CRÍTICA

‘Entra la noche’, de Marina Casado: territorio de libertad

La identificación noche-poesía se pone al servicio de esta obra, Premio Internacional de Poesía León Felipe

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La poeta Marina Casado, autora del poemario 'Entra la noche'.

La poeta Marina Casado, autora del poemario 'Entra la noche'. / EPE

Juan Carlos Abril

Marina Casado (Madrid, 1989) exprime y desarrolla en el poemario Entra la noche, 21º Premio Internacional de Poesía León Felipe, la simbología de la noche, sus repercusiones y herramientas o utensilios semiológicos, incluyendo sus interpretaciones o estribaciones hermenéuticas. Introducido por la advocación bonaldiana, el título supone un proceso de deixis con el que señalar explícitamente que la noche se exhibe como una realidad perenne y que su función en el poema –no menos en la vida– es un activo.

Desde el Romanticismo, la noche se dispone como territorio de libertad y creación. La identificación noche-poesía se pone al servicio, pues, de la producción cultural, en aras de una liberación del individuo en su dimensión trascendente, entendiendo la noche como el espacio donde vamos más allá de las limitaciones y las condiciones materiales de la vida, o al menos buscando ese más allá, en contraste con el día y la luz, y en continuo claroscuro.

Para realizar ese paso o al menos ese intento, la poeta efectúa en el primer poema del volumen, Indicio de la noche (17-18), un balance lírico desde su infancia: "Hace siglos fui niña / y era un tiempo estéril para la muerte" (17), con el resultado de que la noche se configura como la consecuencia de todas las contradicciones de una existencia marcada por la infancia: "Al fondo de mi grito se vislumbra la noche" (18).

Casado nos presenta una proposición firme de lucha, de no bajar la guardia, cumpliendo los dictados de la noche, atravesándola desde la conciencia de lo que significa

Dividido en tres secciones, más un poema introductorio titulado Despedida crepuscular (13), observamos que la noche se hace presente desde la primera composición, en las reminiscencias de la tarde, desde las que se nos interpela a insistir en el amor, único motor del mundo, capaz de aportarnos esperanza en medio del caos: "Mírame y dime lo que queda / de todo lo que he sido, / dime que aún me buscas, / que puedo desmayarme en las regiones de la noche / porque allí existe alguien que se preocupa / de mi vacío" (ibid.). El amor aparecerá en múltiples ocasiones, vínculo de lo poco a lo que podemos asirnos limpiamente: "He caminado por la ciudad sonámbula. / He pisado las calles vacías, / como pequeñas nieblas / llenando los jardines del recuerdo" (25).

Inmersión en la oscuridad

En la primera sección, I. Pórtico, asistimos sin duda a una inmersión en la oscuridad, a veces asfixiante, en la que parece que no hay salida o manera de mirar hacia fuera. Pero II. Vidrieras, desde su propia semántica, nos indica que sí, que hay luz más allá del túnel, mostrándonos a un trapecista capaz de hacer equilibrios, ya que "conoció la verdad del abismo / mucho antes de saltar" (30). Se trata de un personaje que "Quería conocer todos los nombres / y mirar desde todas las ventanas / para olvidar después las multitudes, / el lenguaje, los bosques grises / donde amó sin propósito / a hombres que naufragaban / dentro de sus pupilas" (31). La noche se concibe como método de conocimiento, icono de lo inaccesible y de la transgresión, metáfora del secreto, del misterio de la vida y del enigma de la existencia.

Sin embargo, y sin olvidar ese peligro cierto de que nos encontramos constantemente a la intemperie, desde su frustración la autora madrileña nos asegura que "ha naufragado tantas veces / que sus labios poseen el color de la ausencia" (37), y que "Al igual que Prometeo, aguarda otro naufragio / y otro más, hasta que sus cabellos / se mueran de deseo" (38). Por eso la última parte se titula III. Altar y por eso el último poema, Las célebres órdenes de la noche (63), no solo plantea un homenaje al cuadro homónimo de Anselm Kiefer, sino que nos permite una indagación en la exposición de la vida frente a las adversidades, aceptación filosófica de su mandato y sus razones: "Dime, ¿tú qué razones hallas / para buscar el cielo?" (ibid.).

La noche se estructurará como una lección textual que hemos leído y por la que nos hemos adentrado con sus vaivenes, conflictos, dificultades y curvas, pero también con sus aprendizajes, ya que no hay experiencia que no los tenga, y más en el arte. Casado nos presenta una proposición firme de lucha, de no bajar la guardia, cumpliendo los dictados de la noche, atravesándola desde la conciencia de lo que significa, y los lectores se lo agradecemos.

'Entra la noche'

Marina Casado

Celya

68 páginas

12 euros