Opinión | LA TROBAIRITZ

Lo humano y lo artificial

Sin el compromiso de lo humano, el arte desaparece y nos adentramos en el páramo de la irrealidad, de la copia y, sobre todo, de la pereza intelectual

Logo de la aplicación de inteligencia artifical ChatGPT.

Logo de la aplicación de inteligencia artifical ChatGPT. / AP

Una de las cosas más hermosas que pueden sucederte como escritora es ser traducida. Si además tienes la oportunidad de conversar a fondo con la persona que se encargará de llevar a cabo la traducción, la belleza del hecho se convierte, también, en un reaprendizaje de tu propia obra. Toda traducción es de alguna forma una reescritura, las traductoras empiezan como tales el trabajo pero lo terminan como coautoras. Si la traducción es concienzuda y talentosa, la obra crece, se expande. Una traducción literaria es una celebración cultural.

Recuerdo largos intercambios de correos con mis traductoras, todas mujeres hasta ahora, alrededor de una palabra o una frase. Cuando una escribe en su propia lengua, la anchura es total; cuando lo escrito ha de adaptarse a otro idioma, resulta que hay palabras que no existen en la lengua receptora. O quizá sí, pero culturalmente están cargadas de connotaciones muy diferentes a las originales. En esos dilemas es donde los textos revelan su verdadera esencia y trascienden el propio lenguaje, ha de pensarse qué es lo que se está queriendo decir y cómo se dice eso, exactamente, en el idioma que toque, sin perder eso indefinible que llamamos voz.

Traducir es un arte, un oficio y una investigación, las tres cosas. Se pueden dominar los complejos aspectos técnicos pero carecer de la sensibilidad necesaria para llevar a buen término una traducción literaria. Traducir es un entramado de sutilezas, de escuchas, de dudas. La cultura es cultura porque es humana, y somos humanos porque acumulamos saberes y bellezas de unas generaciones a otras, la traducción hace posible que ese bagaje no solo se conserve, sino que viaje. ¿Cómo decide una inteligencia artificial qué vocablo, qué perífrasis o qué neologismo sustituye a una palabra que no existe en el idioma al que se está traduciendo un texto, más allá de la mera aproximación?

Las cosas que merecen la pena requieren tiempo, algún esfuerzo y confianza en la voz humana que te las está poniendo delante

¿Cómo un algoritmo, o la interacción de muchos, será capaz de encontrar el modo de recrear la calidez de la literatura de Andrea Abreu, la crudeza amable de Marta Jiménez Serrano, el paso triste y preciso de Juan Gómez Bárcena, la exactitud poética de la prosa de Elena Medel, el verbo terroso de María Sánchez o la voluptuosidad de Mónica Ojeda? Me espanta la idea de que esto se intente -abjuro de que suceda- porque sin el compromiso de lo humano, el arte desaparece y nos adentramos en el páramo de la irrealidad, de la copia, de la marioneta y, sobre todo, de la pereza intelectual, que es la muerte antes de la muerte.

Respuestas inconclusas

Los algoritmos solucionan problemas y la literatura, la ilustración, la música, el cine, la pintura, los crean, los convierten en respuestas inconclusas que nos obligan a adentrarnos en la espesura. ChatGPT puede hacerte un resumen apañado de Sátántangó, pero hasta que no has transitado por las siete horas de metraje, hasta que los silencios de Béla Tarr no te han caído como losas, no entiendes el abandono que te está contando, el fracaso del que nos habla, la pesadumbre y la desesperanza de la Hungría rural que quiere mostrarnos. No hace falta darse un atracón como ese de golpe, pero ese camino hay que hacerlo alguna vez en la vida sin atajos. Las cosas que merecen la pena requieren tiempo, algún esfuerzo y confianza en la voz humana que te las está poniendo delante.

El trazo místico y arcaico de Mar del Valle, la delicadeza oscura de Victoria Francés, la elegancia abrumadora de Medusa Dollmaker o la extrañeza única de los paisajes de Apart no están sujetos a copia o imitación, lo que una inteligencia artificial aprenda de estas maravillosas ilustradoras no puede ser puesto en práctica sin el pulso de sus creadoras, todo quedará en un remedo sin vida, palatable, perezoso, hecho para adormecer la búsqueda humana de belleza, donde quiera que cada humano la encuentre o la busque.

El arte es la forma que tiene la humanidad de seguir conversando con ella misma, de vencer al olvido. Que una adolescente del siglo XXI pueda comunicarse con un maestro de la pintura románica simplemente alzando la vista o que un bardo minoico piense mirando al Jónico cómo sonarán sus rapsodias miles de años después de su muerte es suficiente maravilla como para seguir soñando, seguir creando y seguir manteniendo la curiosidad viva, latiendo, lejos de los silencios benzodiacepínicos de la artificialidad.