Opinión | DAME UNA NOCHE

¿Mejor la ignorancia?

En la vida, cualquier posibilidad de conquistar una solución a los problemas que te salen al camino pasa por seguir escrupulosamente instrucciones que no existen

El escritor italo-mexicano Fabio Marábito.

El escritor italo-mexicano Fabio Marábito. / EPE

Fabio Morábito, siempre inteligente y provocador, defiende que un escritor es alguien que, en realidad, no sabe escribir y, pese a todo, se aplica a esa tarea a conciencia, con todas sus fuerzas, convirtiendo semejante problema no solo en su pesadilla favorita, sino en su profesión. Un poeta o un narrador "debe tener el menor número de ideas posibles". El autor italo-mexicano afirma que con el tiempo ha aprendido que cuantos menos moldes albergues al comienzo de un poema, cuento o novela, mejor te irá porque eso facilitará que el texto y las palabras guíen y busquen su propio camino, que el creador ha de desbrozar por sus propios medios, sin la seguridad de que esa vía lleve a alguna parte.

Grace Paley no se alejaba de este planteamiento en los años setenta, cuando la autora y activista norteamericana repetía a los alumnos que se incorporaban a sus clases con la esperanza de convertirse en escritores: "Mantente ignorante". Paley creía que el desconocimiento podía conducirlos por itinerarios más interesantes que el saber. "Es mejor que el pobre escritor no sepa de lo que habla", sostenía, en contradicción con lo que a menudo se sugería en los cursos de escritura, a cuyos alumnos se le solía proponer que escribiesen sobre su propia experiencia.

"Escribe lo que ves. Escribe lo que sabes. Escribe de lo que conoces, de lo que te impulsa, de lo que te deja afectado. Escribe sobre lo que quieres y lo que haces para conseguirlo, y que conoces de primera mano", se les inculcaba. No han cambiado tanto los tiempos que esa no siga siendo una vía principal para adentrarse en la literatura, lo que hace que afloren sin parar textos autobiográficos. La autora de Enormes cambios en el último minuto intentaba, por su parte, asignar a los estudiantes tareas que antes se había asignado ella a sí misma, y que la habían derrotado.

Según esta forma de afrontar la creación, un autor tiene que ignorar, y con esa maleta, más o menos vacía, adentrarse ya averiguará en qué oscuridades, con regocijo, aceptando que sin riesgo no hay mérito, o en todo caso hay mucho menos. Italo Calvino admitía que él solo comenzaba un texto cuando apresaba la plena convicción de que no iba a poder escribirlo, pues no sabía cómo. Debía resultar imposible para así afrontarlo con garantías de éxito.

Al tiempo que muchas obras se originan en el profundo conocimiento de sus autores sobre aquello que escriben, otras proceden de la ignorancia. La literatura, el arte, parte de lo grande, inteligente y bello de lo que es capaz el ser humano, parte a menudo del cero más hondo. En la vida, después de todo, cualquier posibilidad de conquistar una solución a los problemas que te salen al camino pasa por seguir escrupulosamente instrucciones que no existen. Hay que crearlas. Una vez creadas, puede que no te sirvan para futuras ocasiones.

"Quizá solo los malos escritores cumplen lo que se proponen", especula Morábito, que en El idioma materno revela que de niño tuvo un maestro que les leía a los alumnos cuentos mientras paseaba por la clase. Agarraba el libro con la mano derecha y guardaba la izquierda en un bolsillo. Solo la sacaba para pasar página y, aprovechando el gesto, propinar una colleja a algún chaval. "Su manera de sujetar el volumen con una mano, y ocultar la otra en el bolsillo, me hizo entender a carta cabal qué es un libro", afirma. La mano agazapada, al acecho, del profesor, le descubría de pronto cómo había que escribir siempre. Es decir, "bajo una constante amenaza física, en un pupitre incómodo, con la cabeza gacha y rogando por la eficacia de cada frase. Pero hoy desgraciadamente en la mayoría de los talleres literarios se enseña a escribir sin miedo y con la frente alta".