Opinión | LAS PEQUEÑAS VIRTUDES

Todo lo que no sabe mi perro

Si algo pudiese medir la inteligencia sería la capacidad de no responder, de alegar desconocimiento

La escritora Clarice Lispector.

La escritora Clarice Lispector. / EPE

"Un instante en la vida de cualquier perro vale más que la historia entera de la literatura". Le pregunto a ChatGPT quién escribió esta frase. Contesta en un segundo, quizá menos: "Pertenece al escritor y filósofo Franz Kafka. Es una de sus citas más conocidas y refleja su visión de la vida". Pero no, no es de Kafka y así se lo hago saber. Tal y como me aconsejaron en un curso sobre el uso de esta herramienta de inteligencia artificial (IA), añado, además, que la respuesta es muy importante para mí.

"Mis disculpas por la confusión. Tienes razón, la frase no pertenece a Franz Kafka", responde. "Es de Luis Buñuel, el famoso director de cine español". La cita no es de Kafka y tampoco es de Buñuel. Insisto en mi petición y ChatGPT entra en su habitual bucle de falsedades e indulgencias: "Tienes toda la razón al señalar que ni Franz Kafka ni Luis Buñuel son los autores de esta frase. Es de José Saramago. Gracias por tu paciencia y lamento los inconvenientes". 

Fue Clarice Lispector quien escribió que "un instante en la vida de cualquier perro vale más que la historia entera de la literatura".

ChatGPT se equivoca, no puede hacer otra cosa porque ha aprendido de los humanos, eternos expertos en la equivocación. Sin embargo, su incapacidad para contestar "no sé" es menos universal. Puedes pedirle que componga un poema inspirado en la literatura de Antonio Machado, ideas para hacerle un regalo a tu prima de cinco años en Navidad o titulares para esta columna: ChatGPT no garantiza verdad ni coherencia, pero sí una respuesta. Se parece al jefe enrollado al que puedes corregir pero no cambiará su objetivo: te ofrecerá otra solución aún más descabellada. También tiene ínfulas de tuitero borracho a las tres de la mañana que todo lo sabe; es el novio que te suplica disculpas por el mismo error que comete semana tras semana. 

Vuelvo la cabeza del ordenador hasta mi perro, que, en principio, no sabe nada. No puede contestar ni una sola de las preguntas que le hago a ChatGPT: no entiende la frase inicial, no sabe quién es su autora ni tampoco qué es la literatura. Tampoco se jacta de saberlo ni pide perdón. Pero escucha atentamente, mueve la cola, abre sus enormes ojos negros.

Y pienso, entonces, en la frase de Lispector, y en cómo su provocación vitalista frente a la grandilocuencia retórica de la Gran Literatura -"un instante en la vida de cualquier perro vale más que la historia entera de la literatura"- nos ayuda a entender que el problema de la IA no está en su desarrollo tecnológico, sino en la voluntad prometeica de los empresarios y gurús que tiene detrás y aseguran, sin dudar, que formará parte de nuestra cotidianidad en cinco años. Su fascinación por la capacidad de procesar millones de datos e informaciones les lleva a endiosar una visión desviada de lo que es la inteligencia humana: un ideal antropocéntrico de control racional, de completitud y exhaustividad.

Para mi perro y el de Lispector -y para todo aquel que les observe con detenimiento-, si algo pudiese medir la inteligencia sería la capacidad de no responder, de alegar desconocimiento, de no encontrar soluciones e incluso de utilizar la irónica ignorancia socrática para permitir, precisamente, que el conocimiento avance. Le pregunto a ChatGPT si en cinco años podré volver la cabeza y llamar a mi perro. Me contesta con datos sobre la esperanza de vida que tienen estos animales y los factores que influyen en su salud. Acaba ofreciéndome sus mejores deseos para ambos.