ENTREVISTA

Katya Adaui: "La escritura nunca es inocente, pero no causamos daño"

En 'Un nombre para tu isla', su último libro de cuentos, que en unos días llegará a las librerías españolas, la autora peruana radicada en Buenos Aires sigue jugando con el lenguaje, escribiendo oraciones que la permiten imaginar otros mundos posibles

La escritora Katya Adaui, autora del libro de cuentos 'Un nombre para tu isla'.

La escritora Katya Adaui, autora del libro de cuentos 'Un nombre para tu isla'. / Isabel Wagemann

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Katya Adaui nació en Lima (Perú) hace 48 años (serán esos los que cumpla el 14 de febrero), en una familia de clase media venida a menos. Su papá era profesor de inglés, andaba siempre escribiendo palabras indescifrables, como en clave, y su mamá, secretaria en un banco, se dedicaba a comprar enciclopedias a los vendedores ambulantes que la visitaban en el trabajo. Sus hijos, entonces, no sabían leer, pero ella las adquiría para el futuro, las almacenaba como lo que eran, un saber a la espera de ser descubierto.

Como en casa los tomos estaban colocados en el suelo, para la niña Katya eran un juego, su vacilón era abrirlos, pasar las páginas y mostrarles las figuras a sus padres en busca de conocimiento. En un hogar en el que no había grandes lectores, ella fue construyendo su relación con el lenguaje como una parte más, básica, de esa personalidad tendente a la introversión, pese a su carácter inquieto, tal vez por ello.

Y cuando a los 9 años leyó Corazón, el clásico infantil de cuentos de Edmundo de Amicis, tuvo esa revelación que sólo se produce en la infancia: de mayor sería escritora. Estudió periodismo, claro, pero en cuanto pudo se acercó a la literatura, emprendió ese camino, y en él sigue, disfrutando, pasándola bonito, escribiendo oraciones que la permiten imaginar novelas o cuentos como los que componen Un nombre para tu isla (Páginas de Espuma), su último libro, que en unos días llegará a las librerías españolas.

P. Dice que los alumnos del taller de narrativa que imparte necesitan «rigor, acompañamiento, amor y piedad». ¿Por qué piedad?

R. A mí me preocupa mucho que las personas se sientan bien en un ámbito que compartimos. Trato de explicar que esto es solo un pasito más, que vamos a tener que fracasar, que lo mejor que puede pasar es que alguien nos diga la verdad en nuestros textos, que se lo tomen con mucha paciencia, que escuchen lo que les conviene, que hagan caso. Para mí es muy importante dar un espacio seguro, pero que sientan que es con rigor. El rigor siempre está ahí, pero un rigor cuidadoso, nunca con crueldad, nunca con hostilidad, siempre con cariño.

P. ¿Cómo logra calmar la ansiedad por publicar de los alumnos?

R. El problema es que quieren muchas veces publicar antes que escribir. Quieren ganar un concurso o imaginan que la vida es todo el día estar viajando. No, nada que ver. La vida del escritor es escribir, poner el poto en la silla, y es arduo, hay que pensar. Yo no sé si logro calmar eso, pero digo: al quinto o sexto libro te va a ir bien y tú tienes un cuento para un concurso, no es nada, estás empezando, calma, calma, calma.

P. ¿No tiene la sensación de que se nos ha olvidado la parte artesanal del proceso de escribir?

R. Es que sí. Por un lado, no se lee y por el otro no hay una obsesión diaria de aunque sea sentarte diez minutos, o incluso vienen dados por cine de Hollywood, donde el escritor se sienta, fuma y está entre humos escribiendo vómitos gigantes. Eso es ficción, no existe. Nos sentamos el tiempo que podemos, intervenidos por el trabajo, por la demanda ajena, por el celular. Pero también defiendo el pasarla bonito, la escritura sin angustia, asociada a algo más placentero. Yo trato de llevarlos a un estado más zen de la escritura, pero porque yo lo vivo así, yo no lo vivo mal, que vean ese lado de la escritura que puede ser un alivio, un conocimiento, una conversación.

P. ¿Y cómo fueron sus inicios en la escritura y en la lectura?

R. Por un lado, yo era una niña muy juguetona, me encantaba el aire libre, los deportes, y, por otro, tenía una cosa muy ensimismada, muy hacia adentro, que descubrí cuando terminé de leer Corazón [el libro de cuentos de Edmundo de Amicis], a los 9 años, y le dije a mi mamá: Voy a ser escritora. Sé que le dije algo así como quiero causar ese efecto.

P. Provocar lo que a usted le había generado la lectura de Corazón.

R. Sí, que la gente se sienta conmovida por algo que yo he podido escribir. Sí, sí, estuve segurísima. Fui a un colegio que tenía biblioteca. Mis papás eran de una clase media venida a menos. Mi papá era profe de inglés, siempre estaba corrigiendo exámenes, escribiendo, y mi mamá era secretaria, mi diversión con ella era que me tomara dictados, me encantaba, me unía a ella eso con el lenguaje. Yo recién me di cuenta el año pasado que mi casa estaba llena de lenguaje, pese a que ninguno tenía tiempo o era un gran lector.

Nos sentamos el tiempo que podemos, intervenidos por el trabajo, por la demanda ajena, por el celular. Defiendo el pasarla bonito, la escritura sin angustia, asociada a algo más placentero

P. Su escritura no es que sea críptica, pero sí es concisa, está repleta de frases cortas, de elipsis, es elíptica. ¿Cómo juega con el lenguaje?

R. Yo me siento como una niña frente a sus legos. Para este libro me preocupaba que fuera menos elíptico y más gracioso, que se riera más, porque me di cuenta que había cerrado una etapa de duelo con mis libros anteriores y que este libro debía contemplar la risa que yo tengo. Este para mí es como mi libro del diálogo, quería que la gente hablara, que hablara mucho y a su manera, y que además hiciera las cosas a su manera. Porque con la edad aprendí que solo puedes hacer las cosas a tu manera. Pero ahí voy probando, cada palabra, cada punto, cada coma, se entiende, no se entiende... Es mucho esfuerzo para mí hacerlo, porque me tarda mucho tiempo que el lenguaje esté, que sea sonoro.

P. Se mueve entre la novela y el cuento, principalmente, también la literatura infantil. Cuando converso con escritoras como usted, capaces de hibridar los diferentes géneros, aunque yo no creo en los géneros literarios, pero bueno...

R. Sí, yo tampoco.

P. ¿Qué la lleva a escribir en un género y no en otro, un cuento y no una novela, por ejemplo?

R. A mí siempre me encantaron los cuentos, no fue de lo que más leí cuando me formaba, siempre leí novela, pero cuando descubrí los cuentos fue una cosa como... Por un lado, me parece muy complejo. El cuento, en nuestros países, tiene esta mala fama que le precede de que nadie los lee y que en tiempos de crisis siempre se ha leído novela y qué sé yo. Para mí supone un ejercicio tan complejo y tan difícil, crear varios mundos a la vez, que cuando empiezo yo sé que va a ser un cuentario y cuándo va a ser novela.

P. ¿Y es algo inconsciente?

R. En Argentina dicen te cae la ficha. Así me ocurre, me es dado y me entrego, porque ya aprendí que tengo que escucharme y escuchar estas cosas que ocurren, que no depende de mí, no tengo control sobre eso.

P. En ese sentido, ¿cree que todo es nutricio para la escritura?

R. Todo, todo, todo. Yo me acuerdo mucho de Nabokov, que decía: acaricia los detalles, acaricia los detalles. Y tenías a este tipo que se pasaba días persiguiendo una mariposa para ver las alas, entender si tenía polen todavía en las antenitas. Yo pienso que con la escritura estamos haciendo todo el tiempo autopsias, pero de lo que está vivo, clavamos alfileres para mirar de cerca lo que está vivo. Nunca es inocente, pero tampoco causamos un daño. A mí me encanta mirar así. Pero sí, todo sirve, todo es increíblemente nutricio. Todo lo llevo a la escritura, se trafica.

P. Dice que con sus libros anteriores cerró una etapa de duelo. ¿Es posible que su escritura, con los años, se haya vuelto menos oscura y sea un poco más luminosa? Esa es al menos la percepción que yo tengo, que ahora celebra más la vida.

R. Absolutamente, sí. El mundo está tan oscuro, pareciera que todo se incendia, que estas extremas derechas nos pisan mañana… Entonces, empecé a sentir: qué pasa si lo que me importa en la vida lo puedo trasladar a mi escritura; la ternura, la bondad, la piedad, la amistad, el humor, pero que mis cuentos no sean panfletarios ni aleccionadores de nada. A mí me interesa mucho lo que hacía Flannery O’Connor, que era profundamente católica y a la vez todos sus personajes perdían la gracia o iban al encuentro de la gracia. Entonces dije: bueno, voy a tener que aprender a escribir así. Mi preocupación ha sido ir hacia la luz, pero sin negar la oscuridad, la sombra que ocurre porque hay luz, la sombra es lo que me interesa.

No creo que el deber es algo que vaya asociado a escribir, porque le quitamos justamente esto que nos viene amenazando, que es la libertad

P. Claro, eso dice la protagonista de uno de los cuentos de este libro: si hay sombra es porque hay luz.

R. Sí, exacto. Me va preocupando eso y que haya humor. Yo de chica, para ser querida, era muy payasa y tuve que aprender a medir mi payasitud, a leer las circunstancias. No siempre cae bien que quieras llenar todo silencio con toda risa. He tenido que frenar mi impulso sarcástico. Yo si no fuera escritora sería alguien que haría stand up comedy. Pero luego, cuando veo a los hijos de mis amigos muy pequeños ser sarcásticos, digo qué genial que descubran a temprana edad ser sarcástico porque los va a acompañar en su vida.

P. Y los va a proteger.

R. Incluso de sí mismos. Me gusta que mis personajes lo sean. Me parece un rasgo de su inteligencia tener humor, reír y hacer reír.

P. Aunque lo cierto es que, tal y como está el mundo, y bien lo sabe usted que vive en la Argentina de Milei, el panorama es sombrío. ¿Qué puede aportar una escritora a ese mundo tan oscuro y atroz?

R. Yo trato de no ponerme ese peso sobre mis hombros, en el sentido de que sé muy bien que mi radio de acción es acotado. Pienso más como persona que como escritora. Quiero que los míos estén contentos, ayudar a mis amigos, ser una buena profesora. Yo lo que puedo hacer es muy acotadito, tratar de ser comprensiva, amorosa, trabajar cada día por estrechar mis vínculos, sobreponerme a mi propia ingratitud y aislamiento y hacer mi trabajo con amor y alegría. El mundo no necesita a una persona triste más. Eso es todo lo que puedo hacer. No me pongo en términos de aportar, me queda muy grande. Prefiero hacer mis pequeñas acciones piadosas y anónimas.

P. ¿Y podemos aislar el contexto y la vida de las escritoras en sus obras? ¿Debemos hacerlo?

R. No sé si debemos, ya es muy difícil la vida, todos hacemos lo que podemos. Yo no sé escribir de terror porque vine de ahí, de alguna manera, vine de una casa un poco terrorífica, de un país terrorífico hacia las mujeres, que sufrió muchísimas cosas. Es un género que no puedo escribir. Y, por otro lado, tengo mi pequeña ética, si algún niño muere en mi escritura muere de accidente o algo así, pero yo no tengo asesinos de niños, no puedo matar niños. Yo hago lo que puedo y no le pido a nadie que haga más que lo que pueda. No creo que el deber es algo que vaya asociado a escribir, porque le quitamos justamente esto que nos viene amenazando, que es la libertad. Mi ética de escritora es que tengo que tener animales, tengo que tener insectos, tengo que tener gente de todas las edades, hombres, mujeres, niños, ese es el reino que yo defiendo.

P. Ahora que habla de su ética de escritora, me parece que en todo lo que escribe intenta recordar siempre las otras vidas, que son a veces muy pequeñitas, ínfimas, esas otras vidas con las que convivimos, desde los animales a la naturaleza.

R. Sí, eso me lo enseñó Joy Williams. Joy Williams decía que en los textos siempre hay que tener un animal para que nos dé su bendición. Además, tengo una hermana bióloga, entonces sé muy bien su trabajo con lo micro, todo es ínfimo, la bacteria, el virus… A mí me interesa ese mundito que no se ve, y no verlo como una amenaza, sino como nuestros compañeros de piso, digamos.

Tengo alegría y esperanza por el mañana. No voy a dejar que la oscuridad del mundo me oscurezca a mí

P. Antes lo he mencionado, su escritura es bastante elíptica, y me pregunto si lo que busca con eso, lo que quiere, es que sea el lector quien complete su idea, la historia.

R. Como buena controladora que soy, sé que el espacio en el que no controlo nada es la escritura, además de la vida. Es una falsa idea de control, no lo puedo controlar. Me encanta pensar que quien me lee siempre es inteligente y que va a saber qué hacer.

P. No subestima al lector.

R. Jamás, jamás, y que ese es mi regalo como escritora, decirle al otro, a la otra, a quien no conozco: ayúdame, no puedo sola, ni en la vida ni en la escritura, ayúdame, sé inteligente conmigo y quizás lleguemos juntos a un lugar, o no. Trato de pensar en esos términos.

P. Para acabar, en uno de los cuentos del libro, el que transcurre en un vuelo, hay un momento en el que escribe: "Ir al pasado es más agotador que ir al futuro". Eso me hizo pensar, preguntarme, ¿hacia dónde va Katya con su escritura?

R. Científicamente es así, estamos menos cansados yendo hacia el futuro. Eso me calma en lo racional. Yo quiero habitar este presente, pero quiero ir hacia el futuro, en el sentido de que quiero seguir escribiendo, quiero seguir amando, quiero seguir pensando, quiero seguir conversando. Tengo alegría y esperanza por el mañana. No voy a dejar que la oscuridad del mundo me oscurezca a mí. Porque la alegría es lo que tenemos, Inés. Entonces, yo, ¿hacia dónde voy, cómo me veo? En términos espirituales, yendo hacia la alegría. Y eso es lo que voy a defender y nadie me lo va a quitar.

'Un nombre para tu isla'

Katya Adaui

Páginas de Espuma

120 páginas

16 euros