Opinión | ALTA FIDELIDAD

Madrid

La música en el jardín del diablo

Vivimos en un mundo en el que se hace raro que alguien haga una pausa para salir al parque a respirar

El escritor Iván Repila, autor de 'El jardín del diablo'.

El escritor Iván Repila, autor de 'El jardín del diablo'. / EPE

En la selva del Amazonas, conocida por su exuberancia y su enorme diversidad, existe una extensa zona en la que se desarrolla una sola especie de árbol que crece dejando muchos claros entre ellos. Los nativos creían que era el diablo el que impedía que allí creciera la maleza y otras especies, pero la ciencia ha demostrado que son las hormigas. Estos insectos envenenan con su ácido fórmico a cualquier retoño de otra especie que pueda aparecer en este terreno, así protegen a sus árboles que les dan a ellas, a cambio, cobijo y alimento.

Es una convivencia perfecta que a Iván Repila le inspiró para escribir El jardín del diablo, su nuevo libro, en el que reflexiona sobre lo absurdo que es la atomizada forma de vida en las sociedades contemporáneas. El jardín del diablo es una fábula en la que el protagonista y narrador debe dejar ese jardín de convivencia y paz para venir a este otro lado, al mundo que conocemos hoy en día, como un paso inevitable hacia la madurez.

El narrador le cuenta toda esa vida en el jardín y después lo que ha ido pasando a este lado a una niña que duerme, a su pequeña búfala, como la llama a lo largo de todo este luminoso libro que, sin embargo, nació del trauma, porque este sí es un libro, sin que se diga o se vea, resultado de la pandemia. El encierro aquellos meses de 2020 fue para Repila, como para tantos, traumático y, encima, al final, por lo que sea, resulta que no salimos mejores. El escritor bilbaíno ya había probado la fábula en El niño que robó el caballo de Atila, un libro más oscuro que este en el que Repila quiere hacernos comprender que debemos vivir en comunidad, en colaboración, como hace, cree él, la naturaleza, aunque ésta también sea buena depredadora.

Al acabar El jardín del diablo, además de un nudo en la garganta, me vino a la cabeza una canción que Cassandra Jenkins publicó en 2021, seguramente también algo postpandémica. Se llama Hard Drive y es una especie de manta realizada con diferentes tejidos. En ella Jenkins recoge literalmente notas de voz de otras personas, pero también frases que va escuchando por Nueva York para hablarnos de la necesidad que tenemos de encontrar entre todas las voces y todo el ruido, nuestra propia voz, no creo que quiera que las apartemos, sino que, como las hormigas con los árboles, hagamos algo con todas ellas, todas juntas.

La canción empieza con una voz que asegura que cuando perdemos nuestra conexión con la naturaleza, perdemos nuestra humanidad. Luego entra un saxo, una batería y la voz de Cassandra Jenkins que nos pasea por la ciudad contándonos todo lo que tienen en su cabeza, en su hard drive, sus recuerdos, ideas, traumas, y las posibles formas de superarlos.

Entre esas maneras está la terapia, claro, pero está hablar, quererse, abrazarse, colaborar, estar más en contacto con la naturaleza, respirar, así de absurdo es el mundo en el que vivimos, uno en el que se hace raro que alguien haga una pausa para salir al parque a respirar. Uno en el que hemos perdido cosas que dábamos por hechas. Todos sabemos que la naturaleza no es buena ni mala, solamente es. Quizá también eso nos pasa a nosotros, que simplemente deberíamos Ser, sin tantos juicios y sentencias, como cuando vivíamos en el jardín, según la fábula de Iván Repila.