco había influido tanto a Montero, que ha llegado a afirmar que la primera vez que vio la escena de las lágrimas en la lluvia le pareció especialmente cursi–, y hacer que Bruna Husky experimentase un gran cambio personal en los diferentes volúmenes. La que en origen es una agresiva replicante de combate empleada como detective privado y con serios conflictos por saber a ciencia cierta la fecha de su muerte se va transformando en un personaje más empático, generoso y confiado, que lucha por superar sus contradicciones y miedos. Al menos, hasta la aparición del cuarto y último libro de la serie.

Sin desvelar ningún detalle que pueda afectar al disfrute del lector, en Animales difíciles Bruna Husky tiene que enfrentarse a un revés que trastocará su existencia por completo. Para poder continuar viviendo, deberá aceptar que su cuerpo de replicante de combate marcado con su característico tatuaje sea sustituido por otro de replicante experta en cálculo, con todo lo que ello supone de ajenidad, vulnerabilidad y dependencia de terceras personas.

Este giro narrativo convierte a Animales difíciles en uno de los mejores títulos de la saga, lo que hace lamentar aún más que la nueva personalidad de Bruna Husky no vaya a ser desarrollada en el futuro, debido a la decisión de Montero de poner fin a las aventuras de la replicante. Reconsidere o no la autora su decisión, después de estos cuatro títulos Bruna Husky es ya una estrella de la literatura en castellano que, como esos astros, seguirá brillando años después de haberse apagado.